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Hay niebla púrpura en Seattle

Por Esther Bendahan , 9 mayo, 2014

Samuel Grane me envía un mensaje: ¿Hay niebla púrpura en Seattle? Acabo de estar en esta ciudad de aguas invitada por la Universidad de Wáshington. No llovía pero no pudimos ver el imprevisible Monte Rainier que decían se ve en los días claros. Sorprende que como parte del verde paisaje, de la vegetación que evoca el primer árbol, la primera flor, haya un Starbuck en cada esquina. Y es que allí se creó y se multiplicó. En los mapas viene el primero de ellos como un lugar más para visitar. Y nos acostumbramos. Nos acostumbramos, lo que a veces quiere decir dejamos de ver, nos insensibilizamos.

En Seattle, después de un viaje más largo de lo esperado supe que viven más de 4000 personas (pasajeros olvidados que perdieron su vuelo), deambulando por la ciudad: sin hogar. En resumen, parece que fue Reagan que para bajar impuestos cerró centros psiquiátricos lo que empujó a la calle a mucha gente. Comí con ellos en un McDonald, y durante todo el viaje no dejé de mirarles. Si en el viajero se despierta cierta ansia de contemplación, del deleite del descubrimiento de otro paisaje aunque sea igual, se despierta también algo de la emoción que acostumbrada parece dormida.

Alejandro Gándara, el escritor, mi maestro, dijo en una ocasión que como personajes deberíamos descartar a los mendigos. Yo ya había empezado una novela Deshojando alcachofas donde había un mendigo. Decidí dejarle. Recordé en Seattle que ni siquiera parecen adecuados para la literatura. Nada nos justifica. He tenido que salir para ver mi ciudad,  para que dejaran de ser invisibles.

Releo la carta del Gran jefe de Seattle al presidente de los Estados Unidos Franklin Pierce que le ofrece la compra de tierras.

“Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esa es para nosotros una idea extraña.
“Si nadie puede poseer la frescura del viento ni el fulgor del agua, ¿cómo es posible que usted se proponga comprarlos?
…………….
“Por lo tanto, vamos a meditar sobre la oferta de comprar nuestra tierra. Si decidimos aceptar, impondré una condición: el hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos”.

El jefe de Seattle supuso que esto incluía al hombre.
Es una carta que habría que leer cada poco tiempo, si no lo habéis hecho…
Y luego un águila cruzó el cielo.

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