Jerigonza científica, cosmovisión de las masas
Por Eduardo Zeind Palafox , 14 abril, 2017
Solemos tomar el lenguaje de las ciencias, que es preciso, para aplicarlo a la realidad cotidiana, es decir, no dividida en parcelas científicas, por ejemplo, físicas, químicas, religiosas o históricas. La economía ha vertido muchas expresiones que más han dañado que beneficiado a quienes viven en la mezcolanza de lo pretérito, lo lingüístico, lo psíquico, etc. La terminología científica es en las cabezas científicas mero instrumento, pero en las cabezas de las masas se transforma en cosmovisión.
Extractemos de la revista “The Economist” cuatro ideas: “complejidad social”, “distribución de la riqueza”, “optimismo económico” y “deuda”. Describamos lógicamente cada una de ellas para descifrar el estado mental de la gente común y corriente que las usa.
La idea de “complejidad social” es enorme, pues incluye la palabra “sociedad” y la palabra “complejo”. Juntas parecen captar un existente, un organismo, y por eso crean la ilusión de que vivimos en un lugar con límites políticos determinados.
La idea de “distribución de la riqueza” está sustentada en percepciones ambiguas. No es fácil saber, por ejemplo, quién es rico, quién parte de la clase media ascendente, o quién es potencialmente rico o pobre o rico discreto o pobre elegante. Tan ambiguas percepciones, u opiniones, producen informaciones polisémicas con las que se construyen pobres símbolos de la riqueza (pobres, ambiguos), como lo son los automóviles, el oro, los rascacielos, etc.
La idea de “optimismo económico” es, sobre todo, emocional, es decir, está fuera de toda causalidad determinada, descrita, y por eso nos hace creer que somos libres. Imaginando que somos libres nos inhabilitamos para detectar las fuerzas del mercado que nos oprimen.
La idea de “deuda”, por último”, no puede ser asida con palabras claras porque es negativa, signa una ausencia, y por serlo es casi panteísta y nos mueve a imaginar que bregamos contra oscuras fuerzas, contra las contrarias a la riqueza.
De todo lo dicho, en suma, se obtiene el siguiente párrafo, que es para muchos un concepto mayor: “La sociedad es un organismo regido por leyes cognoscibles que muestra información inmediata, que cualquiera puede interpretar, y que a todos señala las causas y fundamentos de la riqueza, que es una fuerza”. Varios son los fantasmas que andan en las palabras mentadas, tales como “organismo”, “leyes cognoscibles”, “interpretación” y “fuerza”.
De ellos nace una funesta idea cosmológica que Kant formula así: “si se da lo condicionado, se da también la suma completa de las condiciones y, por consiguiente, lo absolutamente incondicionado”. La citada fuente de paralogismos pretende llevar hasta la noción de lo “absoluto” lo visto en la realidad. Recuérdese que toda absolutización engendra fascismos, totalitarismos, etc.
La gente inconsciente, luego, dice regularmente: “El trabajo es la condición de la riqueza y con ella todo es posible, es decir, todo es posible trabajando”. Con esa premisa oscura se urde el siguiente juicio: “Cualquier trabajo, por ser fuerza bondadosa, genera riqueza”. Con tamaño juicio se razona así: “Trabajar enriquece y la riqueza es lo absoluto, esto es, nacimos para trabajar”.
Entendemos, luego, que la gente común y corriente carece de un modelo para interpretar no sólo la mezcolanza de la realidad cotidiana, sino también la parcela de esa realidad llamada “economía”.
Un modelo económico eficiente será hipotético, funcional, estructural, ideal, unívoco y explícito, es decir, señalará los verdaderos fundamentos de la riqueza (no dirá “trabajo”, que significa sólo “tiempo”), describirá el movimiento de las causas y los efectos del trabajo, dibujará el armazón de los mercados, supondrá su perfecto funcionamiento para que resalten sus defectos, brindará palabras precisas con las cuales definir la riqueza y avisará que no es el trabajo, sino la ciencia aplicada, la que enriquece a las naciones.
Los economistas, de cierto, carecen de modelos nítidos para prever los acaecimientos mercantiles. La gente, luego, mejor haría no adoptado la jerigonza científica de ellos, que multiplica lo que debe restarse.–
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