La dependencia de Cataluña
Por José Luis Muñoz , 13 noviembre, 2014
No discuto el derecho de los pueblos a la autodeterminación, ni discuto el evidente hecho diferencial que se da en Cataluña, por idioma y por una cultura propia de la que debería sentirse orgullosa el resto de España, y de hecho se siente, como de la cultura vasca y gallega. No discuto el derecho, aunque sea sobrevenido, a que Cataluña aspire a ser una nación independiente que encaje en Europa, aunque no tenga las razones históricas del reino de Escocia, que recientemente ha votado seguir integrado en el Reino Unido, ni la tradición independentista que tiene Quebec con respecto a Canadá, a la que sigue unida a pesar de los muchos referendos que se han celebrado en el país norteamericano para decidir su futuro. Pero los números cantan, los del 9N, esa fecha mágica en torno a la cual se ha armado un absurdo rifirrafe.
El asunto del encaje de Cataluña en España anda muy enconado últimamente desde que CDC y Artur Mas abrazaron, por sorpresa, la bandera del independentismo haciendo causa común con ERC, que siempre ha sido independentista, y la CUP. En este match boxístico que lleva celebrándose desde hace muchos años el gobierno de España ha respondido con la táctica del avestruz, mientras el Gobern iba sacando pecho y dando pasos hacia ese referéndum que, finalmente, se ha producido en forma de sucedáneo, sin visos de legalidad, y más que una consulta ha sido una manifestación de una parte de la sociedad civil catalana muy activa en su justa reivindicación de Cataluña como país independiente dentro de Europa, pese a que nunca el principado ha sido un ente propio.
Mucho me temo, a tenor del número de participantes en la consulta, elevado, pero que no llega al 30% del censo de Cataluña (y habría que descontar a los menores que han votado y a los extranjeros) que el gobierno de Rajoy ha actuado, una vez más, con una supina torpeza al cortar el paso a ese referéndum legal que habría dado una victoria ajustada, eso sí, a los partidarios de que Cataluña siga formando parte de España, pero ya es tarde. La consulta, se califique como se la califique, ha servido para tener un censo de los independentistas del principado: 1.800.000, una cifra numerosa y muy a tener en cuenta que se corresponde con los que han acudido a las últimas manifestaciones del 11 S, han formado la cadena humana y la espectacular V de la Gran Vía y Diagonal de Barcelona. 1.800.000 que quieren un estado propio, separado de España, frente a un resto que, al no acudir a depositar su voto en las urnas de cartón, también ha votado, en contra de la secesión. Por esa razón los secesionistas harían muy bien en medir su euforia, porque decididamente su opción no ha ganado por mucho que se empeñen en decir que sí. Los números cantan.
España no nos quiere, se viene diciendo desde hace muchos años en Cataluña y los últimos gobiernos de la nación, especialmente el actual, ha abonado con sus acciones ese mantra. España nos roba ya no se puede decir mientras los patriotas Pujol-Ferrusola se han llevado la pasta más allá de los Pirineos, y la coalición que gobierna Cataluña, CiU, está bajo sospecha de corrupción, como el partido que gobierna en Madrid. Una machacona publicidad institucional de los medios de comunicación públicos catalanes ahondando en la diferencia, con mapas del Països Catalans y el tratamiento del resto de España como si fuera el extranjero, una labor pedagógica en las escuelas deformando el pasado y el presente, y un falseamiento de algunos aspectos históricos para crear una épica nacionalista, han sido las bazas con los que los gobiernos nacionalistas han conseguido que el número de independentistas haya crecido, ayudado, eso sí, por las barbaridades que el gobierno central ha hecho a Cataluña, la última el recorte a su Estatut.
España nos quiere, no el PP y su gobierno que tiene los días contados, y Cataluña, en el fondo, quiere esa España progresista que se empieza a vislumbrar en un próximo futuro cuando los votos de la ciudadanía pongan fin a esta época de retrocesos sociales auspiciada por el PP, un partido podrido hasta sus entrañas, y se produzca un previsible cambio de régimen que tanto asusta al bipartidismo. Cataluña depende de España, porque España es su mercado natural, y España no es viable sin Cataluña. Falta, por tanto, orquestar una nueva formulación a ese contrato matrimonial que está en crisis para mejorar una relación que se ha dejado deteriorar y que los dos gobiernos dejen de comportarse como adolescentes. Y el PP, y la fiscalía, están haciendo lo contrario que el sentido común indica: dar oxígeno al cadáver político que era Artur Mas y que se venda como un éxito lo que ha sido un fracaso político, uno más, del president de la Generalitat.
Sigo manteniendo que el debate nacionalista es una cortina de humo tras la que se escuda el gobierno de derechas de España y el gobierno de derechas de Cataluña. El verdadero debate debe ser sobre nuestro modelo social de país, entre progresismo, que se atisba por fin en el horizonte, y el rancio conservadurismo, sea catalán o español, me da exactamente igual, porque PP y CiU son la misma cara de la moneda, el modelo ultraliberal que nos ha llevado a la debacle social que padecemos en la actualidad.
Al independentismo catalán le ha faltado dos millones más de votantes para poder sacar pecho.
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