La ciudad: democracia, proyectos y títeres
Por Andrés Expósito , 14 marzo, 2014
La ciudad parece un negocio, un ejercicio comercial y bancario, no un asentamiento de la especie humana para residir y convivir.
Los ciudadanos parecen unos títeres plurales e inocentes de innumerables y desconocidas estrategias y elucubraciones por las empresas y gobernantes. Albergan con sus paradigmas y conceptos y nociones para convivir, la seducción de lugares seguros, ciudades apoteósicas y tranquilas en entornos urbanos asequibles, pero…
¿Qué hay detrás?
¿Qué nos dejan hacer?,
¿Con qué nos engañan?
¿Qué nos dan a cambio de no protestar o exigir o hacer?
¿Por qué nuestras decisiones, y nuestras necesidades y nuestros gritos de dolor no son escuchados?
¿Quién abandera en realidad la tiranía y la actitud anti-sistema, aquel que protesta por la desigualdad, o quién la convoca y la implanta?
En realidad, ¿al Poder le importa el ciudadano?
En realidad, ¿al Poder le importa la convivencia social y humana, plausible y digna de los ciudadanos?
No puede el ciudadano quedar a un lado en la decisión de los proyectos necesarios o innecesarios para la ciudad en la que residen. Lógico y coherente sería pensar que quienes residen en la metrópolis, deberían solventar o participar en la disposición, confirmación o negación de proyectos. Pero no, como herencia inútil, estafadora y mentirosa, solo el ciudadano puede participar en la decisión cada cuatro años para elegir o establecer quién será el gobernante durante los siguientes, y con eso nos estafan, con esa idea nos manipulan e hipotecan, y eso ocurre en la mayoría de ciudades de todo el mundo. Debiera la premisa y el concepto de Democracia atender otras maneras y sostener la participación del ciudadano en mayor medida, y es que, al contribuir económica y socialmente con los deberes, los derechos y la participación tendrían que fraguarse en idéntica tesitura. Digamos que, cada proyecto o presupuesto debería venir predispuesto y dirigido por lo que la mayoría de ciudadanos decide, vota y acierta a entender que es lo más prioritario y necesario, y no la banalidad e irrisoria determinación de quienes gobiernan, aunque estos hayan sido elegidos por la mayoría democrática de las ciudadanos. Lo que no debe tolerarse es que estos alberguen manga ancha y desidia y narcisismo para creerse y erigirse como bandera y sentimiento de todos, aunque todos lo hayan elegido. La elección no contempla, en ningún caso, conformar y contener, en todo momento, la exclusiva decisión, la única alternativa, el egocentrismo dictatorial que solo ellos pacten o consideren como laudable y necesario para el ciudadano, y más cuando este aborrece de ello.
No puede ser la ciudad un cercado vallado de ovejas, debe preservar la libertad y la dignidad del ciudadano para residir y vivir en ella, en todo caso no fuera así, la ciudad no es útil, no es sincera, no es necesaria, y habría que forjar o elucubrar otro asentamiento que se acerque a algo laudable y cercano, donde los derechos de quienes habiten y residan en ella, tracen la exclusiva elocuencia, y asistamos a una convivencia correcta y loable.
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