¿Hay que pagar la Deuda?
Por Carlos Almira , 2 agosto, 2014
Cuando, por razones obvias o no tan obvias, alguien necesita trabajo o dinero, acude a un mercado de capital. Suele recalcarse que quien invierte entonces en un salario o en un crédito, contratando a un trabajador o concediendo un préstamo del tipo que sea, está resolviendo un problema al demandante en cuestión. El liberalismo clásico y el neo-liberalismo gustan de las metáforas edificantes, que recuerdan el valor de la palabra dada, la familia, incluso del honor, incompatible con el impago, aun involuntario, según una ética admirablemente descubierta por Max Weber. Usted necesitaba recursos, ingresos, ya para subsistir como trabajador, ya para establecerse o crecer como empresario privado, ya para hacer frente a sus obligaciones como gobierno. Naturalmente, no podía conseguirlos en el mercado sin una garantía: su capacidad, su buena fe, su competencia, eran parte del trato. Ahora bien: si usted no puede responder del préstamo, cumplir escrupulosamente sus obligaciones, comete no sólo un fraude económico sino moral. Entonces, salen a la luz su incompetencia y su mala fe: la especulación, la pésima gestión, el robo, y un largo etcétera, toda clase de iniquidades. Gentes y firmas sólidas, honestas, a través de sus bancos, fondos de inversión, etcétera, confiaron en usted y han sido defraudadas. En puridad, no sólo debería resarcirlas con intereses (usted, su empresa, su familia, la nación entera que “ha vivido por encima de sus posibilidades”), sino que, abriéndose el cielo (el infierno), deberían aparecer entre los arcángeles, los jinetes del Apocalipsis, y restablecer la Justicia pisoteada. De hecho, así ocurre: desde el parado sin recursos, hasta el autónomo embargado (nunca el Banco, el Banco nunca), pasando por el gobierno en default (Argentina 2002 y ahora julio de 2014), ¡deben pagar! Nadie les puso una pistola en la sien para que emitieran sus bonos, solicitaran sus créditos, o firmaran su contrato de trabajo en tales y tales condiciones. ¿Qué pasaría si nadie pagara? ¡Sería el fin de la Civilización! La Historia, sin embargo, y la propia Razón, parecen incompletas en esta interpretación del Capitalismo.
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Por ejemplo: ¿Por qué se construyeron los primeros ferrocarriles en España? ¿Cómo que por qué? Porque eran necesarios. Los gobiernos de Isabel II, y sus círculos empresariales aledaños, nacionales y extranjeros (los Roschild, los hermanos Perèire…), supieron ver esa necesidad y movilizaron los correspondientes créditos. Una vez terminadas las primeras líneas, resultó que no había suficiente demanda, movimiento de viajeros y mercancías, para hacerlas rentables. Tras la euforia, la quiebra. Con todo, hay está el tendido del ferrocarril. Y quien más, quien menos, fue resarcido. Así debe ser, pues es lo justo. La justicia debe primar sobre la bondad.
Ahora examinemos la mitad de la explicación, sistemáticamente escamoteada por el liberalismo económico y el neo-liberalismo. Por reducción al absurdo, imaginemos lo siguiente: imaginemos que TODOS los trabajadores prefiriesen morirse de hambre antes que acudir a buscar empleo (nadie les pone un puñal en el pecho, a diferencia de lo que ocurría con los antiguos esclavos, ciertamente); imaginemos que las pequeñas empresas, los autónomos, los Estados, hicieran otro tanto. Los sólidos y honestos inversores, nacionales y foráneos (el dinero no tiene país) estarían dispuestos como siempre, a colocar sus créditos, a comprar la fuerza de trabajo, pero no podrían. ¿Qué sería entonces de ellos? Pero hay otra pregunta aún más interesante y anterior a esta: ¿por qué gentes y firmas tan sólidas y honestas necesitan aventurar sus bienes, ponerlos en manos y a disposición de otros, invertir en una palabra?
Dicho de otra forma. ¿Por qué cada vez menos personas en este maravilloso mundo, menos trabajadores (subempleados o desempleados), menos pequeñas empresas, menos autónomos, y menos gobiernos, disponen de los medios necesarios para acudir al mercado en socorro de los inversores, sus futuros acreedores, que los necesitan como el aire? Si usted no paga, invertiré en otro sitio. ¿Pero y si no hay ese otro sitio, o si es cada vez más insolvente e incierto? Si puedo comprar en el mercado de bienes y servicios con lo que obtengo tras vender en el mercado de trabajo, y a la inversa, salvo crédito, y si, como dice el sentido común, cada vez hay más riqueza (en dinero y bienes) en este mundo, que no encuentra una colocación solvente, ¿qué perspectivas se abren?
Hemos saqueado y saqueamos a cada instante TODO lo que es susceptible de un valor económico en el mercado, y nos asombramos de que no haya en ese mismo mercado, ¡ah, ya global! los medios de pago solventes, de compra, que nosotros mismos no hemos puesto (por ejemplo, que nuestro repartidor de pizas contratado por una semana no pueda cenar en nuestro restaurante). Hoy es Argentina. Mañana el mundo.
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