La crisis, los ideales y la sabiduría de Confucio
Por Ignacio González Barbero , 28 enero, 2014
«La ‘humanidad’ consiste en formarse formando a los demás, en lograr haciendo que logren los demás»-Confucio
Las épocas de gran crisis social y económica ponen sobre la mesa la humana tensión existente entre lo real y lo ideal. Nunca más lejos parecen el uno del otro, pues nunca, debido a la acuciante miseria, tenemos más apego por la consecución de una sociedad mejor, de un mundo libre de los males que nos aquejan. Inevitablemente, la contrariedad moral nos invade y nos exige un trabajo de lucha por lo que es más justo. Esta reacción trae consigo -latente- el miedo a la desaparición definitiva de toda posibilidad de obtener el ideal ansiado. Un miedo que nos agita, nos conmueve y nos lanza con intensidad a la calle. Sin embargo, las estructuras de poder, que marcan el sentido de lo corriente y lo normal, tiran con hercúlea fuerza de nosotros para someternos al conformismo, dolencia que generan una honda abulia moral y la muy probable destrucción en nuestra conciencia de cualquier ideal «problemático».
Si miramos en tiempos pasados, e incluso en culturas extranjeras, descubrimos que esta dialéctica de ideas y de fuerzas se muestra con total transparencia. Y no hay nadie mejor para instruirnos sobre lo que significa vivir en un período de crisis y no amilanarse -tratando de superarlo a través de la bondad, la virtud y la justicia- que Confucio (551- 479 a.C), una de las personas más influyentes de la historia de la civilización china. La coyuntura social que le tocó en suerte estaba abocada al desastre, pues preponderaba la ambición de las grandes familias, dueñas de los señoríos independientes que componían un mapa político complejo. El afán de lucro y dominio, unido a la explotación de personas para obtener estos fines, llevaron al despilfarro de recursos y al agotamiento del pueblo, que estaba anulado y alienado por el trabajo y, además, era diezmado progresivamente por las incesantes guerras.
Confucio afrontó esta cruda realidad con la serenidad característica de los sabios orientales. Así, obtuvo, gracias a sus méritos profesionales, el puesto de consejero de uno de los grandes duques de su tiempo. Su eficacia laboral fue tal que en muy poco tiempo reinó en las tierras a cargo de ese duque el orden, la armonía y la justicia. Sin embargo, tras unos meses de bienestar, inadvertidamente, comenzó a priorizar el placer personal al bienestar del pueblo: comidas opíparas, fiestas sexualmente desenfrenadas…etc. En consecuencia, desatendió los asuntos de la vida diaria de los ciudadanos, con la consiguiente pérdida de la justicia y el orden.
Nuestro protagonista, indignado ante tanta falta de integridad, honradez y equidad, abandonó su puesto y la tierra que el duque gobernaba -en la que, por cierto, había nacido. Se dedicó a vagar, junto a sus discípulos, por regiones colindantes ofreciendo sus servicios como consejero, pero era visto como un elemento subversivo, pues se dedicaba a hablar de la ‘humanidad’ y la virtud imperantes en un tiempo pasado ejemplar al que había que volver. Es más, no distinguía entre personas de extracción humilde y personas nobles, porque lo importante era la búsqueda de la mejora moral propia a través del ejercicio de la bondad y la justicia, realizara quien la realizara. En un mundo tan profundamente jerarquizado como el suyo, esta consideración igual de los intereses de los nobles y los humildes (la “masa”) resultaba muy molesta e incómoda. Ahora bien, este hecho no impidió que miles de discípulos siguieran sus pasos y difundieran sus enseñanzas (según cuenta la historia).
En plena ancianidad, volvió a su tierra natal. Y murió allí, rodeado de la injusticia que tanto intentó corregir y apagar. Importante ahora es repasar, con el respeto debido, sus más relevantes enseñanzas. Aprendamos y luchemos.
