Hotel Spa Convento Las Claras: historia, gastronomía y vinoterapia a los pies del Castillo de Peñafiel
Por Mariano Velasco Escudero , 26 marzo, 2014
“De cómo Patronio, personaje de El Conde Lucanor, conduce al visitante hasta el antiguo convento, donde este descubrirá grato deleite y esparcimiento, además de algún que otro secreto”
Aconteció que llegando a la muy noble e ilustre villa de Peñafiel con la imperiosa necesidad de proporcionar descanso, solaz y esparcimiento a mi magullado cuerpo, topeme con amable lugareño que, ante mi pesadumbre y decaimiento, acercose solícito y preguntome:
– Señor, ¿no andará buscando por un casual acogedora techumbre donde sobreponerse a la inminente nocturnidad que se avecina?
A lo cual, taciturno, respondile:
– Si se refiere a alojamiento, sí, buscando ando.
– Pues no dude en encomendarse a mí, que soy sabio consejero.
– Sepa que lo haré – contesté – porque parece usted buena persona, pues soy por naturaleza desconfiado.
– Bueno – me aclaró -, más que persona yo soy en realidad… personaje.
– ¿Personaje? – interrogué extrañado.
– Sí, mi nombre es Patronio, consejero de mi buen Señor en el clásico de la literatura El Conde Lucanor, ejemplo sin par de la prosa didáctica del siglo XIV, cuyo máximo representante no es otro que mi creador, el infante Don Juan Manuel, escritor insigne e ilustre morador de aquesta villa de Peñafiel.
– ¿Del siglo XIV? Pues luce usted talle con envidiables donosura y lozanía para tener la friolera de seis siglos de existencia, oiga.
– Le aseguro, buen viajero, que si me acompañare en esta su visita, descubrirá conmigo cuál es el verdadero secreto de la eterna juventud. Y ahora, déjese conducir hacia acogedor convento que le mostraré, en el cual …
– ¿Convento ha dicho? – repliqué sorprendido – Sepa que servidor no profesa religión alguna más que la del buen yantar y mejor dormir, discúlpeme la franqueza. – Ya, ya, pero refiérome al Hotel Spa Convento Las Claras, otrora morada de religiosas pertenecientes a la Orden de las Clarisas pero hoy reconvertido en establecimiento hotelero inaugurado en el año 2006 de Nuestro Señor y catalogado, como es común clasificar ahora a posadas y hospederías, con cuatro cuerpos celestes.
– O estrellas.
– O estrellas, sí. Pero no se apure vuesa merced, que las antiguas celdas de las Hermanas de la orden han sido hoy reconvertidas en confortables habitaciones.
Y allá que nos fuimos pues, el tal Patronio y servidor, hasta las dependencias del convento, fundado en 1606 por Doña Isabel de la Cueva, esposa del señor de Peñafiel Don Pedro Téllez-Girón, tal y como me relató mi literario interlocutor. Enclavado en excelente ubicación, a los pies del castillo de Peñafiel, frente al barrio de la judería, la Iglesia de San Miguel y el Convento de San Pablo, sus muros son bañados por el manso discurrir de las aguas del Duratón antes de desembocar estas en el Duero.
El proyecto de rehabilitación del edificio, iniciado después de que las últimas monjas de la orden lo abandonaran a principios de siglo, ha conseguido guardar su estructura original manteniendo la disposición del hotel alrededor del Gran Claustro, hoy cubierto con una cúpula de cristal y acondicionado como gran sala de estar, en torno al cual se distribuyen las 64 habitaciones.
– ¿Y ha dicho usted Spa también? – abordé a mi buen amigo haciendo repaso del nombre del establecimiento.
– Eso he dicho, sí. Y vive Dios que servidor desconocía por completo el significado y uso de semejante vocablo, para mi que del todo ajeno al castellano y que tomo por barbarismo. Pues resulta que tal escenario que tanto incitaba en su día al remanso y la paz del alma mediante la oración, la meditación y el recogimiento, proporciona hoy deleite del cuerpo con la ayuda de ingenios traídos de allende los mares, tales como el baño turco, las duchas escocesas y, créame, un confortable aljibe provisto de impetuosos chorros de agua caliente. Artilugios todos ellos que si no fuera por el placer y sosiego que proporcionan al viajero, tomaría yo por obra del mismísimo Belcebú.
– Pues si le parece, mi querido Patronio, corro presto a servirme de artilugios tales, pues mi cuerpo no está ya hecho para tanto viaje y va necesitando de alivio y reparación.
– Yo le recomendaría, si me permite vuesa merced, que reparara primero su estómago, seguro que también maltrecho tras el viaje, con las excelentes viandas que encontrará en el refectorio del convento, hoy llamado restaurante, al cual da nombre mi ilustre y buen Señor, el afamando Conde Lucanor.
– Sea pues.
– Y ya que vamos tomando cierta confianza, vuesa merced y yo, me permitirá recomendarle que se decante por probar la especialidad de la comarca, el lechazo al horno de leña, siempre bien regado con uno de nuestros famosos vinos de la denominación de origen Ribera del Duero, aprovechando que el mismo convento goza además de bodega propia.
– Caray, qué completo todo, Patronio.
– Pues espere, espere que eso no es todo. Aún no le he mentado los polifenoles.
– ¡Diantre! Ya intuía yo que algún elemento negativo tendría que haber que perturbara comodidad y sosiego tales.
– No, no, al contrario, no se trata, pese al nombrecito, de elementos negativos. Los polifenoles son compuestos bioactivos presentes en la uva y, por consiguiente, en el vino, con poderosas capacidades antioxidantes y rejuvenecedoras de la piel, y que constituyen la base del tratamiento de vinoterapia que se practica en las dependencias del hotel. Es mezclar en una bañera tres botellas de vino con agua y gel espumoso, y el resultado viene siendo sorprendente.
– ¿Y he de beberme tal mejunje cual si se tratara del Bálsamo de Fierabrás?
– No me sea vuesa merced badulaque, discúlpeme el atrevimiento. No consiste en injerir, sino en sumergirse uno en el mismo, dejando que los susodichos polifenoles actúen y suavicen nuestra piel. Y al mismo tiempo, si es su voluntad, puede degustar una copita de vino mientras se remoja en tan enológico lavatorio.
– ¡Albricias, qué de cosas! Me va usted a disculpar, Patronio, y voy a poner manos a la obra, no quisiera demorarme más. Ha sido usted muy amable con sus sabios consejos.
– Para servirle a vuesa merced. Quede con Dios y disfrute del Hotel Spa Convento Las Claras, mi buen Señor.
– Oiga, una última cosa… Prometiome usted, recuerde, desvelarme el secreto de su eterna juventud. ¿Pacto con el maligno?, ¿hechizo?, ¿brujería?…
– Bah, no tiene mayor importancia, débese ello mayormente a mi natural condición de personaje literario. Y otrosí…a los polifenoles.
Y viendo el autor que este exemplo era bueno, fízolo escribir et fizo estos versos que dicen assí:
En llegando a Peñafiel cansado, hambriento y sediento
buscó el viajero lecho, cordero y vino en ilustre convento.
Hotel Spa Convento Las Claras
www.hotelconventolasclaras.com
Plaza Adolfo Muñoz Alonso, s/n
47300 Peñafiel (Valladolid)
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