Información, imagen y subjetividad
Por Eduardo Zeind Palafox , 10 noviembre, 2017
La información, se creía, mejoraba la objetividad. La información, hecha imagen, notamos, incrementa la subjetividad. ¡Contradicción funesta de la edad que corre! La subjetividad empeora todo quehacer político.
Apliquemos a la palabra “imagen” las teorías platónicas. Platón, que a decir del erudito Antonio Alegre Gorri describió el conocimiento casi perfecta, inmejorablemente, dijo que el más vulgar saber proviene de la imaginación, “eikasía”, y que menos vulgar era el de la “pístis”, la creencia, y que la ciencia comienza donde acaba lo opinable, en el pensamiento deductivo, “diánoia”, y acaba en el inteligir, “nóesis” [1].
De tremenda taxonomía podemos extractar el método sociológico, que no consta de observaciones, teorías, experimentaciones e inducciones, sino de cuatro momentos, a saber: ficción heurística y no teoría, ficción con la que se sistematizan imaginarios sociales, opiniones populares, prejuicios en boga e historia, materiales todos que no se someten como a la piedra o al átomo, sino se aclaran, aclaración que enarbola distinciones que penetran lo social, sólo accesible mediatamente.
Opiniones, prejuicios e historia beben siempre de las fuentes de la imaginación, madre de las imágenes, que hoy todo lo invaden (“eikónes”). Pero las imágenes, que proceden de la intuición, pueden ser objetivas, piedra de toque de los conceptos científicos.
¿Qué es lo objetivo? Precisemos citando a Kant (KrV, B236): “Aquello en el fenómeno, que contiene la condición de esta regla necesaria de la aprehensión, es el objeto” [2]. Los fenómenos son representaciones, imágenes, y las imágenes son objetivas cuando son regidas por las reglas de la intuición y del entendimiento. Es objetivo, así, lo que merced a su sustancia (series de fotografías, por ejemplo), a sus cualidades claras (fotografía con contenido histórico), a su permanencia (historiografía) y a su causalidad (necesidad económica y filosófica) puede ser enjuiciado como universal, particular o singular, o como positivo o real. Es subjetivo lo que carece de sustancia, de cualidades describibles y es fugaz y sin causa.
Hablar de imágenes de tal cepa, insustanciales, abigarradas y que signan caprichos sociales, modas, porque sí, es hablar cual locos, sin inteligir y sin conceptuar, imaginando y opinando solamente. ¿Qué problemas ha acarreado la fecundidad de imágenes subjetivas?
Luis Goytisolo, en artículo de nombre “Frustración y narcisismo”, ha escrito: “Distinta, pero referida al mismo tipo de mentalidad, es la observación de Fernando Savater relativa al rechazo, que de forma creciente cunde en el alumnado, hacia toda argumentación llevada a sus últimas consecuencias” [3]. Imposible es argumentar, razonar, con opiniones e imágenes, sin conceptos y sin esfuerzos intelectuales. El autor sigue diciendo: “Ese ejercicio dialéctico, esencia misma del espíritu socrático, es entendido por más de un alumno como una intolerable intromisión o, mejor, como una humillación”. Cierto es, pues nadie tolera que se le destruyan las creencias, esas quimeras nebulosas nacidas de la nada, de la subjetividad.
Otro testimonio lo hallamos en Javier Marías, que en su artículo “Demasiados cerebros de gallina” quéjase de la abundancia de subjetividad que por doquier se percibe. Nos cuenta Marías que muchos alumnos norteamericanos, en llano siglo XXI, afirman que bueno es acallar con la brutal fuerza a los que dicen algo “hiriente” u “ofensivo”. Ambos calificativos, señala, son harto subjetivos, dependientes sólo de las propias creencias y no de bien determinadas distinciones políticas o sociológicas [4].
Las masas, anota Naief Yehya en texto llamado “Bots, el Bronco y la democracia en tiempos de Facebook”, “llegan al ciberespacio cargando un bagaje de certezas y creencias que difícilmente son modificadas” [5]. Los conceptos, hechos de palabras, pueden modificarse, mas no las imágenes, y menos las subjetivas, que carecen de piedra de toque, de materia en la cual probar la veracidad que ostentan.
Finalmente, Josephine Livingstone, en palique norteamericano titulado “University History Departments Have a Race Problem”, refiere que los conocimientos medievales (más iconográficos que filosóficos, sospechamos) hoy son usados en muchas universidades y grupúsculos de fanáticos racistas para desacreditar lo musulmán, lo árabe, lo alcoránico. Nos aconseja, para librarnos de toda tergiversación erudita, recordar que el pasado, la historia, no es fija (imagen) y que sólo se comprende desde nuestros prejuicios y con métodos creados por hombres pretéritos. La “certeza”, sostiene, sólo puede mentir. La “certeza”, recordemos, es efecto ilusorio de los axiomas, que son evidencias, imágenes [6].
Dispensados los testimonios que creemos refuerzan nuestras tesis, analicemos velozmente los procesos mentales que padecen los que prefieren ver y no leer. Captar imágenes y no leer textos nos lleva a creer que podemos conocerlo todo, y quien tal cree supone que el mundo es limitado, simple, una esfera abarcable, por lo que desarrolla el pensamiento geométrico, que es calculador. El mucho calcular, esto es, creer que todo es cercano, medible, provoca la noción de “inmediatez”. Lo lejano que parece cercano, o la “allendidad” (emanación de lo de allá), escamotea la idea de tiempo, el pasado y el futuro y todo lo vuelve “presente”, moderno, homogeneizado.
Quien capta sólo imágenes cree captar totalidades, esto es, no recorre lo visto según la lógica, dinámicamente, sino caprichosa, reversiblemente. Lo reversible, siendo sistema legible que puede recorrerse de cualquier modo, fomenta el gusto por las instrucciones y el desprecio por la elucubración sólida, consecuente. El mundo, que puede conocerse acatando simples instrucciones, es poblado, piensa el fruidor de imágenes, por entes que pueden encajarse en tipologías y por ende interpretarse sin sudor.
De todo lo comentado sacamos la siguiente kantiana conclusión: que textos sin imágenes son vacíos lógicos, posibilidades de lo objetivo, del consenso, y que imágenes sin texto son fuentes de subjetividad, destrucción política.–
[1] PLATÓN, Platón I, Editorial Gredos, Madrid, 2010.
[2] KANT, Immanuel, Crítica de la razón pura, traducción de Mario Caimi, Colihue Clásica, Buenos Aires, 2009.
[3] GOYTISOLO, Luis, Frustración y narcisismo, El País, 27 de octubre de 2001.
[4] MARÍAS, Javier, Demasiados cerebros de gallina, El País, 29 de octubre de 2017.
[5] YEHYA, Naief, Bots, el Bronco y la democracia en tiempos de Facebook, Letras Libres, septiembre de 2017.
[6] LIVINGSTONE, Josephine, University History Departments Have a Race Problem, New Republic, 25 de octubre de 2017.
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