Hollande y la izquierda secuestrados
Por Carlos Almira , 27 agosto, 2014
El presidente de la República francesa, el socialista Francois Hollande, acaba de aprobar (provocar) un relevo en su gobierno en el que, entre otros, entra como ministro de Economía un antiguo ejecutivo de la Banca Roschild. La razón de fondo de esta crisis gubernamental, que es la crisis del Partido Socialista Francés y, en general, la crisis de la socialdemocracia europea (no se olvide que el actual socio de gobierno de Merkel en Alemania es el SPD), es acelerar las “reformas” en el país vecino en la línea de los recortes y la llamada austeridad.
¿Cómo se explica esto? ¿Por qué, de un modo sistemático, los líderes de los Partidos socialdemócratas en el poder aceptan y adoptan como la única vía económica posible, las políticas neoliberales? En Grecia, en Italia, en España, en Alemania, y ahora también en Francia. ¿Por qué? A mí se me ocurren dos razones.
La primera es la debilidad de los principios de la Social Democracia, que al renunciar al establecimiento del Socialismo por la vía traumática de la Revolución, de hecho aceptó el Capitalismo como el único sistema posible, como un orden natural que, como mucho, se podía suavizar y “humanizar” (en el llamado “Estado del Bienestar”). Esto hace que los líderes de estos Partidos, aun sin haber leído los escritos de Eduard Bernstein (algunos posiblemente ni siquiera conozcan este nombre), actúen con una especie de conciencia de inevitabilidad, de fatalidad, incluso de estar haciendo lo que no les gusta por pura responsabilidad de Estado.
La segunda razón me parece, sin embargo, aún más interesante: imagínense (y debe haber ocurrido alguna vez, dejando aparte los casos excepcionales de personalidades como Salvador Allende), imagínense por un momento, que ustedes fueran “socialistas” y ganaran las presidenciales de Francia con un programa de izquierda más o menos moderado y real. ¿Qué se encontrarían al llegar al poder por la vía democrática? Que es imposible aplicarlo. En otras palabras: al día siguiente de ocupar el Eliseo se percatarían de que el poder del Presidente de Francia, y en general, el poder del Estado, está en manos privadas, que nadie ha elegido. Manos e intereses que le recordarían a usted, perteneciese al Partido que fuese, quién manda verdaderamente, y cuál ha de ser su papel: el de un gestor fiel y eficiente de esos intereses privados.
¿Cómo es esto? ¿Un complot mundial? ¿El Club Beidelberg? ¿La debilidad incorregible de la naturaleza humana? ¿El miedo, la corrupción, la torpeza, la ignorancia congénita de la clase política? No: el dinero.
El Estado, todos los Estados soberanos del mundo que actualmente se rigen por el orden “natural” del capitalismo, están secuestrados por el dinero. Pero fíjense, y aquí está, creo yo, lo interesante de la cuestión: no por el dinero que ellos mismos emiten, el llamado dinero primario, el papel moneda soberano, sino por el dinero escriturario; el dinero cuyos emisores invisibles y fraudulentos no aparecen nunca por la Casa de la Moneda del Estado; el llamado también dinero de cuenta, cuyos resortes (producción y movimiento) están en manos exclusivas de la Banca Comercial privada, y por lo tanto, como es lógico, al servicio de sus intereses.
La inmensa mayoría de las transacciones cotidianas, la compraventa de bienes y servicios, que se realizan en la sociedad, no se hacen con dinero primario, público, estatal, pese a todas las apariencias, sino con el dinero privado, escriturario (que no es otro que el apunte que el ordenador del Banco hace, cada vez que realizamos un movimiento económico, a nuestro favor o en nuestra contra, cada vez que percibimos un ingreso o tenemos un gasto). Este dinero privado, aunque parece subsumirse en el otro (euros, dólares, libras…) en realidad es un dinero completamente distinto, producido y gestionado por una Empresa Privada, que tiene así un poder soberano, público, oculto.
Supongamos que en mi Cuenta Corriente, o en mi Libreta de Ahorros, aparece a mi favor un saldo de 1200 euros: eso no significa ni mucho menos, que yo disponga in situ efectivamente, de 1200 euros (en dinero primario) sino que el Banco ha contraído la obligación de reintegrarme esta cantidad en dicha forma de dinero (en este caso, euros) si yo se lo solicito. Pero el Banco no la tiene en sus cajas fuertes ni en ningún depósito físico (en forma de oro u otras garantías o avales similares): el dinero que el Banco maneja y pone a mi disposición se reduce a ese apunte contable, que es el único dinero que yo, y todos ustedes, tenemos en realidad. Si yo saco en un cajero automático por ejemplo 500 euros, estaré utilizando bajo la forma de dinero público o estatal una parte, pero en realidad yo no tengo mis ahorros bajo la forma de papel moneda sino como un mero apunte contable que es un derecho a mi favor, y una obligación futura del Banco.
Es bien sabido que si todos los depositantes de un Banco cualquiera corrieran a retirar sus fondos, éste quebraría por la sencilla razón de que, salvo unos fondos mínimos establecidos en dinero primario, el único dinero del que disponemos, ellos y nosotros, es este dinero escriturario, esto es, una promesa de reintegro que se hace efectiva sólo hasta un límite muy pequeño (el llamado Fondo de Garantía), y cuya única realidad física es una cifra en un trozo de papel.
Cuando el señor Hollande, como el señor Zapatero y tantos otros antes y después, llegaron al poder llenos de ideas de progreso y de humanidad, debieron descubrir que el medio de pago, de cuenta, de cambio de todos los franceses, españoles, etcétera, no era el del Estado sino el de los Bancos Comerciales privados, entre otros especuladores: es decir, dinero de empresas privadas. E inmediatamente, si es que no lo sospechaban ya, debieron darse cuenta de que esas empresas no podían bajo ningún concepto, no ya quebrar, sino verse mínimamente contrariadas en sus intereses, porque ello arrastraría in extremis a un estado de catástrofe, de cuasi economía natural, en pocas semanas, al conjunto del país.
Supongamos que un Banco mediano quebrara y no fuera inmediatamente rescatado con dinero primario (público): esto significaría la retirada de cientos de millones en forma de dinero escriturario de la circulación, de todas las transacciones económicas diarias en ese país, o incluso en la economía mundial, que hasta ese momento regían con ese dinero privado. No sólo perderían los depositantes del Banco, sino el conjunto de la sociedad que está secuestrado por esta forma de dinero “invisible” que rige, en el fondo, silenciosamente nuestras vidas, poniéndolas al servicio exclusivo de intereses privados desconocidos. De tal modo que decir que cierra para siempre un Banco Comercial privado es casi como decir que cierra el Estado de Francia, España, etcétera. Es decir un «imposible».
Naturalmente, desde su debilidad ideológica y su falta de convicciones, propia de la social-democracia desde su origen, el político de turno se plegará a todos los ajustes que se le indiquen, y a cualquier política neoliberal, con el único fin de evitar esta catástrofe.
El dilema que se plantea entonces es: o mantener este Estado de secuestro colectivo o bien arrancar de las manos y los intereses privados la dirección invisible e implacable de toda la sociedad. Pero para afrontar este dilema hacen falta políticos como Salvador Allende y no como Francois Hollande.
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