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La alergia a la realidad y sus consecuencias

Por Javier Pérez , 13 marzo, 2014
Evolución de la bolsa de Nueva York, 1920-1940

Evolución de la bolsa de Nueva York, 1920-1940

La realidad tiene mala prensa, desde siempre.  los bisontes de las cuevas de Altamira son una de las primeras pruebas de que es más fácil generar escenarios alternativos, donde la magia sea posible, que resignarse a lidiar a mano desnuda con los bisontes verdaderos.

Ya lo decía Quohelet, aquel viejo aguafiestas que compuso el Eclesiastés:: “Donde hay mucho conocimiento, hay mucho dolor. Donde hay mucha ciencia, hay mucho sufrimiento”

    No hay discusión posible: el deseo de olvidarnos de todo y esconder la cabeza está ahí y es ancestral. Con el tiempo hemos disfrazado, o aderezado, ese mismo impulso con mil teorías psicológicas, pero la esencia central es la misma: la lucidez es fuente de angustia, y comer del árbol del conocimiento te convierte en culpable y te destierra del Paraíso. Por algo uno de los nombres del Demonio es Lucifer, que significa el portador de la luz, nada menos…
  Pero tranquilos, que no me voy a poner teológico ni estáis leyendo mi examen de ingreso en la escuela de telepredicadores.
    El hecho de que la información disponible sea mayor en nuestros días no implica que nuestra naturaleza haya variado de modo que estemos dispuestos a aceptar esa información, y aún menos a integrarla. Nuestra mente es la que es y  cambia a una velocidad que nada tiene que ver con lo que sería necesario para los nuevos usos que le damos. Lo cierto, nos pongamos como nos pongamos, es que somos un producto evolutivo capaz de dominar un cierto grado de complejidad, prever acciones y reacciones de una manera limitada, y asumir riesgos hasta un punto muy concreto y  de muy baja escala. Y ahí, precisamente, en los sesgos de nuestra mente, es donde podemos buscar la raíz de este gran problema que nos conduce a no querer saber nada.
Algunos ya lo habréis oído antes, pero una buena manera de ilustrar lo que es la confianza en el  futuro y en las posibilidades de la tecnología, es la vida de un pavo. Un pavo cualquiera.
El pavo nace en una granja, o en una incubadora industrial. Mira a su alrededor, y no ve a nadie. Entonces un bicho enorme y feísimo lo atrapa, y está seguro de que se lo comerá, con plumas y todo, y en ese mismo instante. Pero no se lo come, sino que lo mete en una jaula con otros muchos pavitos como él, y allí, hacinado, esperando morir en cualquier momento, pasa unas cuantas horas con el corazón acelerado, mientras una fuerza exterior parecida a un terremoto, lo lanza a veces contra las paredes de su prisión o contra sus compañeros de infortunio. Y la pesadilla dura hasta que se ve al aire libre, en un lugar donde pasan muchos monstruos peludos y grandotes.
Después de un tiempo horrible, el bicho enorme vuelve a agarrarlo, por las patas y por el cuello, y el pavo vuelve a despedirse de la vida. Pero no: lo meten en un sitio oscuro y luego lo agitan durante un rato en un lugar ruidoso, hasta que lo dejan en un corral, donde hay otros animales parecidos a él, pero más grandes, y a los que oye llamar gallinas.
¿Cual es en ese momento la confianza del pavo en el futuro? NINGUNA. Esos somos nosotros en las épocas convulsas, en el año mil, en los momentos de varias pestes y guerras consecutivas…
Pero el pavo consigue sobrevivir a aquel día de horror, y el segundo día es un poco menos malo. El bicho enorme y horrible le da de comer por la mañana, y aparta a las gallinas que le molestan. Incluso impide que el perro, otro monstruo espantoso, se acerque a él.
Y el tercer día es un poco mejor, porque se empieza a acostumbrar a su nuevo hogar.
