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Juego de tronos 6: ¿El invierno de nuestro (des)contento?

Por Emilio Calle , 29 junio, 2016

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Si con motivo del estreno del primer episodio de la nueva temporada se hacían desde estas páginas algunas reflexiones sobre tan apagado arranque, justo es que se haga lo mismo ahora que ha terminado. Y algo hay que reconocerle a los creadores de la serie,  David Benioff y D. B. Weiss: conscientes de las muchas debilidades en las que podían desfallecer sus logros (más que nada cayendo en el esquematismo o en el esbozo más simplón al no poder ser absolutamente fieles a lo narrado en las novelas, de las cuales se han ido alejando), han sabido sacar fuerzas de flaquezas y conjurando de manera perfecta sus mejores bazas han conseguido dejar la historia con los que probablemente sean los dos mejores capítulos hasta la fecha.

Es cierto que la temporada ha tenido lagunas de una apatía algo desconsiderada, tal y como se comentaba tras ver el primer capítulo. Escenas como la de Tyrion contando chistes o intentando que los demás cuenten chistes para matar la espera mientras hacen tiempo hasta la vuelta de Daenerys y sus dragones, o el insustancial periplo de Sam y Gilly, son ejemplos de tramas o secuencias sin repercusión alguna en los muchos conflictos que estaban por dirimir. O que se hayan alargado un poco artificialmente relatos como la conversión final de Arya Stark en la vengadora que siempre fue, demorándola hasta el último episodio.

Pero dentro del conjunto final, hasta cuesta prestarle atención a esos «defectos». Ya con la inesperada muerte de Hodor, y el aterrador descubrimiento tanto del origen de su nombre como del por qué de su incapacidad para repetir otra palabra, dejaron claro que podían llevarnos hasta otra desoladora cima argumental con un personaje al que muy pocos (que no fueran conocedores de los libros) augurábamos un final tan triste y conmovedor. Y es que casi todo acontecimiento se concentraba para eclosionar en dos episodios con incontestables muestras de maestría, ambos dirigidos por Miguel Sapochnik. El primero, “La Batalla de los Bastardos”, un emocionante alarde técnico y narrativo, y ya es complicado hallar maneras nuevas de contar un encuentro entre dos ejércitos colisionando entre sí. Hipnótico de principio a fin. Y pese a las aristas un poco desconcertantes que muestra ahora una Samsa que nunca dio muestras de malicia alguna, la batalla fue la verdadera protagonista, y proclamaba a Jon como vencedor de una contienda que, en principio, no parecía posible ganar.  Pero que el bueno de Snow, por mucho que ahora todos le proclamen Rey del Norte, no se haga demasiadas ilusiones. Porque en el capítulo que cerraba la temporada, “Vientos de invierno”, dos personajes cobraban un protagonismo al que nadie podrá resistirse. Por un lado, Cersei, la cual ejecuta de manera inmisericorde a todos sus enemigos haciendo que revienten en mil pedazos, edificio sagrado incluido, porque ahora será ella la única a quien adorar (y menuda secuencia, con una composición de Ramin Djawad que por sí sola merecería un artículo completo). Aunque a la monja que la humilló y torturó durante meses, tan ingenua como para creer que la muerte le ha llegado al descubrirse atada a una mesa, le reserva un destino tan brutal que ni siquiera es posible de imaginar (precedido de un monólogo de antología). Incluso es consciente de que su venganza puede conllevar la muerte de su hijo, como así es, al que ni tan siquiera llora. Ha renunciado a todo, el amor incluido, poseída por el hechizo del trono en el que finalmente se sienta como única soberana, y en todo momento, ya sea mientras contempla la devastación que ha provocado o tomando posesión del poder absoluto con el que sueña, con esa escalofriante media sonrisa (excepcional Lena Headey) siempre tan próxima a su boca como también lo está su tan querido vino. Pero lo mismo ha hecho Daenerys, quien al despojarse de forma gélida del hombre al que ama y que sabe que la ama, ha fijado su objetivo, que no es otro el que de vencer y reclamar lo que considera que es suyo, ahora que cuenta con todas las armas y barcos que necesitaba. Y así, sus actos violentos, que siempre han sido celebrados, terminan revelando un tono mucho más oscuro de lo esperado, como si entrenara su extrema crueldad sabiendo que la va a necesitar, y es su gesto (mientras navega ya a bordo de su flota, con su ejército de hombres y dragones), en el que también parece asomarse una leve sonrisa sombría de ambiciones, lo último que veremos antes de que la temporada se cierre.

El tablero ha quedado, pues, completamente despejado. Porque las que van a luchar son sólo dos reinas. No importa que los reinos empiecen a ser cercados por un ejército de muertos ahora que el invierno, después de tanto anunciarlo, ha llegado. Ni otras intrigas palaciegas, como los líos amatorios de los Stark y descendencia. Nada parece amenaza suficiente para desentenderse de la violencia y el horror que se desatará cuando Cersei y Daenerys se miren, frente a frente, por primera vez. Y quizás haya que temer más a los muertos que provocará en ese feroz duelo que a los que vienen con la tormenta.

Aunque para comprobarlo toca esperar mucho tiempo.

Justo ahora que nos han dejado en lo peor del invierno.


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