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Fugaz meditación semiótica*

Por Eduardo Zeind Palafox , 18 agosto, 2014

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Anterior al estudio de la comunicación, que se hace con proposiciones, con frases, con imágenes, con sonidos, con productos acabados o semiacabados del entendimiento, está el estudio de la semiótica, que se interesa por la contrucción de los signos, que son ingredientes, sépase, de los materiales que hacen posible la comunicación. La semiótica es la fenomenología de la gramática de todo lenguaje. 
 
Podemos, para imbuirnos de semiótica, averiguar primero lo grande, las culturas, o podemos escrutar lo pequeño, como los signos. «Catorce versos dicen que es soneto», dice Lope de Vega. Ambas opciones tienen ventajas y desventajas. Ventajoso es estudiar lo pequeño cuando vamos a especializarnos, cuando analizaremos, y ventajoso es analizar lo grande cuando queremos allegar un saber enciclopédico, sistematizar. Malo es el distraimiento de lo nimio ante los problemas grandes, como los que presenta la comunicación humana, y mala la enorme erudición cuando las triquiñuelas interfieren en la buena inteligencia. 
 
Pero hay un punto medio, y es la filosofía de la semiótica, que no acaba de decidirse por el mero signo ni por la génesis cultural. 
 
¿Qué es la semiótica? Mauricio Beuchot, en su práctico librito «La semiótica», dice: «La semiótica (que también ha recibido el nombre de «semiología» y otros más) es la ciencia que estudia el signo en general; todos los signos que formen lenguajes o sistemas». Notemos que ha dicho «signo en general» y «lenguajes o sistemas», expresiones que equivalen a la palabra «cultura», sólo asequible a través de la filosofía. 
 
Los signos forman lenguajes, ¿pero de qué se forman los signos? Digamos que de intuiciones, fenómenos mentales que buscan inocentemente las esencias de las cosas. Hay, dice el filósofo Xavier Zubiri, tres tipos de ideas sobre las esencias, a saber: las del «sentido», las del «concepto» y las del «correlato». 
 
¿Qué es un «sentido»? Una dirección, una teleología. ¿Qué un «concepto»? Una determinación, una fijación. ¿Qué un «correlato»? Una descripción, reforzamiento. Tales lides teóricas, de inicio, parecen confusas, mas nos ayudarán a aprender a construir «mensajes». ¿Qué es un «mensaje»? Algo que la mente quiere verter en otra mente para deleitarla, para ilustrarla o para moverla al acto, nos dice Quintiliano, propalador insigne de ardides retóricos. O digamos que es un contenido revestido de una forma; o dicho en términos brutos, que es substancia esculpida. 
 
Podemos enviar mensajes, así las cosas, para brindar una dirección (una teleología, una finalidad), o para aquietar algo, para sosegar las opiniones, y también para aderezar opiniones o imágenes confusas. Las tres formas representan una como «realidad» de las «esencias», o como hemos dicho, la cubierta de una «substancia». 
 
Dice después Beuchot que la semiótica se divide en tres partes: en sintaxis, semántica y pragmática. 
 
Explica nuestro autor que la sintaxis trata de la relación que hay entre los signos, que la semántica de la relación que hay entre los signos y sus significados, y que la pragmática de la relación que hay entre los signos y la gente que los usa. Fray Luis de León, diciendo que Cristo es un «monte hecho de montes», ayuda a nuestra comprensión. Disculparán la falta de donaire estilístico, pero mi misión aquí es la de explicar y aclarar y no la de mover las pasiones. Sigo. 
 
El hombre sintáctico, científico de la sintaxis, según Beuchot, experimentaría cambiando el orden de las palabras, de los signos, formando «montes, monte, hecho de», «montes de hecho, monte», etcétera. ¿Qué acaece al barajar tan abruptamente los signos, que aquí son palabras? Que el lenguaje pierde su coherencia, «sentido». 
 
Pasemos a la semántica, que se preguntaría por el significado de las palabras «monte», «hechos» y «de». Si «monte» dejara de ser un montón de tierra para ser, como quiere Fray Luis de León, el mismo Jesucristo, ¿qué pasaría? Que los «conceptos» montaraces, que servían para conocer la esencia de todo monte, se vaciarían y serían primero meros «montes» o montones de palabras arrebujadas por ahí y luego el Señor encarnado. 
 
Y ahora a la pragmática, que revisa el uso que los hombres dan a los signos. ¿Qué sucede si luego de dejar en claro que «monte» es Jesucristo asevero que el «monte» hace milagros y muda el agua en vino? Pasa que nuestra hablantina cabeza se esfuerza por encontrar un «correlato» que dé «sentido» y nuevo «concepto» a lo que es «monte», que ahora tiene la virtud, no sabemos cómo, de hacer milagros, de derramar ríos de vino y de escupir panes. 
 
La semiótica, dijo el italiano ilustre Eco, sirve para mentir, para eclipsar, esto es, para tapar el sol al medio día y hacer creer que es de noche o para mudar a la amada en sol y hacer de las tinieblas vitales día claro y sereno y feliz. 
 
Wittgenstein, autor avezado en materias de semiótica y de lingüística, en sus «Observaciones filosóficas», parágrafo 4, ha escrito: «No puede probarse que sea un sinsentido decir de un color que es un semi-tono más alto que otro. Yo sólo puedo decir: `si alguien usa palabras con los significados con que yo las uso, entonces no puede conectar ningún sentido con esta combinación. Si ésta tiene sentido para él, entonces él comprende mediante esas palabras algo diferente de lo que yo comprendo´». El semiólogo, ya entendido lo dicho por el magnífico pensador de lengua alemana, tiene por misión forjar nuevos «conceptos», «correlatos» y «sentidos», esto es, renovar los lenguajes. 
 
Profesor Edvard Zeind Palafox
http://donpalafox.blogspot.mx/  
 
*Apuntamientos para el curso de «Sociología de la comunicación» impartido en el UCIC. 


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