¡Hijos del Baby Boom, uníos!
Por Carlos Almira , 15 enero, 2017
Quienes hoy tenemos cumplidos más de 45/50 años, en España, somos los hijos del baby boom de los años 1955/70. La mayoría de nosotros tuvimos más de dos o tres hermanos. Fuimos criados por nuestras madres, nuestras hermanas mayores, y nuestras abuelas, en unos años en que la mujer aún no se había incorporado plenamente al mercado de trabajo aquí. Estudiamos en clases de 35 a 45 compañeros, o más, en la escuela y en el instituto. Y quienes llegamos a la universidad, según qué especialidades, llenamos aulas enormes, próximas a los doscientos alumnos. Luego vino la lucha por el trabajo, la búsqueda de empleo, las oposiciones masificadas. Anticipándonos a las generaciones posteriores a 1975, los hijos del baby boom iniciamos entonces un desplome de la natalidad en España, formando familias de uno o a lo sumo, dos hijos, retrasando la edad del matrimonio, etcétera. Hoy constituimos los escalones del tramo medio superior de una población envejecida, en una pirámide demográfica que el actual sistema capitalista, neo-liberal y global, no puede sostener.
Cuando nosotros éramos niños y adolescentes, incluso en España (aunque aquí con muchos reparos), regía el contrato social europeo occidental posterior a la Segunda Guerra Mundial: paz laboral (renuncia a la Revolución Social); estabilidad laboral; mínimo bienestar social; y compromiso de los productores, de las clases populares y medias, con el consumismo y con los partidos moderados, (de la izquierda y la derecha), donde hubiera regímenes parlamentarios. Fueron los Treinta Gloriosos, los años de los intelectuales de izquierda, de salón, y de la «Paz Social» en occidente. Cuando nosotros crecimos y empezamos a ingresar en las universidades y en el mundo profesional y del empleo, este modelo keynesiano se había acabado (años 1970), engullido por las dos crisis del petróleo, por el capitalismo financiero, por la des-regulación mundial neo-liberal (promovida entre muchos otros, por Tacher y Reagan), y en fin, por el hundimiento del bloque soviético, que dejó al sistema libre de complejos y de enemigos potenciales. Aquellos de nosotros que en los años 80 o 90 o comienzos del siglo XXI conseguimos empleos estables, quedamos temporalmente fuera de la vorágine del desempleo y la precariedad. Pero nuestros hijos y sobrinos, ya nacidos tras el baby boom, se convirtieron en la carne de cañón de la nueva edad pos-moderna, en parados de larga duración, en empleados temporales y precarios, emigrantes «sobradamente preparados», etcétera. Este hecho ha agudizado el carácter insostenible a medio plazo, de nuestra pirámide demográfica. Creo que no puede tacharse ya de alarmismo, intuir que muchos de nosotros cobrará, si las cobra, pensiones de subsistencia.
En una sociedad tradicional, de régimen demográfico antiguo (alta natalidad, alta mortalidad general e infantil, mentalidad rural, división sexual del trabajo, y baja esperanza de vida), los viejos podían esperar ser cuidados y mantenidos por la estructura familiar. Muchos de nosotros ya no tendremos esa suerte. Cuando nos jubilemos, al par que nuestro poder de compra (salario real), se verá severamente mermado, nos veremos socialmente excluidos. No hará falta que se nos insulte por la calle para sentir que constituimos una carga, un peso muerto, para la sociedad. Tanto el sistema sanitario, como el de servicios sociales, si mutan hacia lo privado como exige el sistema, nos atenderán a regañadientes, y dentro de unos parámetros de calidad que han de rozar la caridad y el asistencialismo.
En un orden distinto, de economía colaborativa (no confundir con uberización), y de democracia participativa y real, los viejos (¿para qué aferrarse a eufemismos?), aún seríamos muy importantes: en un orden así, que no es el socialismo ni el anarquismo, sino el mercado y la propiedad privada en manos de la gente, bajo el control democrático de la mayoría y no al servicio exclusivo de una élite social, una persona de edad que hubiera podido comprar su piso, podría albergar a un joven universitario o empleado, en un proceso de ósmosis social beneficioso y creativo, por ejemplo. Los viejos no seríamos los ociosos pobretones del co-pago sanitario y de las campañas de vacunación, sino una parte muy valiosa, imprescindible, del capital humano de la sociedad, con o sin piso propio.
De esto vengo a deducir lo siguiente: cuando nosotros, la parte más afortunada (élites a un lado), de los hijos del baby boom, que conseguimos en su día un empleo más o menos estable, vemos a nuestros hijos, sobrinos, o incluso nietos, en la tesitura de aceptar contratos por horas, de emigrar, de estudiar en precario, etcétera, debemos pensar lo siguiente: eso no es el progreso; hoy son ellos, pero mañana seremos nosotros. Si no arrimamos el hombro con los jóvenes para cambiarlo, ocurrirá lo inevitable.
Y lo inevitable será que sobraremos. Casi sobramos ya. Esto es lo quería decir.
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