La Cuarta, entre la ensoñación y el apocalipsis
Por Anna María Iglesia , 9 octubre, 2014
Por Anna Maria Iglesia
@AnnaMIglesia
Nunca suelo leer las contraportadas de los libros; como las recurrentemente falaces fajas promocionales con seductoras y vacuas palabras, las contraportadas, en el caso que no sean un resumen del libro más propio de la nota de prensa, suelen ser breves textos promocionales, evidentemente más disimulados hallándose en el dorso del libro, que ofrecen, entre florituras lingüísticas, una atractiva clave de lectura del libro, pues no les interesa resumir la trama, sino seducir al lector con el misterio hermenéutico que la propia trama esconde.
Fiel a mi costumbre, convertida ya en principio ético, cuando tuve en mis manos La cuarta, la novela de Mario Crespo publicada en Lupercalia, ignoré el texto de la contraportada para adentrarme de inmediato en sus primeras páginas, sin embargo, tras el primer tramo de lectura y tras haber dejado el libro en una mesilla de noche absorbida por los libros pendientes así como los libros ya consumidos que todavía no merecen descansar en los estantes, observé que la contraportada estaba firmada por Victor Balcells Matas. Conociendo la rectitud crítica y la exigencia lectora del autor de Hijos apócrifos no pude evitar saltarme todo principio y leer cuanto había escrito. El texto de Balcells Matas comienza con dos interrogantes: “¿Cómo se gesta un mito? ¿De qué manera una sucesión de hechos puede llegar a trascender en el imaginario de toda una sociedad en forma de relato legendario?”. Las preguntas que se realiza Balcells Matas han sido el punto de partida para las diferentes reseñas que se han publicado de La cuarta; la contraportada trascendía el público e impregnaba el análisis crítico, un análisis que no se equivoca al afirmar, como hace el autor de Hijo apócrifos poco después, que la novela de Crespo es narración del “complejo proceso de gestación de un profeta y su religión”. En efecto, lejos de las florituras y exageraciones, Balcells Matas se ciñe a la verdadera –sin excesos de loas ni efectismos que convierten el texto en otro- esencia temática de La cuarta, a pesar de que, resulta reductivo detenerse en este comentario, puesto que la propuesta de Mario Crespo sobrepasa la mera narración del nacimiento, en la época contemporánea, de un mito. Si bien, no es deber de la contraportada desplegar todos los valores semánticos de la obra, si es cierto que resulta paradójico que la crítica, apoyándose precisamente en las breves líneas de la contraportada –cuando no de la faja promocional- sí lo haga.
La Cuarta desarrolla el tema de la construcción del mito a través de la puesta en cuestión de la religión, del relato religioso en el siglo XXI, es decir, una vez que ya ha muerto Dios, cuando, al menos en apariencia, la figura de un salvador o, por lo mínimo, de un referente mítico, construido a partir de la fe, ya no es viable. Es cierto, me dirán ustedes, que tras la muerte de Dios ha nacido la autoayuda y los innumerables libros teñidos por un misticismo de ir por casa que buscan dar respuestas y sosiegos a una sociedad desorientada que observa –y éste es otro de los aspectos presentes en la novela de Crespo- el progresivo deterioro de un mundo – como diría Zwieg- el de ayer, que está llegando a su fin. Para abrazar en una sola narración estos dos aspectos, tan distintos como tan imbricados, Crespo, aun basándose en la doctrina católica, “toma ideas de las religiones iniciáticas y de otras religiones”: La cuarta es, en palabras del propio autor “un collage, un pastiche de ideas preexistentes que bien mezcladas han resultado un gran negocio y un gran instrumento de control”. Crespo pone en cuestión la mercantilización de la fe y de sus mitos, subrayando el carácter profano e, incluso, ideológico de estas “nuevas iglesias”, a la vez que es precisamente el carácter mercantilista y utilitarista dominante del siglo XXI el que lleva al individuo a buscar un rescate en forma de Mesías.
“La ‘nueva espiritualidad’ que nos narra La 4º busca llegar a lo divino a través de la experiencia, no de un dogma de fe, y posee además otras peculiaridades”, comenta Crespo quien hace hincapié en la figura del protagonista, Carlos, alguien respondería a la categorización lukácsiana de antihéroe a la vez que escaparía de la definición de mártir, puesto que él mismo es responsable de su inmersión y su, consecuente, caída en el mundo del tráfico de drogas en el que termina inmerso, tras su incursión adolescente en la noche madrileña de los años ochenta; lo paradójico, es que la caída de Carlos no es definitiva, así como tampoco lo será el coma, estado en el que permanecerá durante largo tiempo y del cual nadie prevé salida. Carlos siempre resucita, Carlos es el único que sobrevive mientras, a su alrededor, todo se derrumba. Carlos sobrevive al paso del tiempo, sobrevive a los fatídicos años ochenta y consigue escapar de la prisión –metafórica y literal- de los años noventa; Carlos sobrevive hasta un futuro 2046, tiempo histórico en el que concluye una novela en la que predomina el realismo –aunque la perspectiva de los personajes es alterada por su misticismo y su deseo de huida de una realidad de la que no se sienten partícipes- hasta el último capítulo ambientado en un “futuro que es más bien distópico” En este último capítulo, como indica Mario Crespo, se narra cómo “en el año 2046 se ha operado un cambio de sistema socioeconómico y se está produciendo una revolución comandada por la Cuarta Iglesia, un movimiento social que se preocupa de los asuntos del espíritu en pos de cambiar la situación sociopolítica de Occidente”. El cambio que se produce en un futurible 2046 es el resultado de nuestro presente, es el mundo, podría decir, tras el apocalipsis de un sistema que ha agotado este mundo de hoy que, en el 2046, ya puede denominarse un “mundo de ayer”. El origen del lento y significativo declive que lleva a un apocalipsis o, en otras palabras, que conduce a la muerte del sistema y que, no por casualidad, coincide con el coma de Carlos, tiene sus orígenes tiempo atrás, en aquellos años ochenta en los que Crespo sitúa la adolescencia del protagonista: ”los ochenta, figuradamente, pueden resultar una suerte de Apocalipsis, pues en ellos se opera un gran cambio socioeconómico; la mutación capitalista”, comenta el autor, para quien aquellos años de “Margaret Thatcher y Ronald Reagan, de la Guerra Fría y la economía de mercado” representan “el fin del mundo bipolar”. Los ochenta se convierten, por tanto, en la novela en la antesala del apocalipsis, de un Apocalipsis que, subraya el autor, “tiene más de humano que de divino”. El recorrido de Crespo, que inicia en la Madrid de los ochenta e inicios de los novelas –“El valor semántico de la ciudad se debe a que me parecía el mejor lugar para ambientar el relato que narra los años de la Ruta del Bakalao, que llegó a Madrid junto con las drogas de diseño y un importante cambio de orden en el crimen organizado español; una la aventura hacia lo desconocido de toda una generación de jóvenes” comenta el autor- a la Nueva York posterior al 2000 para concluir en un espacio atópico del 2046 en el que los espacios y los tiempos se entremezclan a partir de la mirada deformante de Carlos, superviviente y, a la vez, narrador por fiable de este transcurso temporal, porque, como indica el propio Mario Crespo: “Carlos, devorador de libros de fantasía en su mocedad, termina absorbido por su propia ficción y viviendo a caballo entre la realidad que conocemos y ‘esa cuarta dimensión donde conviven las almas de todos los que en el mundo han sido, los que sueñan despiertos y los que tienen fe’”.
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