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Into the Woods: ten cuidado con lo que deseas

Por Jordi Junca , 30 enero, 2015

El viento silva a través de las ramas de los árboles, un lobo aúlla en lo alto de una colina. La oscuridad, eso es todo, apenas unos rayos blanquecinos que proyectan sombras sinuosas. Luego están esos sonidos inexplicables, a saber, pequeñas raíces que crujen al quebrarse, o la suave brisa que arrastra consigo los susurros de unos seres que no pueden ser reales. Estamos en el bosque amigos, la cuna de la mitología y, en suma, el origen de toda fantasía. 

Todo empieza en un pueblo donde viven no más de 15 habitantes. Minuto uno de partido y ya interpretan una primera canción. Y en ella, los personajes nos revelan desde un buen principio cuáles son sus deseos y ambiciones. Rápidamente, nos damos cuenta de que muchos de ellos son viejos conocidos. Ahí está Jack, el de las habichuelas mágicas. Una inconfundible caperucita roja un tanto repelente, dicho sea de paso. Cenicienta y sus perversas hermanastras. Por supuesto, una bruja quizás no tan malvada. Y, por último, un panadero y su hermosa mujer, alrededor de los cuales girará toda la trama.

Avatares del destino, todos nuestros protagonistas se ven abocados hacia el bosque. Allí, donde todo es posible, donde las cosas se comportan de un modo distinto. La caperucita se topa con el lobo, el personaje de Johnny Depp, quien, por cierto, sorprende por su escaso peso en la historia. Por su parte, Jack se hace con las famosas habichuelas a cambio de una vaca blanca como la leche. Cenicienta, cómo no, se convierte en una princesa de la noche a la mañana. Y los panaderos a lo suyo, en busca de los objetos que necesitan para hacer desaparecer el conjuro que aún pesa sobre su casa. Pues bien, las cartas ya se han puesto sobre la mesa y todo está listo para empezar el juego.

Lo cierto es que hasta aquí uno podría pensar que nos encontramos ante un homenaje al cuento en su sentido más clásico, una reivindicación de los productos más célebres de la fantasía. Y, sin embargo, poco a poco vamos reconociendo un tono muy distinto, sí, parece que en realidad el género se está poniendo en tela de juicio. A medida que transcurre la acción, confirmamos nuestras sospechas: Into the Woods no es tanto un homenaje sino todo lo contrario. Más bien se diría que es una parodia, como lo fuera el Quijote (salvando las distancias) para los libros de caballerías. Así que Caperucita es una niña cada vez más repelente y menos perfecta. Dos príncipes cantan al amor de un modo totalmente exagerado, hasta el punto que parece que estén padeciendo espasmos mientras cantan. Incluso las hermanastras de Cenicienta son capaces de cortarse un dedo con tal de que entre ese calzado tan valioso, un zapato dorado que las llevaría a palacio y las convertiría para siempre en princesas.

Entonces se acerca el final, o eso creíamos. En efecto, parece que todo va a terminar con un cierre de la historia típico y clásico, donde unas últimas líneas dirán aquello de vivieron felices y comieron perdices. De repente, no obstante, la cosa se alarga. Volvemos al bosque, donde está ocurriendo algo no muy agradable. El color verde que antes lo impregnaba todo, ahora se ha convertido en un gris mortecino. El suelo está embarrado y cubierto por charcos de aspecto putrefacto. Se suceden las desgracias y entre todos pretenden señalar al culpable. Se lanzan acusaciones los unos a los otros, en las que entrevemos el quid de la cuestión: sus ambiciones, a las que cantaban al principio del film, sobrepasaban sus posibilidades. Así pues, lejos del final que uno esperaría en un cuento de los hermanos Grimm, la felicidad se escapa como humo entre los dedos.

Juraría que lo que quiere decirnos Into the Woods es que hay que tener cuidado con la dicotomía entre ficción y realidad. Distinguirlas, tal vez sea esa la clave del éxito; o asegurarse, en definitiva, de que la fantasía se mantiene por siempre dentro de los límites del bosque, exactamente allí donde naciera en los albores de los tiempos.


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