El estudio, la reflexión y el saber
Confucio fue el primer maestro particular, el primero en impartir sus enseñanzas, no ya sólo a los jóvenes nobles, sino a todo el que mostrara buena voluntad y recta disposición hacia la virtud (“enseño, no discrimino”). Cualquiera puede ser, en sus palabras, “hidalgo” (virtuoso/noble moralmente) o “villano” (vicioso); es independiente del linaje. El pobre por nacimiento no lo es en sentido moral si demuestra poseer las ejemplares cualidades del hombre excelente; y al contrario: el rico de cuna puede ser un ser moralmente despreciable y deleznable. Importante es añadir, además, que muchos de sus discípulos eran de extracción muy humilde.
Una de sus más relevantes prédicas consistía en destacar la importancia del estudio y la reflexión constantes, tareas inseparables y complementarias que han de ser practicadas y desarrolladas a lo largo de toda la vida. Así, el maestro chino nos dice:
- “Estudiar sin reflexionar es vano, reflexionar sin estudiar es peligroso”.
- ¿Has oído hablar de los seis principios y sus seis defectos? (…) Siéntate, te los diré. El defecto de quién cultiva la ‘humanidad’ y no el estudio es la estupidez. El defecto de quien cultiva la sabiduría y no el estudio es la dispersión. El defecto de quien cultiva la palabra dada y no el estudio es la bellaquería. El defecto de quien cultiva la franqueza y no el estudio es la insolencia. El defecto de quien cultiva el arrojo y no el estudio es el desafuero. El defecto de quien cultiva la firmeza y no el estudio es el fanatismo” .
Esta necesidad de formación sin descanso viene determinada por la idea de que el vasto campo del saber nunca puede ser abarcado. Uno ha de adoptar una posición humilde ante él y procurar no cejar en el empeño de estudiar y reconocer las deficiencias propias:
- “Si me fueran dados más años de vida, dedicaría cincuenta al estudio del I Ching; evitaría así cometer errores graves”.
- “Considera que sabes lo que sabes, considera que no sabes lo que no sabes. Ése es el saber”
- “¿Que tengo saber? ¡Qué voy a tenerlo! Un aldeano me hizo una pregunta, y no encontré contestación alguna. Examiné la cuestión de cabo a rabo y me di por vencido”
La bondad, la virtud y la ‘humanidad’
La aversión de Confucio hacia los lujos y la pantomima de los ricos y los poderosos era rotunda y sin fisuras. Esos gestos y prácticas impiden el desarrolló de la virtud y la bondad, favorecen la práctica del vicio y, resumiendo, reproducen la injusticia social. En sus asertos vislumbramos la preferencia por una vida austera y desprendida:
- “El lujo conlleva soberbia. La parquedad conlleva humildad. Antes quiero ser humilde que soberbio”.
- “Tomar mijo basto y beber agua fresca, usar el codo como almohada, también en esas cosas se llama deleite. Riqueza y honores, si injustos, son para mí como nubes flotantes” .
Estrechamente relacionado con su desprecio de la vida descontrolada de los adinerados, está su aprecio por la práctica de la bondad y la virtud. Aún así, es consciente de que este comportamiento no es usual ni común en su mundo:
- “¡Es inútil! Aún no he visto a quien ame la virtud tanto como a la belleza física”.
- “¿Qué piensa de pagar iniquidad con bondad? – ¿Y con qué pagarías la bondad? Hay que pagar iniquidad con rectitud, y bondad con bondad».
- “No cultivar la virtud, no ponderar el estudio, advertir lo que es justo y no hacerlo, ser incapaz de remediar lo que está mal; estas cosas son las que me inquietan”.
La suprema cualidad personal de todo individuo es la «humanidad”. Parte de la conciencia plena de la existencia de los demás seres humanos, individuos iguales a nosotros, lo que implica un deber y un compromiso con su bienestar. Compromiso que ni el mismo Confucio consideraba tener. En sus palabras:
- Si la voluntad tiende hacia la humanidad, no habrá mal.
- La ‘humanidad’ consiste en formarse formando a los demás, en lograr haciendo que logren los demás.
- Quien pueda practicar cinco cosas bajo el cielo poseerá ‘humanidad’ (…) Deferencia, magnanimidad, diligencia y bondad. Sé deferente y no serás ofendido, magnánimo y y te ganarás a las multitudes, sincero y tendrás la confianza de los demás, diligente y obtendrás grandes resultados, bondadoso y serás digno de mandar.
