Henryk Skolimowski: la danza invisible de la vida
Por José de María Romero Barea , 30 octubre, 2017
Es precisamente en momentos de crisis, estrés o turbulencia emocional que la historia del pensamiento pasa de ser un mero juego intelectual para convertirse en una tarea existencial que, como Aristóteles supo ver, requiere de una práctica metódica. O para decirlo al modo del pensador británico Bertrand Russell (Trellech, 1872 – Penrhyndeudraeth, 1970), “para aprender de todas las virtudes hay una disciplina y para el aprendizaje del sentido común la mejor es la filosofía”.
Es precisamente en el libro Filosofía viva. La ecofilosofía como un árbol de la vida (1992; Atalanta ediciones, 2017. Traducción de Francisco López Martín), donde Henryk Skolimowski (1930, Varsovia) discute la naturaleza, el propósito y la importancia de la ideología. Para ello, aborda un conjunto de preguntas que pertenecen a la mejor tradición erudita: ¿Puede la mente dominar la materia, o es la materia la que domina a la mente? ¿Tiene el universo un propósito, o lo impulsa una necesidad ciega? La naturaleza, ¿es un mero caos en el que las leyes que creemos encontrar son sólo una fantasía? Si hay un esquema cósmico, ¿tiene la vida más importancia de lo que la ecología nos lleva a suponer, o es nuestro énfasis mera auto-importancia?
No sorprende que el polaco se centre aquí en las cuestiones más “cósmicas” de la teoría intelectual, preguntas que muchos reconocerían como típicamente religiosas. Con característico agnosticismo, Skolimowski declara que él no puede contestar a tales cuestiones y no cree que nadie pueda contestarlas tampoco. Sin embargo, continúa: “Somos víctimas del invisible corsé cosmológico que manipula nuestro pensamiento, subvierte nuestros valores y rebaja nuestra vida. Volvemos a la cosmología, cuyas invisibles manos coreografían la danza invisible de la vida”. Un propósito importante de la tradición ilustrada, a la que pertenece el propio Skolimowski, es mantener vivo el interés en estas cuestiones y escudriñar nuevas respuestas.
Rescata el doctor por la Universidad de Oxford una antigua concepción del pensamiento como forma de vida al insistir en que las cuestiones de significado y valor cósmico tienen una urgencia existencial, ética y espiritual. En la antigua tradición griega, nos recuerda, la filosofía no era un mero ejercicio teórico, y los filósofos no eran simplemente, o no eran en absoluto, pensadores profesionales. “La sabiduría es el fruto del sufrimiento, de la compasión, del amor”, escribe, para concluir que “la sabiduría es la posesión del conocimiento adecuado para cierto estado del mundo, para ciertas condiciones de la sociedad, para cierta articulación de la condición humana”.
El autor de Eco-Yoga (1994) considera al autoritarismo la esencia de toda creencia, y sobre esta base su lógica es enfáticamente liberal. Un escepticismo ético orientado mora en el corazón de su concepción de un modo de vida necesariamente ético. Para el erudito, la filosofía, o más exactamente la ecofilosofía, debe conducir a la virtud, a la serenidad personal, y a la paz en el mundo. “La calidad de vida tiene como fundamento los espacios existenciales, los espacios sociales y los espacios sagrados. Necesitamos crear esos espacios, o al menos recrearlos”, argumenta. Incluso un mínimo de formación filosófica, añade, nos enseñaría a trascender el “relativismo moral” predicado en nombre de los intereses nacionalistas sectarios, y también, debería añadirse aquí, en nombre de la democracia.
Sócrates argumentaba en la República que la búsqueda de la verdad por parte del filósofo implica reorientar toda su alma hacia el bien, así como la clarificación teórica de lo que es el alma y en qué consiste su naturaleza. El autor de Eco-Philosophy (1981) continúa esta tradición con una ética cósmica que conduce a nuestra felicidad y plenitud como seres humanos, argumentando que “abrazar la esperanza es una forma de sabiduría. Abandonar la esperanza es una forma de infierno. En un sentido esencial, la esperanza permea toda la estructura de la conciencia ecológica”. Identifica así las principales diferencias entre los enfoques filosóficos y religiosos, mientras rechaza cualquier apelación a la autoridad de una tradición o un libro sagrado, precepto que no dudaría en incluir, estamos seguros, al libro que nos ocupa.
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