Humor y música desatan la catarsis colectiva en “Cervantina”.
Por José Antonio Olmedo López-Amor , 6 febrero, 2017
La compañía teatral Ron Lalá vuelve al Teatro Talía con “Cervantina”, el colofón a su trilogía sobre Cervantes.
¿Qué ocurre cuando a un poema le quitamos la retórica, la mentira, el artificio? Que todo cuanto queda es poesía.
Confieso que cuando decidí ir a ver Cervantina, la nueva función de teatro de la compañía Ron Lalá —ahora fusionada con la Compañía Nacional de Teatro Clásico— pensé: «otra vez Cervantes». Y es que esa costumbre por desempolvar clásicos, no solo del teatro, sino también del cine, siempre me ha parecido algo “poco creativo”. Estoy de acuerdo en que una relectura, una reinterpretación del hecho artístico puede dar lugar a nuevos descubrimientos, más todavía si es sometida a escrutinio por autores dispares en épocas diferentes, pero en el caso de Cervantes, y por no parecer absolutista, creo que queda muy poco que descubrir.
Sin ser esta la mejor de las predisposiciones para abordar una representación escénica, decidí no prejuzgar a los artistas y dejarme imbuir por el espectáculo. Así, no tardé en darme cuenta de que me hallaba ante una obra abierta, desenfadada y realista que no trataba de ser algo que no era, sino que se esforzaba por no parecer algo que no era.
Resulta muy fácil y ligero etiquetar según qué cosas por su apariencia, para algunos —y no les faltaría razón—, Cervantina puede ser un vodevil sin más pretensión que el entretenimiento. Bien mirado, esa pretensión no es poca si incluye un mensaje crítico, como es el caso. Lo cierto es que también podría considerarse un musical, pues uno de sus puntos fuertes es la música en vivo que acompaña a los textos ¿o dicho acompañamiento sería al revés? Sin embargo, lo que está muy claro —dadas las constantes carcajadas del público— es que es una comedia, un viaje a través de algunas novelas, entremeses, poemas y hasta prólogos de Miguel de Cervantes.
El coloquio de los perros, El licenciado Vidriera, Rinconete y Cortadillo o La gitanilla son algunos de los textos revisitados por Álvaro Tato, Juan Cañas, Miguel Magdalena, Daniel Rovalher e Íñigo Echevarría, los únicos cinco actores que intervienen bajo la supervisión de Yayo Cáceres.
La puesta en escena no puede ser más austera, cajones flamencos, la silueta de un barco de madera, ausencia de fondos, el decorado es mínimo, y sin embargo, son los silencios y los juegos de luces quienes acotan el espacio. Tampoco brilla por su calidad el vestuario, una gorguera, un pañuelo en la cabeza o una pluma son símbolos, banderas en manos de los actores, así que el movimiento, el gesto, la voz del actor, son los principales artífices que definen la personalidad de los personajes. Llama la atención que, utilizando los mínimos recursos, el espectador no se aburra durante los ochenta minutos de duración. Uno de los motivos que hacen de Cervantina un espectáculo adictivo son sus estupefacientes textos. El argumento recitado en verso hace de las palabras cráteras más hondas. La dirección literaria de Álvaro Tato, consumado y laureado poeta, intensifica un parlamento —ya de por sí— rico en matices.
Cervantina va dirigida a todos los públicos, la universalidad del texto cervantino hace posible la comunicación con el espectador a todos los niveles. La compañía no esconde uno de sus claros propósitos, empatizar con el espectador, y para ello utiliza todos los recursos a su alcance. Uno de los más escogidos es el anacronismo; tras cada uno de ellos, y tras haber aclimatado al público a los modos y entresijos de una época, les sucede la risa. Es cierto que muchas de las escenas se resuelven cómicamente con guiños y gags quizá demasiado cercanos al cliché, pero es tal su desenfado general, su desnudez visual y transparencia, que lo que podría tumbar a cualquier otra obra, es algo perdonable en esta.
Es verdad que no hay ninguna mujer en el reparto, pero de haberla habido, Daniel Rovalher no hubiese gozado de su momento estelar como “la gitanilla”. Es cierto que la obra podría haber contado con más actores, pero nos olvidamos de ellos cuando vemos a Álvaro Tato, magnífico Cervantes, e Íñigo Echevarría, imponente Musa, desglosarse hasta en once personajes. Juan Cañas está espléndido como Monipodio, Miguel Magdalena brilla como Leonora, todos alcanzan su momento de gloria en una sinergia de talentos que confluyen y en no pocas ocasiones hace partícipe al público, pues los actores descienden hasta las butacas y preguntan a personas anónimas buscando en sus respuestas el paso a la improvisación.
Más criticable es que el repertorio de canciones sea semejante al de una comparsa de chirigota, chistes rápidos, de rima fácil, pero como he dicho al principio, Cervantina quiere hacernos reír y lo consigue. La reflexión viene después.
Teatro de autor, en cuanto a que da más relieve al texto escrito que a los demás elementos espectaculares, pero también teatro cómico, pedagógico y moderno, de ese romance entre el gesto del actor y la mirada del público nace Cervantina, un espectáculo que nos recuerda de dónde venimos, pues Cervantes fue un excelente cronista de su época: los celos, el machismo, la picaresca, todo un batiburrillo de defectos que invitan a surgir al pensamiento crítico, a la libertad y la justicia, síntomas y preocupaciones del ciudadano inteligente que Cervantina, cual inoculado virus, quiere despertar.
Si a una obra de teatro le quitamos grandes presupuestos, fastuosos vestuarios, enormes decorados y una retahíla de egos, todo cuanto queda es teatro.
Ficha técnica:
Ron Lalá: Yayo Cáceres, Juan Cañas, Íñigo Echevarría, Miguel Magdalena, Daniel Rovalher, Álvaro Tato
Ayudante de vestuario: Arantxa de Sarabia
Técnico de luces: Javier Bernat
Sonido directo: Eduardo Gandulfo
Asistente técnico: Aitor Presa
Fotografía cartel / Audiovisual: David Ruiz
Soporte pedagógico: Julieta García-Pomareda / Julieta Soria
Traducción y sobretítulos en inglés: Rubén Delgado / Deirdre Mac Closkey
Producción ejecutiva: Martín Vaamonde
Prensa: María Díaz
Redes: Ron Lalá
Distribución: Emilia Yagüe Producciones
Administración: Juan Cañas
Logística: Daniel Rovalher
Gerencia: Íñigo Echevarría
Diseño de producción: Ron Lalá / Emilia Yagüe
Dirección literaria: Álvaro Tato
Dirección musical: Miguel Magdalena
Vestuario: Tatiana de Sarabia
Iluminación: Miguel A. Camacho
Escenografía: Carolina González
Ayudante de dirección: Fran García
Composición musical y arreglos: Ron Lalá
Versión: Ron Lalá
Dirección:Yayo Cáceres
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