Kudryavka, la perrita cuyos ladridos nadie escuchó
Por Víctor F Correas , 3 noviembre, 2014
Ladra. Porque no puede gritar, que si no, lo haría.
¿Qué narices hace ella allí, metida en esa cápsula tan pequeña, atada a ese receptáculo tan estrecho y con el cuerpo asaeteado a cables? Kudryavka ladra. Con lo bien que estaba en las calles de Moscú… Vagabunda, a su aire. Sí, la comida escaseaba y la que encontraba no era tan rica como la que le han dado en las últimas semanas. ¿Merece la pena para sufrir esto? Quiere salir de allí, pero no puede. Ve gente corriendo a su alrededor de un lado para otro. Voces, gritos. Carreras. Un ladrido, quiere llamar la atención. Hombres concentrados delante de pantallas, otros que se acercan a ella, revisan los cables. Uno la acaricia. Calor, sólo necesitaba eso. Un poco de calor, una simple caricia. ¿Tanto cuesta? Parece que sí. Que nadie le presta atención. Tan ocupada está toda la gente, parece.
El ruido crece. Levantan el receptáculo en el que descansa y la introducen en una especie de bola de metal, un artefacto esferoide. Ladra, ladra. No para de hacerlo. Tiene miedo. ¿Cómo no va a tenerlo? El espacio es estrecho y asfixiante. Un hombre echa un último vistazo al interior. Vuelven a acariciarla. Ese hombre. La última muestra de cariño. Algo es algo. Nadie la escucha. Un ruido. Crece, se hace cada vez más sordo. Ladra de miedo. El ruido es cada vez más intenso. Se mueve, vibra, el espacio vibra. Ladra más. Kudryavka está muerta de miedo. Dentro de unas horas, no más de siete, lo estará de verdad, pero aún no lo sabe.
Un estallido. Todo se mueve a su alrededor. ¡Qué extraña sensación! Tan desagradable que ya no puede ladrar. Su cuerpo se pega al asiento acolchado en el que reposa. No lo sabe, pero está volando. Vuela disparada hacia el espacio donde los minutos pasan tan lentos como la agonía que la asfixiará poco a poco. El calor crece, se hace insoportable. Hace tanto calor que ya ni puede ladrar. Quema, todo quema a su alrededor. Fuera, la eternidad glacial, esa que no percibe. Se abrasa viva. Un último ladrido. Cierra los ojos. A miles de kilómetros de distancia se oyen voces de júbilo y alegría que ella ya no puede escuchar. La misión ha sido un éxito. ¿Un hombre para la siguiente? ¿Por qué no? Pero habrá que ir pensando en un hombre, ¿no? La conversación entre varios de esos alborozados hombres fluye natural. Se lo podríamos decir al camarada Gagarin, que se está entrenando para ello. Puede que acepte. Quizás si. ¿Por qué no proponérselo?
Hoy hace 57 años la perra Laika, originalmente Kudryavka, se convierte en la primera criatura con vida que es enviada al espacio a bordo de la nave espacial soviética “Sputnik 2”. Morirá a las siete horas del lanzamiento. La causa de su muerte será, probablemente, una combinación del estrés sufrido durante el evento y el sobrecalentamiento que tendrá que padecer al sufrir un desperfecto el sistema de protección térmica de la nave.
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