Guerra contra la Democracia
Por Carlos Almira , 27 noviembre, 2015
Estos días, coincidiendo con la Cumbre del Clima de París, iban a celebrarse (¿se celebrarán aún?) manifestaciones y foros paralelos, protagonizadas por la sociedad civil, en el propio París y en otras ciudades de la Unión Europea. El Cambio Climático, constatado científicamente por investigaciones realizadas desde al menos los años 1950 (investigaciones en la Antártida que han demostrado una relación causal entre la presencia mayor o menor de CO2 en la atmósfera y el nivel de temperaturas, a lo largo de la Historia del Clima de la Tierra), no sólo puede ser el límite objetivo del Capitalismo, sino una amenaza para la supervivencia de la especie humana. Estas manifestaciones y foros “no gubernamentales” tenían (¿tendrán aún?) como objeto, presionar sobre los políticos y los grupos privados de decisión, que tienen en sus manos orientar las respuestas ante esta amenaza, en un sentido inclusivo o excluyente. También pretendían concienciar a la sociedad civil, al menos en Europa, de la necesidad, de la urgencia, de tomar estas y otras muchas decisiones en sus manos, mediante la ocupación del espacio público como un espacio político y de movilización democrática.
Los recientes atentados de Beirut, París, Túnez, y las amenazas sobre Bruselas, han brindado a la élite política y económica la posibilidad de reafirmar su propiedad privada, su soberanía excluyente, sobre las calles, las plazas, los nudos de transporte, los servicios públicos, los espacios de concentración ciudadana (Centros Comerciales, Teatros, Cines, Estadios de fútbol, etcétera). Pero han conseguido algo mucho más importante para ellos, y más grave para la sociedad civil amenazada: que la gente acepte que es mejor ver tanquetas y soldados, y policías fuertemente armados, etcétera, delante de sus casas y sus escuelas, que manifestantes pacíficos y concentraciones de ciudadanos que exijan una democracia participativa, real; y que, más concretamente en la cumbre sobre el clima de París, presionen y exijan que la élite que va a decidir, si no lo ha hecho ya, cómo evitar un cambio climático catastrófico (no para la humanidad sino para la pervivencia del sistema capitalista en su forma actual, que es lo único que a ellos les interesa), se haga a un lado, para permitir que estas decisiones trascendentales sean tomadas y consensuadas democráticamente, desde la calle, por todas y todos nosotros.
Ahora la calle es un espacio de guerra, no de democracia. La guerra dentro del espacio público, el estado de sitio, es incompatible con la democracia (al menos, con la democracia y las libertades públicas de los antiguos). El miedo ha echado a la libertad de las calles y quiere quedarse en su lugar. Ahora bien, el miedo es un asunto privado. París, Bruselas y otras ciudades claves para la presión popular, son ahora territorio militarizado. No habrá manifestaciones ciudadanas cuando las élites y sus “expertos” se reúnan para decidir las medidas a tomar para salvar al sistema capitalista amenazado por sus propios límites ecológicos infranqueables. La minoría que gobierna hoy, como siempre desde el fin de la Prehistoria, el mundo, prefiere el cataclismo climático a una reorientación del sistema. Prefiere que desaparezca la especie humana, por causas y procesos “naturales”, a que desaparezca el capitalismo por una decisión colectiva, democrática.
El terrorismo actual es un fenómeno tan inseparable de la globalización como el paro y la destrucción a gran escala del medio ambiente. Así como cada parado es una sana advertencia para el que trabaja (de lo que le espera si no se somete ciegamente a la disciplina del capital); los desastres medioambientales son una advertencia permanente para la colectividad, que tenga alguna vez la tentación de salirse del guion de lo “políticamente correcto”; así, el terrorismo es el enemigo imprescindible para reunir al rebaño en torno al pastor que ha de llevarlo al sacrificio.
Dos espacios amenazan desde al menos los años 1990, a la élite política y económica, como espacios de presión, de protesta, de toma de conciencia y de impulso democrático: la calle, y las redes sociales. El primero, un espacio físico, quiere ser ahora el terreno de guerra, no entre esta élite oligárquica y “su” ciudadanía, sino entre el Estado (que es un poder privado por definición, como sabían muy bien los viejos anarquistas), y los grupos terroristas globalizados, que son también, como el el calentamiento climático, hijos bastardos del Capitalismo Global. El segundo, un espacio virtual, será poco a poco sometido a un control antidemocrático, hasta donde esto no lesione los intereses del mercado global.
Ésta no es pues, sólo, una guerra contra el terrorismo global sino también, una guerra contra la democracia, contra la posibilidad misma de una democratización de y desde la sociedad civil, en Europa y en el resto del mundo, que podría poner en riesgo la soberanía del dinero y sus clientelas. Cada vez que esta posibilidad, cada vez que esta “amenaza” de democratización desde abajo, tome fuerza, habrá atentados como los de París.
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