El día que conocí a Ana María Matute lo tengo grabado en la memoria; fue el 28 de septiembre de 2011 en el Instituto Cervantes de Munich. Compartió con nosotros una parte de su última obra publicada Paraíso inhabitado. Recuerdo su entrada a la sala en su silla de ruedas, lenta, majestuosa como la gran dama que fue siempre para mirarnos con la ternura de la contadora de historias que siempre creó otros mundos para los no tan niños.
Orígenes
Ana María Matute Ausejo nació en Barcelona en 1925 como segunda hija de una familia de cinco hermanos de la burguesía conservadora y religiosa catalana. Su padre era propietario de una fábrica de paraguas, Matute S.A. A la edad de cuatro años Ana María enferma, por lo que sus padres la trasladan a casa de los abuelos en Mansilla de la Sierra (La Rioja). Años más tarde la autora recogería parte de sus vivencias en esta zona en su antología Historias de la Artámila (1961).
Al comienzo de la Guerra Civil la escritora contaba con diez años de edad por lo que recuerda de forma activa los sucesos de la época como la miseria y penurias que sufrieron tantos en España. Todo ello marcó su estilo narrativo y gran parte de su obra. Especialmente en las historias cuyos protagonistas son niños pero que narran o describen situaciones que superan el entendimiento y la emoción infantil que correspondería a su edad, siempre pasadas por el tamiz del llamado neorrealismo. Basta citar algunas de estas obras como Los Abel (1948), Pequeño teatro (1954) o Los hijos muertos (1958).
En 1952 se casó con el también escritor Ramón Eugenio de Goicoechea. Dos años más tarde nació su hijo Juan Pablo al que ha dedicado casi toda su producción infantil. En 1963 se separa de Goicoechea sufriendo al verse privada de la tutela de su hijo de acuerdo con las leyes de la época. Probablemente este fue el momento más duro para ella, el recordar a su hijo y la situación que vivió en la España franquista como madre separada. Ana María apenas contuvo las lágrimas y los asistentes a la lectura quisimos levantarnos para abrazarla pero no nos atrevimos a perder la compostura.
Letras y más letras
En 1976 se presentó su candidatura al Nobel de Literatura, sin éxito. En 1984 recibió el Premio Nacional de Literatura Infantil con Sólo un pie descalzo. Sin duda es 1996 uno de sus mejores años, publica Olvidado Rey Gudú tras varios años de silencio literario y es nombrada tercera mujer miembro de la Real Academia de la Lengua ocupando el asiento K.
Ana María trabajó como profesora de universidad, y viaja por el mundo para impartir conferencias, sobretodo en Estados Unidos. Motivo por el cual fue nombrada miembro honorario de la Hispanic Society of America. En 2007 recibió el Premio Nacional de las Letras Españolas y en noviembre de 2010 se hizo publicó que era la ganadora del Premio Cervantes, entregado en Abril de 2011 en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares de manos de Su Majestad el Rey de España Juan Carlos I. Ha recibido innumerables premios y sus obras se han traducido a veintitrés idiomas siendo mundialmente leída y admirada tanto por lectores como críticos.
La obra de Ana María Matute no deja indiferente al lector. Es capaz de transmitir del modo más dulce posible los conflictos políticos, sociales y morales de la posguerra combinando con precisión la prosa lírica sin caer en la redundancia o el vacío de contenido. Varias de sus novelas se desarrollan en el período de pase de la niñez a la adolescencia de sus protagonistas, como un reflejo de lo que la propia autora vivió y conoció de cerca. Suele escribir en forma de trilogías entre las que destaca la titulada Los Mercaderes formada por Primera memoria, Los soldados lloran de noche y La trampa.
Recuerdo lo que sentí al leer por primera vez «Los niños tontos». Alguien me lo regaló pensando que se trataba de un inocente libro infantil, nada más lejos de la realidad. Devoré sus páginas las tardes después de la escuela, la merienda y Espinete en televisión. Nunca me asusté pero si me sentí poseedora de secretos, portadora de una mirada que permitía ver qué le pasaba a estos niños que no eran tontos en absoluto. Gracias, Ana María.
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