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Jardín cerrado

Por Oscar M. Prieto , 6 mayo, 2016

Leer las columnas periodísticas de Julio Llamazares es a la inteligencia, lo que la manzanilla a los ojos, la lava y la desinfecta, porque cumple con los dos compromisos que en opinión de Albert Camus hacen grande el oficio de escritor: la verdad y la libertad. El escritor «por definición, no puede ponerse hoy al servicio de los que hacen la Historia; está al servicio de los que la sufren».

Escribía, Julio, la semana pasada en El País sobre los paraísos y de cómo, para cientos de miles de personas, millones, el paraíso es llegar a las costas de Europa, «un continente que les garantiza, o debería hacerlo por humanidad, vivir a salvo de la guerra, el hambre o la persecución política o religiosa».

Sin embargo, el paraíso, desde su origen primigenio, que es el que revela su raíz etimológica –paraíso, del latín paradisus, del griego parádeisos, del hebreo pardés, del babilonio pardésu y por fin, del iranio piri-daéza–, significa y supone un ‘jardín cerrado’. Cerrado, privado, exclusivo, que excluye a los excluidos y a los que son expulsados. El Génesis, describe el paraíso como un jardín cerrado por altos muros y cuando Elohím echó de allí a Eva y a Adán, en la puerta de oriente puso querubines con espadas flamígeras para que no encontraran el camino del árbol de la vida.

Y también, el paraíso se concibe como un hortus conclusus, un huerto cerrado, en la pintura del siglo XV. Es un elemento iconográfico para representar a la Virgen en mitad de un jardín paradisiaco, con pozo fresco y amurallado. Así es, en la esencia del paraíso está el ser cerrado.

¿Merece la pena el paraíso? ¿Es moralmente aceptable la existencia de paraísos que dejan fueran? El paraíso está atrofiando nuestra humanidad, igual que el exceso de higiene favorece el Alzheimer y propicia las alergias. Cuando fuimos expulsados del paraíso y caímos en el tiempo, conocimos el dolor y con el dolor aprendimos a sufrir, el arte es fruto del sufrimiento y de los sueños, fuimos capaces de soñar y de luchar por nuestros sueños. Prefiero un mundo abierto, que un paraíso en el que nuestros semejantes queden fuera, encerrados en campos para refugiados. Lo cierto es que no hemos hecho nada para nacer aquí y podríamos estar al otro lado de las vallas.

Salud

www.oscarmprieto.com

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