Investidura para una Democracia Difunta.
Por Carlos Almira , 1 septiembre, 2016
El PP de don Mariano Rajoy no está dispuesto a gobernar en minoría. Entiéndaseme. Si tuviera que entenderse con un Partido, con dos como mucho, y con algún diputado del grupo mixto, con quienes poder llegar a acuerdos y componendas puntuales, no tendría ningún reparo. Pero en el Parlamento actual esto no es posible. Esta es la razón principal por la que no va a haber un gobierno que no esté en funciones, o no sea efímero, en España hasta las próximas Elecciones.
Por supuesto, si este Partido y este señor consiguieran once abstenciones del PSOE para una eventual investidura, estarían encantados. Pero no porque esto les permitiera formar un gobierno efímero, que no estaría ya en funciones, sino porque dinamitaría literalmente a su principal competidor tradicional, el PSOE. De hecho, el gobierno que saliera de una tal investidura “ficticia”, duraría apenas unos meses.
Frente a un Parlamento fragmentado, capaz de exigirle prácticamente un desmantelamiento de todas sus reformas de la Legislatura en la que dispuso de mayoría absoluta (la LOMCE, la Ley Mordaza, la Reforma Laboral, la Ley de Dependencia, etcétera), en esta situación insoportable para ellos, el señor Rajoy y su equipo provocarían la disolución de las Cortes y unas nuevas Elecciones Generales, so pretexto de ingobernabilidad. De hecho, el actual partido en el Gobierno debió plantearse, la misma noche de las últimas elecciones, si no antes, el siguiente orden de cosas:
Pprimero, que los españoles castigarían a cualquier partido o líder político que los obligase a volver a votar antes de tres o cuatro añor, pero que no podía haber una legislatura “normal” si no se podía gobernar a discrección. Segundo, y como ese era el caso con los resultados obtenidos, habría que señalar ante la opinión pública a un culpable creíble de la repetición de las elecciones, dado que ésta iba a producirse de un modo inevitable: el candidato óptimo para esto era Pedro Sánchez y el PSOE. En tercer lugar, antes de volver a las urnas era conveniente liquidar al nuevo Partido competidor surgido por la derecha, Ciudadanos. ¿Cómo? Con el discurso de la responsabilidad y el posterior abrazo del oso. Si Albert Rivera se encastillaba en su rechazo, o en una reserva invencible, inicial, a Rajoy, compartiría con Pedro Sánche y el PSOE la culpa ante la opinión pública, de ir a nuevas elecciones. Si no lo hacía, desaparecería desdibujado en un PP refundado, tras las terceras y definitivas elecciones, por los ganadores.
El destino de Ciudadanos, si se cumplen estos pronósticos, será el del CDS o incluso el de UPyD. O volver a Cataluña, como competidor españolista y de Derechas del PP de allí, con el rabo entre las piernas, en el mejor de los casos. ¿Y Podemos? Además de contribuir al descalabro final del PSOE, siempre nos quedará Venezuela, como diría Bogart. Con una izquierda fragmentada en las urnas y una derecha reunificada en torno al PP, se aventurarían años gloriosos de hegemonía para la Derecha.
Ahora lo ideal en este planteamiento, es que en septiembre el PSOE se disloque, le dé once abstenciones, se rompa en dos o más pedazos, le permita gobernar (hacer como que gobierna unos meses), y al cabo, so pretexto de ingobernabilidad, convocar nuevas Elecciones: con Ciudadanos noqueado, un PSOE roto (al que además se culparía, ya junto a los demás grupos, de la convocatoria electoral anticipada), y un Unidos Podemos siempre turbulento, inestable, y enfilado por todos como populista peligroso, utópico, totalitario, chavista, y protector de pésimos cantantes de jotas, se daría el escenario ideal. Este escenario ideal, de cumplirse, debería disparar la abstención por la izquierda, y un trasvase masivo de votos, combinado con ésta, desde Ciudadanos a las filas de un nuevo PP, fortalecido y “regenerado”, por el Centro y la Derecha. Es decir, la hegemonía para muchos años del PP.
Es muy sencillo. Para esta Derecha sin tradicción democrática, debe haber siempre un “Señor Natural”. No se entiende gobernar sin mandar. Gobernar es poner orden. O mejor dicho, conservar y fortalecer un orden de cosas existente. Del mismo modo que en la familia no pueden gobernar los hijos; ni en la escuela los alumnos; ni en la empresa los empleados; ni en la misa los feligreses; ni en el cuartel los soldados; ni el criado puede decirle al señor o a la señora el menú del día; del mismo modo, en un país no pueden gobernar sino quienes representan a los señores naturales en la sociedad. Es decir, ellos. Pues gobernar es mandar.
El único problema, por accidente histórico, son las elecciones. Pero las Elecciones Generales no pueden cambiar el orden natural de las cosas, que es un orden político de origen religioso (“el Señor es mi pastor, nada me falta”, “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”). Eso sería tan absurdo, yendo en la falsa línea de Montesquieu, de Rousseau, o de Locke, del “Contrato Social”, como pretender abolir el hecho natural de la muerte, o la Ley de la Gravedad, por el resultado de unas Elecciones o de un Referendum.
Ayer escuché a retazos distintas intervenciones en el Debate de Investidura. De pronto me asaltó una sensación de irrealidad, como en la adolescencia cuando me enamoraba. Me entristeció y me arrancó alguna sonrisa, la aspereza del pobre Pedro Sánchez. Me emocionó Pablo Iglesias (creo que hasta levanté el puño). Me irritó la simpatía hábil y cínica de nuestro Presidente en funciones. Y me pareció siniestro, Albert Rivera (como esas cosas horribles que suceden en lugares hermosos y encantadores atravesados por espectros del pasado); siniestro por el contraste entre lo razonable y acertado de su argumentación, y el fondo destructivo de su discurso. Como el chillido de una rata en la oscuridad.
Así pues, salvo accidente, habrá elecciones en unos meses.
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