La codicia
Por Oscar M. Prieto , 25 abril, 2016
El poeta Ovidio nos cuenta en sus deliciosas Metamorfosis, que Baco, el dios del vino, agradecido al rey Midas porque le hubiera devuelto sano y salvo a Sileno, su viejo ayo y compañero de fatigas, “le concedió el agradable pero nada provechoso derecho de desear un don”. Y ya se sabe, que a veces los dioses castigan a los hombres concediéndoles sus deseos. Midas, que nunca había sido famoso por su inteligencia, como luego veremos, formuló a la divinidad el siguiente deseo: “Haz que cualquier cosa que toque con mi cuerpo se convierta en amarillo oro”.
Una vez concedido, quiso comprobar su eficacia, arrancó una hoja de encina y en oro al instante se convirtió, levantó una tosca piedra y al instante palideció de oro, las mieses de trigo, las manzanas, todo aquello que tocaba en preciado metal se transformaba, incluso el agua de una fuente al lavarse en ella. Así se ufanaba pensando en todo lo que tocaría y en el oro y riquezas que con sólo tocar acumularía, hasta que sus sirvientes le preparan la mesa, llena de sabrosas viandas y comprueba que el pan, el vino, todos aquellos manjares con apenas acariciarlos se volvían inútiles alimentos, convertidos en piezas de oro. Es entonces cuando “rico e infeliz, desea escapar de la riqueza y odia lo que hace poco había deseado” y lo que había imaginado como el mejor de los dones –ser inmensamente rico- se convierte en un suplicio.
El afán de riquezas, de acumular riquezas, la codicia, sin duda debe de ser un suplicio, una tortura, la de siempre desear todavía más, más riqueza, sin otro motivo, sin ningún otro fin, nada más que tener, poseer, más y cada vez más. La codicia es uno de los males de este mundo, la codicia de algunos es la que lleva a un reparto tan excesivamente injusto de los bienes. Pero los dioses castigan siempre la hybris, el exceso, es un pecado que nunca perdonan y al igual que Midas se arrepentirán. ¿Acaso les compensa todo el oro del mundo y acabar con los huesos en prisión e incluso con sus hijos arrestados?
A Midas, al final, le salieron orejas de burro, que intentó disimular. Hay que ser muy tonto para dedicar la vida a acumular dinero. Muy tonto. Ya lo dice el catecismo: contra codicia, generosidad.
Salud.
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