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Historias de oficina. Capítulos XI y XII

Por Sonia Aldama , 25 mayo, 2014

Historias de Oficina

 

Solo queda un capítulo para conocer el desenlace de las trepidantes aventuras de los cuatro oficinistas y su déspota Caponatti. ¿Os lo vais a perder? ¿Publicaremos hoy el final?  La buena noticia es que escribimos varios libros más y los publicaremos en esta sección de El Cotidiano. Feliz domingo y a votar.

EN LA CALLE, SIGUIENDO A CAPONATI (XI)

Ese día la Caponati les inundó de trabajo, y todos muy frustrados no pudieron empezar sus pesquisas a la hora de comer. A las siete, estaba oscureciendo y sorprendentemente la Caponati, se levantó, cogió su abrigo blanco con rayas verdes y pelo rojo en las solapas, su bolso de “scai” a juego con sus zapatos de polipiel y se fue como alma que lleva el diablo.

–          Corred chicos, coged los bártulos, que nos vamos de fiesta – dijo Irma mientras se limpiaba sus nuevas gafas de titanio.

–          Ummmmmmmm, un momento que tengo que pasar al servicio – añadió Juan Carlos.

–          Ni de coña, que todas sabemos lo que pasa cuando vas al baño – se rió Sofía

–          Ummmmmmm…

Bajaron a pie sin prisa los trece pisos, porque todos conocían la roñosería de la Caponati y sabían que fuera donde fuese, caminaría, no gastaba ni en el autobús.

–          Podemos seguirla a 20 por hora en mi AX – insinuó Belén.

Todos se miraron con cara de pánico, pero la situación exigía decisiones arriesgadas. Una vez dentro del coche, se abrocharon los cinturones, pusieron la radio en la que sonaba… “Io sono il Capone di la Mafia…” y salieron zumbando en busca de Angustias. A la media hora, Angus había llegado a su destino. Todos se miraron con cara de terror y dijeron al unísono:

– ¡¡ESTAMOS EN FRENTE DE….!!

 

ESTABAN ENFRENTE DEL EDIFICIO DE “VIA DIGITÁ” (XII)

 

No se lo podían creer, la Caponati estaba subiendo las escaleras del edificio de la competencia, la empresa de publicidad Vía Digitá S.A. ¿Qué era lo que tramaba esa loca?

Belén frenó bruscamente, pero se equivocó y apretó el acelerador, así que Sofía tuvo que tirar del freno de mano y el coche empezó a dar vueltas en medio de la calle Alcalá. Los peluches de colores que la publicista llevaba en el asiento trasero salieron por la ventana mientras Irma y Juan Carlos se daban un buen golpe en la cabeza.

–          Joder, chicas, ¿de qué vais? ¿Os creéis Carlos Sainz y Luis Moyá? – gritó Juan Carlos observando que estaban en medio de la carretera mientras el conductor de un autobús les insultaba.

Varios coches tuvieron que frenar, y los cuatro salieron del coche deprisa, dejándolo en medio de la calle, sin hacer caso a los gritos de la gente que, en medio de la confusión, empezaron una guerra callejera que se alargó hasta la madrugada (el coche de Belén terminó incautado por la policía, que todavía busca a la dueña).

Cuando entraron en el edificio una mujer con gafas oscuras y pelo grasiento les observaba desde su mesa:

–          Hola, buenas tardes.- dijo Juan Carlos aún sin aliento- Buscamos a una señora con abrigo verde a rayas. ¿Sabe usted hacia dónde ha ido?

–          Primero tienen que rellenar estos formularios y pasar a la sala de espera.- señaló unos papeles azules dentro de una bandeja y continuó con su arduo trabajo: depilarse las cejas.

–          Mire señora, usted no sabe con quién está hablando.- continuó Irma con cara de cabreo apoyando los dos brazos en la mesa.- Somos de Hacienda, venimos a hacer una inspección y necesitamos saber dónde ha ido esa mujer.

–          Tercera planta, puerta D.- contestó la mujer sin inmutarse.

–          ¿De Hacienda? – preguntó Sofía ya en el ascensor – ¡Le podías haber dicho que éramos del Frente Polisario, así por lo menos la tía hubiera levantado la mirada! ¡Qué falta de educación, que poca vergüenza!

–          Mi coche, mi pobre coche.- dijo Belén a punto de llorar.

–          No fastidies, tía, si estaba para tirarlo. – contestó Irma mientras le daba un capón a Juan Carlos, que no dejaba de pegar saltitos.

Llegaron a la puerta D que estaba entreabierta y contemplaron una imagen que les dejó atónitos: la Caponati tenía los contratos de los cuatro en las manos y negociaba con un señor canoso para que se quedara con los cuatro trabajadores. El señor sudaba, tartamudeaba insinuando que eso no podía ser, pero ella insistía en denunciarlo y él firmó los papeles bajando la cabeza.

Por fin todo cuadraba, esa mujer había utilizado el trabajo de los publicistas para manipular la información de la empresa de la competencia y de alguna manera se había quedado con todas las acciones, ahora quería seguir explotando a los chicos desde su nueva sucursal. La Caponati se dio la vuelta y ellos salieron corriendo por las escaleras, cuando llegaron a la planta baja vieron cómo Angustias gritaba y se ponía a llorar frente a un coche de policía.

La jefa, asustada al ver tanto barullo en la calle, pensó que la policía la estaba esperando y confesó todo lo que estaba haciendo, todos los trapos sucios y se echó a llorar.

Los chicos no podían creerlo, habían conseguido encerrar a aquella mujer de por vida. Lo malo es que les esperaba un trabajo aburrido en Vía Digitá.

Aquella noche se reunieron en casa de Irma para ver el resultado de la bonoloto. Los cuatro, sentados en el sofá frente al televisor, con los cubatas llenos, hasta Juan Carlos bebió aquella noche, vieron cómo uno tras otro, aparecían sus números. Empezaron a gritar de la emoción, no podían creer lo que les estaba pasando.

Al día siguiente la portada de todos los periódicos abrió con la misma noticia:

–          Cuatro personas ganan 2000 millones en la lotería. Se encuentran en paradero desconocido.

 

Capítulo XI: Belona de España y Bego Hill. Capítulo XII: Saldama

 

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