Historias de oficina 2. Capítulo VII
Por Sonia Aldama , 10 julio, 2014
Mientras llegaban a tierra firme, todos estaban despanzurrados al sol excepto Irma que no paraba de leer un libro que había encontrado en el sótano del yate. Gracias a sus conocimientos de Hawaianense, que estudió bajo el despótico reinado de la Caponati, pudo enterarse de la verdadera leyenda del Mauna Loa.
Siempre había creído que era una tonta superstición, pero ahora tenía en sus manos la prueba de la verdad. Cogió un cubo de agua y se le echó encima a sus compañeros, que habían pasado del blanco al rosa en las ocho horas que llevaban tumbados al sol.
– Chicos, tengo la solución a todos nuestros problemas. En este libro explica claramente cómo quitarnos de encima a todos los malos malísimos del mundo mundial – dijo Irma.
– Buenoooo, ya empiezas con tus conspiraciones mundiales… Déjanos en paz un ratito… – la atajó Belén.
Irma hizo oídos sordos a tanta incomprensión y les explicó lo que había leído en el libro. Únicamente tenían que hacer un sacrificio humano al volcán Mauna Loa, escribir una lista de personas a quienes odiasen y…
– Un sacrificio humano, ¿te refieres a sangre, higadillos y todo eso? – preguntó Juan Carlos.
– Exactamente – afirmó Irma.
– Huuummmmmm, me gusta, me gusta, y, ¿a quién sacrificamos?
– Según consta en este libro, necesitamos tres personas, una gallinácea sin pelo, la más vulgar del planeta y un treintañero canoso.
Sofía fue corriendo a la cocina del yate y antes de que el Alipio se diese cuenta le estaba amenazando con un machete.
– Bueno – dijo – Ya sólo nos quedan los otros dos.
Bego Hill
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