Jugando a trabajar
Por Ramón Canle , 23 diciembre, 2014
Estoy convencido de que necesitamos acudir al trabajo como cuando éramos niños de preescolar y teníamos que ir al cole: nos fastidiaba dejar la cálida seguridad de la cama cada mañana pero al final del día regresábamos a casa exultantes, habiendo disfrutado de cada minuto. Seremos más felices… y nuestros clientes lo agradecerán.
Traspaso el umbral al tiempo que doy los buenos días alto y claro, sin resultar excesivamente enérgico pero eludiendo ese tono hipócrita tan de lunes a primera hora. Las caras siguen dirigidas a las pantallas de los ordenadores, semblante sombrío, rictus ulceroso y arco ciliar intimidatorio. No me vengas con alegrías a estas horas que lo mismo acabas de arreglarme la mañana. La callada de todos los días por respuesta. Los trajes oscuros y las corbatas fosforito lucen impecables, todavía libres de arrugas. Es una mañana cualquiera de un día cualquiera en una oficina cualquiera y me pregunto: ¿en qué nos hemos equivocado?
“Las caras siguen dirigidas a las pantallas de los ordenadores, semblante sombrío, rictus ulceroso y arco ciliar intimidatorio. “
El riesgo más inmediato es que la estampa le haga entender al visitante que ese lugar, esa actividad, ese momento, no son precisamente los preferidos de nuestro equipo. Querrían estar en cualquier otro lugar haciendo cualquier otra cosa antes que un trabajo que les causa frustración, alienación y, a juzgar por su actitud hosca, incluso ira. La enfermedad que está generando el síntoma podría, entonces, tener que ver con falta de identificación de la persona con su trabajo y su organización, por las razones que sea: tensiones interpersonales con otros miembros del equipo, con la dirección, desacuerdo con los procedimientos operativos y de decisiones en la organización, definición incoherente o incompleta del perfil funcional, incongruencia de éste con sus expectativas y potencial de desarrollo… La gente no es ella misma en su trabajo. La etiología puede ser diversa y conviene estudiarla a fondo para diagnosticar con acierto y establecer un tratamiento adecuado a tiempo, antes de que usuarios y personal decidan poner tierra de por medio entre ellos y esa jaula de tigres cabreados que es nuestra organización.
También cabe la posibilidad de que hayamos establecido, tácita o expresamente, un marco formal tan protocolario que no deja lugar a la espontaneidad, quizás por haber confundido la forma con el fondo, por entender que la calidad de un caramelo se juzga por su envoltorio. No hemos reconocido las diferencias entre formalidad y engolamiento, entre seriedad profesional y seriedad actitudinal entendida como gravedad, afectación en las formas. Queremos parecer serios y lo que conseguimos es resultar ariscos. Todos tenemos nuestros propios problemas y no necesitamos que otros nos hagan partícipes de su infelicidad, así que el resultado es el mismo: clientes, usuarios y colaboradores huyen como de la peste.
Y aquí llegamos, como casi siempre, al punto en el que alguno entiende todo al revés y decide cambiar su imagen corporativa decretando que todo el personal deberá recibir a los visitantes con el consabido “buenos días caballero/señora, ¿en qué puedo ayudarle?” y sonreír como diciendo “observe Ud. qué gran profesional es mi dentista”. Pasamos de solemnes en modo tenías que venir tú a tocarme las narices como si no tuviera ya bastante con lo que tengo, a autómatas modo dependiente de McDonald’s , versión hipócrita que alucinas. No vale. No puedes pretender cambiar un ambiente excesivamente protocolizado imponiendo nuevas normas, aunque éstas se basen en la obligación, so pena de sanción, de contar un chiste cada mañana.
“Necesitamos ir al trabajo como los niños cuando van al cole en Educación Infantil”
Yo creo que necesitamos ir al trabajo como los niños cuando van al cole en Educación Infantil, que son como gatos rabiosos cuando los despiertas, les das el desayuno y los vistes pero una vez que llegan a la puerta de la escuela salen corriendo a jugar con sus amigos. Saben que es su obligación y les apetece tanto levantarse de la cama como darse una ducha fría, pero es raro el día en el que no se lo pasen pirata y no te cuenten en el almuerzo las mil y una batallas de las que salieron airosos vencedores.
