La debacle de Irak
Por José Luis Muñoz , 16 junio, 2014
La guerra civil que desmiembra Irak desde que Estados Unidos y el Reino Unido, apoyados por el entonces presidente de España José María Aznar, invadió el país, derrocó y eliminó a Sadam Hussein en un juicio sumarísimo, destrozó a lo ancho y a lo largo la que había sido cuna de civilizaciones, Mesopotamia, y hoy es pura barbarie, llega a su cénit diabólico en estos últimos días en los que una escisión más radical de Al Qaeda, el autollamado EIIL, Estado Islámico de Irak y el Levante, está batiendo al ejército regular, entrenado y pertrechado por las potencias invasoras, para instaurar un califato sobre un régimen de terror absoluto muy próximo al Afganistán de los Talibanes. Irak, como país, ya no existe, y buena parte de lo que ocurre es culpa de la torpeza del actual dirigente de facto de lo que queda de él—el Kurdistán iraquí ya hace tiempo que se disgregó—el chiita Nuri Al Maliki que ha postergado a los sunitas iraquíes. Las ejecuciones masivas, tras años de bombazos letales que asolan día sí y día también todo el territorio y, sobre todo, la capital, de miles de voluntarios que iban a alistarse en el ejército por parte de los fanáticos milicianos islamistas, hace prever un nuevo baño de sangre que se añade a las desventuras sin fin por las que pasa ese país en trance de desaparecer.
En medio del caos generalizado irrita escuchar la voz de Tony Blair, sin duda uno de los dirigentes más nefastos que tuvo el laborismo inglés, directo responsable de su hecatombe electoral, proclamar con cinismo, porque no creo que sea un imbécil, que la actual situación de desmoronamiento del estado iraquí nada tiene que ver con la invasión y ocupación de Irak que llevó a cabo George W. Bush y el mismo con el apoyo inestimable de Aznar, el Trío de las Azores al que la historia juzgará.
Mientras Bush se dedica a pintar monigotes en su rancho de Texas y Aznar a escribir sus memorias, el británico se atreve a hacer juicios políticos sobre lo que está sucediendo y a eximirse de toda culpa en vez de guardar un escrupuloso silencio.
Sadam Hussein era un sátrapa brutal y sanguinario que durante muchos años fue útil a las potencias occidentales que lo mantuvieron en su puesto y le vendieron todo el arsenal químico que tenía y gastó. Bajo su insoportable dictadura las cárceles estaban llenas de opositores que eran torturados de forma salvaje y eliminados drásticamente. En el Irak laico gobernando por el socialista BAS, que también gobierna en la atribulada Siria, no había integrismo, la población gozaba, por lo general, de un cierto bienestar económico y el país estaba más o menos cohesionado sin que hubieran aflorado las tensiones entre sunitas y chiitas. La invasión ilegal de Irak, un acto de piratería internacional, justificada en una clamorosa mentira, las famosas armas de destrucción masiva que no existían, dinamitó todo el estado, destrozó materialmente el país, causó unos cuatrocientos mil muertos y engendró precisamente lo que el patético trío quería evitar: el nacimiento de un movimiento integrista radical y fanático, cada vez más sangriento, y el de un terrorismo brutal, fenómenos que no existían mientras el sátrapa sanguinario Sadam Hussein tenía las riendas del poder. Un clamoroso ejemplo de que el remedio es infinitamente peor que la enfermedad.
Que los instigadores de ese acto de piratería brutal cuyas consecuencias padecen desde más de un decenio la población de Irak aún anden alardeando de su descomunal error—que no lo fue, puesto que el fin último era el saqueo del país, y eso se cumplió con creces—resulta especialmente irritante además de amoral.
Tony Blair tiene la desvergüenza de no asumir la enorme cuota de responsabilidad que le toca por haber cerrado filas en torno a su amigo George W. Bush, y en cuanto a Aznar hora es de que le oigamos entonar su mea culpa por haber participado en esa chapuza, haber enviado tropas de combate al conflicto, con la oposición unánime de toda la población española, y no haber previsto el atentado del 11M.
La historia juzgará a esos tres infames estadistas. Y el cielo, si hay justicia divina. Pero no estaría mal que el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya tomara cartas en el asunto y dirimiera responsabilidades de lo que está ocurriendo como consecuencia de una de las guerras más injustas, cobardes y brutales desencadenas por los líderes occidentales.
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