Hazte un Ellen
Por Fernando J. López , 15 febrero, 2014
“Eso pertenece a mi esfera privada. A mi intimidad.”
No sé cuántas veces he escuchado esa excusa. Y siempre pienso lo mismo, que mientras actuemos con tan poca naturalidad ante nuestra identidad sexual, seguiremos dando fuerza a quienes alientan la homofobia. La visibilidad es nuestra mejor arma y la más necesaria de todas si queremos que algún día el hecho de que tal o cual persona sea gay deje de ser noticia. Pero, para que eso ocurra, habrá que asumir que decir soy gay es tan normal y sencillo como decir soy rubio, o soy moreno, o soy alto, o soy un lector compulsivo, o soy impaciente, o soy soltero, o soy estudiante, o soy tu vecino del 4º.
Claro que todo -hasta la pregunta más inocente- forma parte de nuestra privacidad. Pero todo lo respondemos sin titubeos (y no solo a los amigos: ¿hablamos de la privacidad en los tiempos de Facebook…?). ¿Qué música te gusta? ¿Qué libros lees? ¿Qué esperas en un amigo? ¿Con qué sueñas en el futuro? Nada nos frena, hasta que surge el tema del sexo de la persona con quien compartimos nuestra cama y optamos por hablar de nuestra pareja o por emplear cualquier otra fórmula asexual donde no haya desinencia de género ni rastro del cuerpo que realmente ocupa el otro lado de nuestras sábanas.
Por eso me parece tan estupendo el gesto de Ellen Page. Porque ayuda muchísimo a quienes sufren cualquier tipo de discriminación homofóbica que personas con tanta proyección pública como ella den pasos al frente en la normalización de nuestra realidad. De lo contrario, el mundo gay seguirá en su gueto -y son muchos los países donde ese gueto acaba en cárceles, crímenes homófobos e incluso pena de muerte- hasta que rompamos los armarios y dejemos claro que somos, además de otras decenas, cientos o miles de cosas, también gays. Hasta que quede claro, porque no ocultemos nuestra realidad cotidiana tras ese aséptico mi pareja, que hay actores gays, y profesores gays, y periodistas gays, y vendedores gays, y camareros gays, y arquitectos gays, y panaderos gays, y químicos gays, y…
Hace justo una semana, en una de las charlas que voy a dar sobre mis novelas a los centros de Secundaria, un grupo de unos quince alumnos de entre doce y trece años se acercó para confesarme que me habían buscado en Google y querían preguntarme algo. Todos empujaron al que parecía más decidido de todos y este esbozó, sin llegar a terminarla, su pregunta. “A ti te… Que si a ti te… Vamos, que en Google dice… Que si a ti te…” Con una sonrisa, fui yo mismo quien completó su frase para evitarle que siguiera sufriendo: “¿Que si me gustan los chicos?”. Los quince sonrieron. “Eso”, asintió el encargado del interrogatorio. “Sí, claro. Soy gay”. Y la conversación y la duda acabaron ahí. Me miraron un poco, eso sí, como si fuera necesario comprobar si había alguna diferencia entre serlo y no serlo. Pero como no la encontraron, se limitaron a retomar nuestro diálogo, me preguntaron cuál era mi equipo de fútbol, me pidieron que les firmara sus libros, me dijeron que les había gustado mucho la novela y me contaron unos, que quieren ser escritores de mayores, y otros, que lo suyo es el fútbol y que no entienden por qué soy del Barça si vivo en Madrid.C
Cada cual tiene derecho a vivir su vida como le plazca, por supuesto. Y jamás defenderé el outing ni forzaré a nadie a verbalizar su sexualidad. Pero tampoco voy a aplaudir nunca ese cómodo silencio. Aplaudo a quienes han -hemos- decidido que nuestra identidad no es solo el dato de con quién compartimos la cama, a quienes -por eso mismo- no pensamos callar esa realidad -tan natural como cualquier otra- cuando nos parezca oportuno comentarla, decirla o aclararla, a quienes se han atrevido, se atreven o se atreverán a hacer un Ellen y afirmarse en sus familias, ante sus amigos, en sus trabajos.
El silencio no es cuestión de privacidad, sino de miedo. O de vergüenza. Todo lo que -bravo, Ellen- hemos de desterrar juntos de una vez para siempre.
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