Quiero decir que quizás nos haga falta ir a trabajar como quien va a jugar. El otro día leí un artículo sobre la importancia de mantener los objetivos de la Educación Infantil a lo largo de toda la escolarización, puesta en destaque a partir de las investigaciones de Melissa Tooley y Laura Bornfreund, de la New America Foundation, que vienen diciendo que escuchar, compartir, hacer amigos, gestionar emociones, etc. son aptitudes que deben desarrollarse a lo largo de la vida; al menos de la escolar. Menciona el artículo, además, la publicación de la Universidad de Florida “Tools for gettting along” (algo así como “herramientas para llevarse bien”), una selección de actividades de aula basadas en el juego simbólico para enseñar a manejar las emociones, controlar la ira y resolver problemas a alumnos de Primaria y Secundaria. Me hizo pensar; el artículo en cuestión se titula “Beneficios de enseñar lecciones a alumnos mayores las lecciones aprendidas en pre-escolar”. ¿Por qué no incluso después de la edad escolar? ¿Por qué no entender el trabajo como una actividad de aprendizaje a través del juego?
No estoy hablando de la últimamente tan nombrada ludificación (gamification), que busca motivar para la realización de labores a priori poco motivadoras y que parece basar su metodología en la competición, la recompensa y el reconocimiento. Yo estoy hablando del juego como actividad espontánea de crecimiento y desarrollo (y no sólo humana). Karl Gross y Jean Piaget coincidieron en su concepción del juego como ejercicio de funciones necesarias para la vida, aunque el segundo consideraba además una cierta función simbólica. Lev Vigotsky, por su parte, afirmaba que el juego es una forma de integrar formas de organización propias de una cultura y un grupo social. En pedagogía, en general, se considera que el juego como actividad debe proporcionar placer, debe ser libre y espontáneo, compensar diferencias y no necesariamente depender de objetos para poder realizarse. En resumen, jugamos para divertirnos al mismo tiempo que ejercitamos funciones necesarias para la supervivencia y reforzamos significados culturales y conductas sociales. Si a la definición de trabajo pudiéramos añadirle la parte que habla de la diversión, estaríamos hablando de una misma cosa, ¿verdad? ¿Qué nos haría falta?
Trabajar jugando o jugando a trabajar.
De entrada, trascender el envoltorio del trabajo, restarle valor a la forma y otorgárselo al contenido. Quitarle importancia a los despachos sobrios, los trajes oscuros, los anglicismos técnicos, la prensa salmón sobre la mesa del recibidor, los aparatitos (gadgets) de última generación o el deporte de moda entre ejecutivos de pro, si nosotros somos más de colores claros, vaqueros, llamarle a las cosas por su nombre, los comic, el móvil de concha y el baloncesto. La clave es ser siempre nosotros mismos y hacer todo lo posible por divertirnos y estar a gusto. No seamos clones engolados y comportémonos como lo haríamos entre vecinos o parientes, no como si estuviéramos transmitiendo la ley divina al pueblo idólatra. No pretendamos impresionar a los jefes y compañeros en todo momento (esas presentaciones con Power Point…), mantener la distancia y resaltar las diferencias de rango o estatus; recordemos que todos dependemos de todos, que nuestra relevancia en la organización no lo es a título individual sino como parte de un sistema, de un equipo (eso vale para todo el organigrama). En definitiva, no olvidemos que todos somos personas; con nuestros propios problemas, gustos, fobias… No somos tan diferentes unos de otros.
Esta actitud resulta determinante para establecer un clima organizacional sano pero también una imagen corporativa comprometida, productiva y eficiente; clima e imagen corporativos son inseparables. Lo que ves es lo que hay. Una organización estereotipada, pomposa, rígida y reglamentaria, cuyos miembros parecen desayunar bocadillo de guindillas de Ibarra a diario, no augura nada bueno para sus clientes o usuarios.
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