La Comunidad de Marinus
Por Víctor F Correas , 3 septiembre, 2015
Existen cuestiones que es mejor no airear. Por uno mismo y los demás, para no complicarse la vida. Fútbol, política y religión. Esas tres. Las que más pasiones, debates encendidos, discusiones y aspavientos provocan. Así que, cuando se saca a pasear cualquiera de las tres, ocurre lo que ocurre; que ya la tenemos liada. Lo que le pasó a Marinus.
Marinus.
Marinus era un cantero natural de la isla de Arbe, en la actual Croacia, y le dio por hacerse cristiano. Y eso, en época del emperador Diocleciano, estaba mal visto. El emperador, viendo lo rápido que se estaba extendido dicha religión, dijo que hasta ahí había llegado la broma y decidió eliminar el Cristianismo y a sus seguidores. Y sí, ahora es cuando nos vienen a la cabeza esas imágenes de las películas de romanos de los cincuenta y sesenta: ese grupo de cristianos, todos apiñados en la arena del Coliseo de Roma, rodeados de fieras sin probar bocado durante semanas, relamiéndose. Marinus, que de tonto no tenía ni un pelo, no se veía dando de comer tajadas de su cuerpo a leones y panteras, por lo que juntó a todos sus acólitos y se refugió en la cumbre del Monte Titano, en los Apeninos, tal que hoy hace mil setecientos catorce años. Allí, rodeados de la naturaleza y sintiéndose seguro, el grupo construyó una iglesia dedicada a San Pedro. Los refugiados comenzaron a crecer en número y llegó un momento en que ya eran toda una comunidad. Y como todos le debían a Marinus seguir con vida, qué mejor homenaje que nombrarla ‘Comunidad de San Marino’, que se convirtió casi en un pequeño estado. Con los años, el estado cambiaría su denominación para pasar a llamarse República de San Marino, que queda más lustroso. ¿O no?
De esta manera tan prosaica comienza el repaso a este tres de septiembre que, hace ochocientos veintiséis años, vivió la coronación de Ricardo I de Inglaterra como rey en la Abadía de Westminster. Otro peliculero, el llamado ‘Corazón de León’; al que un buen día le dio por irse a conquistar Jerusalén. Allí se lio a mandobles con cruzados alemanes y franceses, y cuando regresó a Inglaterra tras un periplo para contarlo con calma se encontró con que su hermano Juan Sin Tierra le había robado el trono. Un cuadro. Acabó sus días, una vez recuperada la corona, junto a las murallas de la fortaleza de un vasallo suyo, el vizconde de Limoges, que estaba siendo asediada por su ejército. Mejor. Así no tuvo que aguantar a su hermano Juan, que volvió a ser rey una vez muerto el Corazón de León. Ya digo, una vida para contarla con más calma.
Y más cosas que trajo el día. A saber: la fundación de la Iª Internacional Socialista en Ginebra tal que hoy hace ciento cuarenta y nueve años. Su divisa: “Tenemos por principio el derecho al trabajo, y por fin la revolución social”. Ahí queda eso; Francia, que hoy hace doscientos treinta y dos años se convirtió en toda una referencia al dividir los tres poderes: el ejecutivo, el judicial y el legislativo. División que aún sigue vigente, aunque en ocasiones no lo parezca; y Malcom Campbell, un piloto británico que hoy hace ochenta años logró un nuevo récord de velocidad en tierra al volante de su vehículo ‘Bluebird’. El tipo alcanzó las trescientas una milla por hora en una milla recorrida en ambos sentidos. Que ya es para los tiempos que corrían.
De los que hoy vinieron a este mundo y se marcharon de él porque les llegó su hora, uno en especial a destacar: un tipo que nació hace hoy setenta y cinco años en Montevideo. Un periodista interesado por la globalización y sus efectos negativos. Sus pensamientos los dejó recogidos en obras como Patas arriba, la escuela del mundo al revés, Las venas abiertas de América Latina o Bocas del tiempo. Como dicen al otro lado del Atlántico, recién nos dejó Eduardo Galeano, el escritor del que estoy hablando.
Que el jueves os sea leve a todos.
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