La censura, aquel viejo cascarrabias
Por Jordi Junca , 30 septiembre, 2014
Aproveché aquel miércoles festivo para pasear sin rumbo por las calles de Barcelona. Sorteé la catedral (como era de esperar el bullicio ya la había conquistado) y me dejé seducir por la música que, probablemente, provenía de una guitarra española. Pasé de largo al guitarrista, que se había puesto cómodo cerca de la entrada de un museo de cuyo nombre no quiero acordarme. No mucho más tarde, me sorprendí atravesando un amplio arco que conectaba con la Plaça del Rei. Me costó unos segundos reconocer el Palau del Lloctinent. Rápidamente, sin embargo, reparé en aquella puerta de cristal coronada por un cartel de color rojo. Yo no lo sabía, pero se trataba de una exposición que no iba a dejarme indiferente.
Así que abrí la puerta de cristal y cogí uno de aquellos folletos. Los Tebeos de Postguerra, decía. Sin que fuera premeditado, había llegado a un lugar donde iba a descubrir ciertas cosas de un pasado que me parecía remoto. A mano derecha estaba la sala principal, de forma rectangular y relativamente amplia. En el centro, dos vitrinas de cristal dándose la espalda. Dentro de ellas, un sinfín de tebeos; algunos bastante bien conservados, otros visiblemente afectados por el paso del tiempo.
Lo primero que vi al asomarme a la primera de las vitrinas fue toda una sorpresa. Después de eso, la visita adquiriría un mayor interés; a decir verdad, fue entonces cuando me di cuenta de la importancia que tenía todo aquello. Se trataba de un documento mecanografiado, casi con total seguridad mediante una máquina de escribir. No soy un experto, pero aquella tipografía me pareció inconfundible. En cualquier caso, jamás había oído hablar de un papel como ese. Resultó que la censura, aquel viejo cascarrabias, no era un ente abstracto. Podía tocarse, escribirse, manipularse. En efecto, aquel documento era una suerte de informe de lectura pero que, en ningún caso, valoraba el potencial comercial de una obra. Muy al contrario, respondía a una serie de preguntas preestablecidas: ¿Ataca al dogma? ¿A la Iglesia? ¿A sus ministros? ¿A la moral? ¿Al régimen y sus instituciones? ¿A las personas que colaboran o han colaborado con el régimen?
En este caso, las respuestas se reducían a un espacio en blanco. Después de una breve descripción del contenido, una rúbrica confirmaba que la publicación de aquel texto que se estaba evaluando era aceptable. Había oído hablar de la censura, de hecho era obvio que tenía que ser algo así. Y, sin embargo, la impresión que me produjo fue inesperada; un documento mecanografiado, cuyas letras fueron impresas todavía no hacía ni cien años. Tuve la certeza de que igual que pudo ocurrir entonces, podría estar sucediendo ahora; sutilmente, sin hacer ruido, esperando su momento desde la penumbra.
Lo que venía más adelante no era menos sorprendente, aunque a fin de cuentas era la mera constatación del poder de aquel papel al que nos referíamos. Se exponían una serie de viñetas que ejemplificaban lo que ocurría si un cómic no superaba el filtro de la censura. En primer lugar, se comparaban las dos portadas de un mismo ejemplar. A la izquierda, la versión española; a la derecha, la original italiana. Como cabría esperar, las disimilitudes eran considerables y, de hecho, recordaba al clásico pasatiempo solo que las siete diferencias eran mucho más evidentes. Hablamos de Justicia en la selva, un cómic protagonizado por una mujer habitualmente rodeada por animales; una mujer, permitidme la frivolidad, al estilo Tarzán. En la portada original, la heroína viste una especie de bañador moteado que deja al descubierto parte del pecho, los brazos y unas piernas atractivas. En cambio, en la portada española presenta un aspecto muy distinto: la parte de arriba la cubre una camiseta blanca y una falda recoge sus piernas hasta las rodillas. Leyendo entre líneas, uno entiende que la mujer no podía permitirse el lujo de insinuarse. Así pues, suponemos que, en este caso, aquel documento mecanografiado que antes habíamos visto en blanco, tuvo un aspecto muy distinto el día que valoraron esta publicación.
Más adelante, se mostraban más ejemplos relacionados con el efecto de la censura. En una de ellas se veía como en el original se cometía adulterio y como, curiosamente, tras el célebre informe, la escena se convertía en un caso de incesto. Al parecer, el régimen veía con mejores ojos lo segundo que lo primero. En la misma viñeta, la imagen que antes revelaba los pechos pronunciados de la mujer que aparecía en escena, ahora se había recortado para que solo se mostrara hasta el cuello. Y así sucesivamente.
En resumen, uno podía comprobar que, por increíble que parezca hoy en día, se aplicaban distorsiones de este tipo continuamente. La figura de la mujer es uno de los casos más evidentes, pero lo mismo ocurría con temas relacionados con la religión, el patriotismo, el comunismo o la moral cristiana. Por supuesto, ya había oído hablar de ello. No obstante, no pude evitar que la inquietud me invadiera al comprobar que todo eso había sucedido realmente.
Cuando salía por la puerta de cristal ya me había tranquilizado, aunque seguía pensando que tal vez la censura no se había ido del todo. Me acordé entonces de una exposición de un artista que se llamaba Ausín Sáinz. El ayuntamiento de Salamanca la retiró alegando que no era apropiada para los niños. Sin embargo, el pintor siempre sostuvo que el verdadero motivo fue la naturaleza reivindicativa de sus obras: entre otras personalidades, aparecían Rajoy, Bárcenas y hasta la Infanta Cristina coronados por heces en sus cabezas. Es evidente que hemos dejado atrás gran parte de lo que fue la censura. Si se ha ido del todo o no, si volverá o desaparecerá para siempre, eso ya es otra historia.
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