¿Hay vida después del Capitalismo?
Por Carlos Almira , 27 mayo, 2016
Hay una dificultad importante a la hora de imaginar un mundo diferente al actual, sin incurrir en la utopía: pensar un orden alternativo al capitalismo supone, exige, a mi juicio, intentar definir primero, de forma sencilla, pero rigurosa, al menos dos cuestiones: primera, qué entendemos por capitalismo; y segunda, si el orden actual se puede definir como un orden capitalista, sin más.
El término «capitalismo» es, en sí mismo, complejo, porque la realidad, las realidades, que intenta apresar, son heterogéneas, si no fugitivas. Supongamos que el mundo en que vivimos es, en primer lugar, capitalista. Y que esto significa, más o menos, lo siguiente: que la mayoría de las personas se guía en su vida, principalmente, por la búsqueda de un beneficio económico. Que la sociedad, en su conjunto, en sus instituciones (que incluyen el Estado), está dispuesta para hacer esto posible y deseable. En fin, que la propiedad privada (tanto de los medios de producción, como de los bienes económicos en general), permite e incentiva que cada agente económico busque denodadamente, enriquecerse, mediante un proceso que, si tiene éxito, desemboca naturalmente en una acumulación de riqueza y de capital a una escala creciente e imparable.
El capitalismo, así considerado, es el orden que estructura hoy nuestra sociedad global. Constituye el paradigma dominante, dentro de cada pais, región, y en el mundo en general. Sin embargo, aun admitiendo que la mayoría de nosotros acepte y persiga el éxito económico como una meta en su vida, dentro de este orden de cosas, eso no significa que todos seamos o estemos implicados en el capitalismo en todo momento, en la misma medida. Intentaré explicarme.
Supongamos que la búsqueda del beneficio tiene la misma intensidad y naturaleza en el pequeño comerciante de mi barrio, que en el dueño de Zara. La forma de realizar este deseo, en cambio, será muy distinta. Mientras que el pequeño comerciante podría haberse ganado la vida, o incluso haberse enriquecido hasta cierto punto, de un modo casi igual, en la Edad Media o en el Mundo Antiguo; el dueño de Zara, en su forma actual como agente económico, sólo es concebible a partir de un momento del desarrollo de la Edad Moderna, esto es, del capitalismo en sentido estricto. Esto no quiere decir que en el Mundo Antiguo y Medieval no hubiera grandes fortunas, sino que el mecanismo de enriquecimiento a gran escala, no podía entonces realizarse como lo haría en Europa, a partir del Renacimiento.
En una palabra: el dueño de Zara pertenece sólo al orden capitalista, mientras que los pequeños comerciantes constituyen un orden más amplio, que aparece ya al final de la Prehistoria, cuando las primeras grandes aldeas y sociedades urbanas, merced a la producción de los primeros excedentes agrarios, permitieron e incentivaron el desarrollo del Estado y del intercambio mercantil.
Se ha dicho que la gran innovación del capitalismo como sistema, en relación con el feudalismo y la economía esclavista, es que el excedente económico en el primero, se extrae mediante mecanismos puramente económicos (la oferta y la demanda en el mercado de bienes y servicios, la plusvalía en el mercado de trabajo); mientras que en los otros dos sistemas anteriores, se obtiene fundamentalmente, por mecanismos extra-económicos (básicamente, mediante la extorsión del poder político-religioso sobre el conjunto de la sociedad). Esto es, en mi opinión, una verdad sólo a medias.
Es cierto que en el sistema actual, el pequeño empresario sólo puede obtener su beneficio mediante mecanismos económicos: como emprendedor con éxito, y pagando a sus asalariados por su trabajo, un valor inferior al que éstos producen. En el Mundo Antiguo y Medieval, en cambio, el pequeño comerciante, el dueño (maestro) de un taller, el prestamista, estaban siempre a merced del poderoso de turno, esto es, de los mecanismos de extorsión extraeconómicos. Lo que el capitalismo trae, a partir de la Edad Moderna, es el mercado «libre» y la dependencia exclusiva de lo económico, sólo para los pequeños y medianos actores. Por contra, los grandes (banqueros, comerciantes, como luego los grandes industriales), surgirán y podrán prosperar sólo al amparo del poder político, que en la Edad Moderna se institucionaliza como el Estado Moderno. El mecanismo de extracción (y extorsión) de trabajo y valor, sobre el conjunto de la sociedad, de estos grandes agentes económicos, será siempre inseparable del orden de los nuevos Estados, hasta constitutir una segunda fuente de soberanía en la sombra.