- “Fan Chi preguntó qué es la humanidad. El maestro dijo: “Amar al hombre”. Fan Chi preguntó entonces acerca de la sabiduría. El Maestro dijo: “Conocer al hombre”. Fan Chi no entendió. El Maestro añadió: “Promover al íntegro, apartar al injusto, de modo que el injusto se torne íntegro”.
El hidalgo/gobernante y el villano
Una idea fundamental en el pensamiento confuciano -ya comentada en este humilde ensayo- es que la hidalguía o villanía en la virtud no dependen de la clase social a la que pertenece la persona, sino de su buen o mal comportamiento con los demás. Así, el hidalgo, gobernante ideal que encarna la humanidad en sí, no es necesariamente una persona noble en lo material, como pudiera sugerir el nombre, sino un individuo excelente en lo moral (sin importar su origen o procedencia). Hemos de tener en cuenta esta clave de interpretación a la hora de leer sus reflexiones:
- “El hidalgo perfecciona las excelencias del hombre, no sus vicios. El villano hace lo contrario” .
- “Cuatro de las cualidades del hidalgo: en su conducta privada, es digno; en el servicio a sus superiores, es respetuoso; en su sustento al pueblo, es benéfico; y justo en su imposición de prestaciones”.
- “El hidalgo entiende de justicia; el villano entiende de provecho”.
- “El hidalgo piensa en la virtud; el villano en la hacienda. El hidalgo piensa en las reglas, el villano, en los privilegios”.
Los consejos al gobernante,“el hidalgo”, son muy comunes en el pensamiento chino de la época de Confucio. Éste incide con sus reflexiones en la idea de que el encargado de mandar ha de ser ejemplo moral, expresión pura y material de la “humanidad”, antes que cualquier otra cosa:
- “¿Qué os parecería si matara los corruptos en favor de los honrados? – Para gobernar, señor, ¿de qué os serviría matar? Desead el bien y el pueblo será bueno. La virtud del hidalgo es viento, la virtud del villano, hierba. Cuando el viento sopla sobre la hierba, la doblega”.
- “El señor Ji Kang preguntó al Maestro Kong acerca del gobierno. El Maestro Kong contestó: “Gobierno es rectitud. Si sois recto, ¿quién osará no serlo?».
- “El señor Ji Kang preguntó: ¿Cómo conseguir la veneración, la lealtad y el esfuerzo del pueblo? El Maestro: “Tratadlo con dignidad, y seréis venerado. Mostrad piedad filial y paternal solicitud, y obtendréis su lealtad. Promoved al hombre de talento e instruid al incapaz, y el pueblo se verá animado al esfuerzo».
Los “antiguos”, la tradición y los ritos
Confucio sentía gran querencia hacia la antigüedad. No enseñaba nada “nuevo”, como él dijo en muchas ocasiones, no inventaba. Se dedicaba, sencillamente, a transmitir lo aprendido de los maestros de antaño, los cuales, además, poseían unas cualidades morales a imitar. Entre todas ellas, destacaba la observancia reverente de los ritos y las ceremonias, necesarios para mantener el orden y el concierto individual y social. Y a estas prácticas reclamaba volver.
- Yan Yuan preguntó acerca de la humanidad. El Maestro dijo: “Templarse y volver a los ritos, en eso consiste. Por poco que pueda uno realizarlo, verá todo bajo el cielo avenirse a su humanidad. (…) No mires nada contrario a los ritos, no escuches nada contrario a los ritos, no digas nada contrario a los ritos ni hagas nada contrario a los ritos”.
- “Ocupar elevados cargos careciendo de magnanimidad, practicar los ritos sin mostrar reverencia, acudir a los funerales sin sentir aflicción, ¿cómo tolerar semejante espectáculo?”.
- “Las gentes de la antigüedad tenían tres defectos que hoy se han perdido. Antaño, los extravagantes eran desenvueltos; los de ahora son disolutos. Antaño, los orgullosos eran rigurosos; los de ahora son coléricos e intratables. Antaño, los necios eran rectos; los de ahora son aviesos”.
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