Ida, cuerpo y redención
Por Esther Bendahan , 28 marzo, 2014
En blanco y negro, la novicia en la cama abrazada al músico joven le pregunta qué harían mañana: viajaremos, le respondió, ¿y luego?, luego nos casamos y tendremos hijos, ¿y luego? No he desvelado el final de la película, no lo es, además, el film de Pawel Pawilikowski, no lo tiene, es como un comienzo, incluso en la muerte, hay una oportunidad al negro y blanco, a los matices en gris del redimir, no al pasado, pero sí la memoria. En Ida quien muere ha resucitado, por eso puede morir.
La elección técnica de Pawel Pawilikowski corresponde y completa el tema. Trata del viaje que emprende una novicia que descubre que es judía, salvada en un convento junto a una jueza herida, resistente a pesar de sus múltiples tragedias gracias al sexo y al alcohol, les permite conocerse y conocer el pasado. Y al saber hacen que quienes consistieron, los impasibles carroñeros temblaran de miedo, y sólo eso, les despertará algo residual de una conciencia. Ambas son lados del mismo acontecimiento, de la brecha en sus tiempos. Juntas pueden restablecer algo de sus propias historias.
Ida busca el lugar donde enterraron a los padres que no conoció, su tía a los seres que más quiso en su vida, cuando tuvo vida. El asesino, un pobre campesino polaco, buen trabajador, buen cristiano, ve su vida apacible interrumpida, no quiere recordar pero debe hacerlo. Muchos supervivientes cuentan como por ejemplo en Polonia cuando llegaban las ciudades, les rechazaban, les temían, o podían entender que no buscaran venganza. No hay posibilidad de vengar el mal absoluto. Pero los pequeños asesinos, cómplices, temían que les pidieran que devolvieran las casas y objetos que habían robado. No, no buscaban patrimonio sino únicamente comprender, saber, encontrar a sus muertos para decir por ellos un kadich.
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