El capitalismo así definido, no puede basarse en el mercado sino en el monopolio, en el oligopolio, esto es, en la misma lógica en que se pretende apoyar el poder soberano. Por eso el capitalismo aparece primero en los grandes espacios de los Estados, y luego tiende a expandirse con éstos (mediante Compañías de Privilegio y Monopolio; merced al imperialismo, al colonialismo y al neocolonialismo; y en el orden global actual, del poder político mundializado). El mercado no es, pues, el orden, el medio natural del capitalismo, sino sólo su ideología, su pretexto, y la cruz de todos aquellos agentes económicos que no han alcanzado una escala de actividad suficiente como para auparse sobre él, gracias al poder político de los Estados y los supra-estados.
Entiendo por capitalismo, pues, no un orden económico, sino un orden político, un sistema de extracción y extorsión fundamentalmente extra económico, de dominio sobre el conjunto de la sociedad, merced a la soberanía de los Estados, sin el cual los grandes agentes llamados económicos no podrían subsistir ni una semana. En una palabra: aunque el impulso y el deseo sean el mismo, la obtención privada de un beneficio a partir de una actividad económica, la forma de realizarlo es diametralmente opuesta: el comerciante de mi barrio necesita de sus compradores para realizar esta aspiración de enriquecimiento; el dueño de Zara, y sus pares, necesitan de los Estados para llegar al mismo fin.
Si esto es así, entonces la reforma del orden actual no nos exige pensar un orden alternativo al del mercado y la libre empresa, como muchas veces se dice, sino un orden alternativo al sistema político (extra-económico) de explotación de la sociedad, realizado por los grandes agentes económicos, esto es, por el capitalismo sensu stricto, al amparo del poder político de turno. No se trataría, pues, de expropiar a los pequeños y medianos empresarios de sus bienes y sus medios de producción, sino de expropiar a las grandes empresas de su participación en la soberanía de los estados y las organizaciones supranacionales.
¿Cómo? En primer lugar, revirtiendo esta soberanía a la sociedad civil: es decir, profundizando no sólo las libertades privadas, sino también las libertades públicas, de los ciudadanos, a expensas del poder político de los grandes grupos de presión, de los lobbies; de las corporaciones y los sindicatos de los grandes empresarios y las multinacionales y los Bancos. En segundo lugar, recuperando esta soberanía en lo que se refiere al crédito y a la producción de moneda (recuperando, para los Bancos Nacionales, refundados democráticamente, la producción no ya de dinero primario, sino de los medios de pago corrientes, que hoy están en manos de la Banca Comercial Privada). En tercer lugar, redefiniendo los sistemas fiscales, en un sentido progresivo que permita una redistribución equilibrada socialmente, de la renta.
El pequeño comerciante de mi barrio podrá seguir soñando con auparse algún día sobre la competencia, gracias al poder político de turno, sin que nadie le moleste en este sueño. Entretanto, si el pos-capitalismo (que no es el socialismo) es posible, quizás podrá ir encontrando con más facilidad, créditos y clientes. Fondos públicos para la vejez. Trabajo y estudios para sus hijos. Y lo que acaso sea más importante, podrá cruzarse en su vida cotidiana con otras gentes como él, que ya no viven a la sombra de los grandes, como en una especie de río de la fatalidad, sino sólo de su suerte, de sus méritos, y sus obras. ¿Es esto una utopía? No lo creo.
Comprar y vender, cuidar a los hijos, llevarse bien con los vecinos, estudiar y aprender, y encontrar quién lo cuide a uno cuando lo necesite, son realidades humanas, deseables, perfectamente compatibles con el pos capitalismo. Quizás va siendo ya hora de prepararlas, de soñarlas, antes de que se imponga la pura fuerza de las cosas, si al fin el capitalismo resulta, como parece, insostenible.
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