Globos de Oro 2018. ¡Las cosas cambian!
Por Emilio Calle , 9 enero, 2018
Aunque era de esperar que la reciente entrega de los Globos de Oro se hiciera algo más que el eco de los recientes escándalos sobre acoso sexual que han puesto a Hollywood entre la espada y la espada aún más afilada, lo cierto es que la ceremonia acabó convirtiéndose, en detrimento del esperado entretenimiento que deben conllevar este tipo de eventos, en todo un compendio de reivindicaciones, muchas de ellas arrojadas directamente como vitriolo a la cara de una industria seriamente tocada. Con los Oscars tan cerca, es de suponer que la virulencia de esta respuesta sea aún más incisiva en la que se supone que es la gran noche del cine estadounidense.
No está el panorama para muchas bromas, y desde luego que muchas no hubo, incluso alguna se quedaba atragantada entre los espectadores.
Ya desde el monólogo inicial del maestro de ceremonias (papel que le correspondió a un tanto apocado Seth Meyers, muy respetuoso con las circunstancias) quedó claro que las sonrisas iban a ser contadas. Tan sólo la primera frase de Seth ya fue una declaración de guerra: «Este ha sido un gran año. La marihuana finalmente está permitida y el acoso sexual finalmente ya no lo está». Y de ahí, directo a lanzar verdaderas puñaladas envenenadas (hubo alguna amago de risa que se quedó a la mitad para transformarse en un murmullo nervioso por la brutalidad de alguna humorada) a Kevin Spacey o Harvey Wenstein, entre otros. No hubo piedad, como no tuvieron piedad los que abusando de su posición se han pasado años acosando con una impunidad que todo lo desquicia. La Asociación de la Prensa Extranjera de Hollywood (en todo momento apoyando y hasta siendo arropada por el movimiento «Time’s Up!») se apuntó un gran tanto, especialmente si se tiene en cuenta (y ya se encargó el presentador de recordarlo) que tanto la palabra «prensa», como «extranjero» y desde luego «Hollywood» están en el punto de mira del actual presidente de Estados Unidos (por no mencionar que Trump es un de los más abyectos defensores de ese machismo que se pretende erradicar de cuajo, de una vez por todas).
No se puede destacar ningún momento especialmente álgido de la ceremonia, a menos que se quiera traer a colación la insólita presencia de Kirk Douglas (y sus 101 años de edad), aunque su premio fuera por el papel fundamental que jugó el actor en la lucha contra las listas negras de McCarthy (una herida que sigue sin cerrarse, y que también se aprovechó para señalar la necesidad de no tener miedo y acusar a los que han o siguen provocando estas avalanchas de injusticias) al imponer a un guionista vetado para que escribiera «Espartaco», o el premio Cecil B. DeMille que esté año le fue concedido a una luchadora de excepción, Oprah Winfrey, cuyo discurso no dejó títere con cabeza, el cual comenzó recordando el impacto que le provocó siendo niña ver cómo Sidney Poitier recogía el primer Oscar que se entregaba a un actor negro por un papel protagonista.
Todo fueron referencias continuas al tema de la noche, que no solo pasaba por denunciar el acoso sexual, sino también las diferencias que persisten, como vallas de espino, entre hombres y mujeres en todos los ámbitos.
Barbra Streisand señaló que ella es la única mujer que ha recibido el premio a la mejor dirección en 35 años, dato ya de por sí bastante descorazonador, en el cual no hay que ahondar demasiado para destapar la hedionda verdad que esconde.
Rematando la noche, «Tres anuncios en las afueras» (cuya crítica ya se publicó hace unos días en esta revista) se llevaba los premios más codiciados (dirección, actriz, guión y actor de reparto). Y la historia de una mujer que sufre maltrato, cuya hija es asesinada y violada (un crimen que se pierde en el limbo de casos que no parece urgente resolver), y que decide combatir contra esa desidia se convirtió en el gran símbolo de la noche, la señal de que quizás, como rezaba aquel título de una obra de David Mamet, las cosas cambian.
Ojalá todo eso ayude en el avance de la consolidación de ese cambio que ahora agrieta conciencias.
Será entonces cuando todos, absolutamente todos, salgamos ganando con esa transformación, y la libertad y la igualdad pasen a ser un premio en vez de una inalcanzable aspiración.
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