Y poco a poco el pavo va creciendo, siempre bien alimentado y bien cuidado. Y su confianza en el futuro crece al mismo tiempo que va creciendo él. Porque vive tranquilo, sin sobresaltos, y se ha hecho el más grande y orgulloso del corral. Lo tratan mejor que a nadie y las gallinas ni se atreven a acercarse.
Su optimismo y su confianza en el futuro y en sus propias fuerzas crecen sin parar.
¿Y cual es el día de mayor fuerza, confianza y optimismo en el futuro del pavo? La víspera de Nochebuena, por supuesto…
    No parece muy tranquilizador, ¿verdad?
Pero no se trata sólo de reacciones biológicas. También hay mucha gente interesada en hacer disminuir la información asumida, limitando cualquier conato de preocupación. Desde los grandes centros comerciales, que eliminan las ventanas y los relojes de su diseño, para evitar que la gente vea que está lloviendo o que se le está haciendo tarde, los que manejan cualquier tipo de gestión tienen como primera norma evitar la ansiedad de sus administrados.
    Y no es mala fe, sino algo completamente normal. Cualquier gerente competente, trabaje en una empresa o en un gobierno, sabe que existe un umbral de ansiedad a partir del cual la gente pierde los estribos y se vuelve irracional. Y cuando la gente se vuelve irracional las pérdidas se multiplican, las suyas y las de todos.
    Los políticos democráticos temen a sus electores y saben que decirles la verdad puede cerrarles cualquier camino hacia la reelección. Los economistas temen a los pánicos bancarios y bursátiles, con sus profecías autocumplidas y sus hundimientos producidos por la simple falta de confianza en los mercados. Hasta los militares temen a la desmoralización de sus tropas, que induzca una rápida retirada por la escasa voluntad de luchar. Todo, como veis, induce a matar al mensajero que no se avenga a traer buenas noticias o, como poco, a callarse la puñetera boca.
    Para ilustrar lo que sucede, no hay como mostrar un ejemplo gráfico. Quizás así comprendamos a los que nos enfrentamos los que hemos decidido no dar la espalda al problema de la escasez de energía barata.
El gráfico muestra la evolución del índice bursátil Dow Jones entre 1920 y 1940. Echadle un ojo, o mejor aún, miradlo detenidamente. ¿No encontráis nada raro?
En 1929 llega el crack bursátil y la gran Depresión. Eso ya lo sabíamos todos. De 1929 a 1932 se acentúa la caídas, hasta los mismísimos infiernos, con pérdidas superiores al 80% y un desánimo terrorífico.
Pero lo que casi nadie suele ver en esta gráfica es que la segunda Guerra Mundial comienza en septiembre de 1939, ¡y a nadie parece importarle un carajo!
En marzo de 1938 los nazis orquestan una extraña fusión con Austria, o más bien su invasión . ¿Baja la bolsa? No demasiado. Sólo un poco. ¿A quién le importa? En noviembre de 1938 los nazis ocupan los sudetes checos. ¿Y la bolsa? Baja un poquito, pero nada importante. ¿Y en 1939? En 1939 ya no se trataba de malas vibraciones, sino de una guerra enorme ya declarada. Los alemanes y los rusos, coordinadamente, invaden Polonia. Inglaterra y Francia declaran la guerra inmediatamente a Alemania, pero como no se declara también la guerra a Rusia, todo el mundo lo interpreta como una especie de cachondeo para quedar bien, y la bolsa ni se inmuta. Esa es, por supuesto, una de las explicaciones que he leído. Hay ocho o diez más, pero la conclusión no varía.
Si la gente consiguió quitarle importancia a una guerra ya declarada, todo para poder seguir pensando que las cosas irían bien y no pasaría nada, ¿qué puñetas esperamos que digan de la advertencia de que el fin del petróleo barato supondrá un gran desastre?
Y no es derrotismo: es un baño de realidad.


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