Fusión de mitos
Por Anna Genovés , 25 octubre, 2015
Cuando escuché por primera vez que las religiones actuales eran reproducciones cosmogónicas de los antiguos credos, por casi me da un pasmo. Claro, era una jovencita que acababa de salir del cascarón y anidaba en las aulas universitarias con unas libertades que, por desgracia, desconocía. Siempre fui muy retraída, y mi educación estuvo guiada por una vara de obediencia que pocas veces me atreví a saltar. No porque me dieran tundas: nunca lo hicieron. Sino porque mi entorno estaba marcado por una aureola temerosa que prefería silenciar. En fin, cosas de la inmadurez de antaño…
El caso es que, este cisma, me carcomió las entrañas durante meses; no quería entender que La trinidad cristiana estaba relatada en Los Textos de las Pirámides, tal cual: «Yo soy la vida, el señor de lo ilimitado, que Atum el antiguo ha creado para su potencia, cuando nacieron Chu y Tefnut en Helióplis, cuando lo único existía y se convirtió en tres». Hasta que lo leí en la página 155 del libro Los mitos y la teología de la religión egipcia. Un ejemplar que guardo con verdadera devoción. Tampoco imaginaba que los símbolos místicos existían desde el principio de los tiempos, como por ejemplo en el cartucho de la reina Nefertiti, donde aparecen varias cruces…
O que Anna derivase de una diosa pagana llamada Danna, Anu, Eanna… u otros nombres, dependiendo de la religión predecesora. Tan arraigada en las gentes que, en el Medievo, durante la cristianización celta, se optó por aprovecharla para la figura de Santa Ana. Esta fórmula, se repite en el santoral en numerosos casos… Ahora, lo tengo muy claro, pero entonces hasta creí que era una herejía. Ya lo dice el refrán: ¡la ignorancia es muy atrevida!
Que, ¿por qué os cuento esto? Porque quiero hablar de una fiesta muy en boga, de la que muchos huyen por su perspectiva anglosajona, cuando a lo largo de la historia han existido tantos sincretismos religiosos… Sí, hablo de Halloween, cuyo origen también procede de los moradores de la antigua Europa Oriental, Occidental y parte de Asia Menor. Allí, hace bastantes siglos, vivieron los druidas: adoradores del roble que creían en la inmortalidad del alma. Esta, cuando moría un individuo, se introducía en otro cuerpo hasta la caída de las hojas en otoño; entonces regresaba a su antiguo hogar. Allí le proporcionaban los víveres necesarios para seguir su camino –de ahí el truco trato con las golosinas—. Y así, sucesivamente…
Esta tradición, con el tiempo, se unió a la invocación del señor de los muertos o Samagin, justo el mismo día: se le consultaba para predecir el futuro, la salud y la prosperidad. Con la llegada del cristianismo, no todos olvidaron los ritos paganos. De modo que se añadió dicha celebración a la fiesta de los difuntos. Y, como hablamos de una sociedad medieval repleta de mixturas étnicas, y muy supersticiosa, el culto se sazonó de brujas, demonios, fantasmas, monstruos y toda la parafernalia existente. Podemos sugerir que Halloween es una práctica ancestral que ha seguido viva de generación en generación, principalmente, en el mundo inglés, y que cada vez está más extendida por el planeta. Así que, si te apetece, ¡celebra Halloween! Y si no, pues, ¡tú mismo! Eso sí, hagas lo que hagas, diviértete; en el fondo, todos somos unos pequeños monstruitos.
Todo se repite; ya lo dejo Kubrick en su Odisea…
©Anna Genovés
25/10/2015
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