La chica del bingo que leía a Edgar Allan Poe
Por José Luis Muñoz , 24 septiembre, 2022
Bossòst es un lugar extraño y mágico entre montañas, con un Garona que decrece, crece y hasta se desborda, en donde hay un camarero que leía a Thomas Mann, un alcalde que se pasea por las crestas de los tres miles como si fuera su pasarela particular, una chica que se viste de Cleopatra, una rubia de ojos azules que regenta un restaurante y hace un programa de radio, un guardiacivil que levanta mujeres caídas, una tendera que añora una playa mientras fuma en su patio, un renacido que corre maratones con su hijo, una poetisa de pelo blanco, una señora Fina que devoraba todos mis libros y la chica del bingo que leía a Poe.
Vivías en la parte alta del pueblo, en ese grupo de casas que es un mirador junto a los lavaderos. Te gustaba esta villa de “1280 almas”, como la novela de Jim Thompson, en la que te aposentaste cuando trabajabas en ese bingo, el del pueblo, que ocupaba el lugar del Ke Fay, el pub canalla que salía en mi novela “Cazadores en la nieve”. Un año ese bingo patrocinó ese festival que organizamos, nuestro Sundance particular, y hasta el premio de novela negra que otorgábamos. Fuiste el alma de esa jornada en la que, entre el ruido de las máquinas tragaperras, que emulaban Las Vegas de mi “Lluvia de níquel”, organizaste ese acto de entrega del premio para que todo saliera a la perfección. Menuda, morena, trabajadora, los brazos profusamente tatuados, flequillo sobre la frente, expresión dura que se dulcificaba con sonrisas frecuentes, podrías ser la hacker de la saga Milenio entre máquinas que se iluminaban con cerezas y plátanos y enormes pantallas en donde se jugaban partidos de fútbol o los caballos galopaban en carreras para que los jugadores apostaran.
El bingo cerró porque los franceses, los que compraban licores, llenaban los depósitos de gasolina de sus coches y comían paellas, no vinieron a jugar, y los lugareños se divertían de otra manera. Tú aún seguiste meses en el pueblo, porque lo amabas, sobre todo esos paisajes de los alrededores que te daban paz y tranquilidad. Hablamos lo suficiente para saber, al hilo de esa camiseta con un cuervo que con frecuencia me pongo, que te gustaban mucho los cuentos terroríficos de Edgar Allan Poe, y el Valle, ese paisaje extraordinario y wagneriano que apreciamos los que venimos de fuera y nos sentimos en casa, te daba esa paz que buscabas. Imagino que leíste alguna de mis novela, quizá “Marea de sangre” o “Cazadores en la nieve”, que creo recordar que te las dediqué. Dejaste ese pueblo bendito, el de las “1280 almas” de Jim Thompson, para ir al sur, a Tortosa, también a un bingo, pero con la idea de regresar a Bossòst, porque su magia y belleza ya te habían robado el alma y el corazón, porque en los bosques de sus alrededores, en los días de niebla cerrada, podías sentir a Poe en su paisaje, entre las ramas de esos bosques del silencio.
La última imagen tuya que tengo es la de ese video tan especial, mudo, felicitándome por haber sobrepasado la setentena, que ya son muchos y pesados años, que vi con mis amigos en ese local social que es Eth Hiru, adonde querías volver para trabajar codo con codo y hacer compañía mi amigo, ese camarero que leía a Thomas Mann. Con carteles, escritos de tu puño y letra, felicitabas a un tipo especial, y no pude agradecértelo.
No pudo ser cumplir ese sueño de vivir y trabajar en Bossòst. No volverás al Valle, pero quizá sí tu alma, puede que la más bella palabra del castellano, Olga, se quede entre nosotros. No te veremos ya más lucir tus vistosos tatuajes por las calles empedradas del pueblo ni esa sonrisa que dulcificaba la dura expresión de tu rostro enmarcado por ese flequillo de ala de cuervo. Unos desalmados cobardes y asesinos, como los que salen en las novelas que escribimos o en esas películas que tanto nos gustan, te dispararon en la cabeza, a bocajarro, y te mataron. Esa realidad que supera a la ficción, ese mal que anida entre nosotros y es una ruleta rusa que aprieta un gatillo el día menos pensado, te ha apeado de la vida. Tengo que borrar tu nombre de mi agenda, como muchos otros en este año fatídico en que se me están muriendo demasiados amigos. Anda la Parca muy activa con su maldita guadaña segando vida tras vida, sedienta de muerte. Eres el segundo amigo que muere tiroteado; el primero lo fue en Sinaloa, México, y tú aquí, en Tortosa, España. Cada vez que vea aletear un cuervo en el Valle, o lo oiga truncando el silencio de los bosques, sé que voy a recordarte, chica del bingo que leías a Edgar Allan Poe.
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