La dolorosa acritud de la belleza imperfecta
Por Redacción , 11 junio, 2014
Solo 23 años tenía Jean Améry (Viena, 1912 – Salzburgo, 1978), por entonces Hans Mayer, cuando en 1935 escribió su primera novela, Los náufragos. El libro nunca llegó a publicarse, pero las 392 páginas mecanoscritas sobrevivieron milagrosamente a la época nazi. Ahora, 80 años después de que fuera escrita y casi 40 después de la muerte de su autor, la editorial Pretextos rescata Los náufragos, traducida por Josep Monter y Ester Quirós.
Novela juvenil, por tanto, que contiene todos los temas que Améry desarrollaría en su obra posterior, sobre todo ensayística: intelectuales judíos que se rebelan contra una sociedad antisemita, la negación de una literatura devaluada por los nazis, el amor, el impulso de la Ilustración, el cinismo, el existencialismo, la resignación, la justificación del suicidio. Y todo esto antes de que Améry sufriera las terribles experiencias del exilio, fuera torturado por la Gestapo y deportado a un campo de concentración.
En Los naúfragos Améry cuenta la historia de Eugen Althager, un judío escéptico, bohemio y arruinado, al que en la Viena de principios de 1930 no le queda otra que sobrevivir. Historia de pérdidas dolorosas y soledad existencial, la novela de Améry es un análisis en profundidad de la sociedad vienesa de los años anteriores a la II Guerra Mundial, la disección descarnada de unos tiempos oscuros: “Las almas más lejanas y temblorosas, los más desplazados y sensibles, habían sucumbido a la vía política, a la mano estatal, a las grandes ideas colectivas que Eugen no entendía y que crearon “movimientos” a partir de millones de almas humanas ignorantes y sin malicia, atormentadas por el miedo, transformándose en abstracciones a partir de corazones pobres y engañados, enardecidos sin sentido y a los que agraciaron con nombres comunes.” (p. 19).
Asistimos, por otra parte, al ascenso del nazismo por medio de la violencia y su seguimiento incondicional por parte de una sociedad burguesa y en declive que rehúsa movilizarse en defensa de la democracia. La revolución de febrero de 1934 es derribada por el régimen de Dollfuss, de carácter austro-fascista. No existe ya solución posible. La democracia ha muerto, larga vida a la barbarie. Y sin embargo, “¿Qué queda? Un heroico nihilismo, un perseverar a pesar del descubrimiento de que nada tiene sentido. Una vida dura y sin ilusión (…) Al medio judío Eugen Althager no le estaba permitido dejarse narcotizar por el griterío de la multitud alemana, pues esa multitud era la que lo rechazaba.” (p. 46).
Eugen vive a merced del espíritu de la época y de su novia Agathe, que lo sostiene y orienta en su situación de desempleo. Aunque oprimidos, ambos sobreviven a unas circunstancias sociales desfavorables. Al quedarse embarazada Agathe, y no poder pagar el aborto, se vende al rico ingeniero Hollmer a cambio de favores sexuales y deja a Eugen, que acepta la nueva situación con total pasividad. Eugen es libre otra vez para dedicar su tiempo a desarrollar sus habilidades intelectuales, y a ello se dedica día tras día: pensar, especular, reflexionar. Auto-destruirse.
Después de la separación, Eugen sufre una crisis nerviosa. No encuentra apoyo en su amigo de la infancia, Henry Hessl. Hessl niega su condición de judío, su doctorado en teología católica, se convierte al catolicismo y hace carrera. Es la antítesis de Eugen Althager. Su ascenso se corresponde con el descenso de Eugen, que acaba por hundirse en el mundo de los jugadores y las prostitutas. Pero es entonces, cuando parece que Eugen ha tocado fondo y nada peor puede suceder, que un estudiante fascista con cuello de toro intenta cobrar a Eugen en el tranvía. Y Eugen se defiende. Su resistencia interna se invierte en externa, llega la hora de actuar.
No desvelaremos el resto de la trama aquí. Solo añadir que se inicia un conflicto entre la ideología nazi naciente y la judeo alemana declinante, colisionan sus respectivos usos y costumbres y Eugen se debate el resto de la novela en una mezcla dolorosa de orgullo y vergüenza. Mientras, el desastre final sigue su curso. A pesar de que el judío Eugen defiende con feroz determinación su dignidad, la negación absoluta de la vida de los nazis se impone, y la criatura pasiva Eugen sufre su naufragio final.
Novela juvenil, como dijimos, con todos los defectos y las cualidades de esa turbulenta etapa vital. Tal vez reflejo de la propia inexperiencia de los personajes, los pensamientos se acumulan en capas y capas de significado, casi aplastando la acción bajo su peso. Encontramos aquí al ensayista Améry en detrimento del narrador. La novela adolece de continuidad, aunque formula con elegancia ideas aparentemente triviales. Las reuniones de unos jóvenes Eugen y Heinrich parecen el encuentro de dos viejos profesores universitarios: “Releí Los Buddenbrok. No sé qué hay en esos personajes de inquietante y vivo (…) También he vuelto a leer Boda real. ¿Recuerdas el baile del príncipe Klaus Heinrich con la hija del fabricante de jabones Unschlitt? ¿Sabes qué significa Eros? Ese personaje es el Eros más tierno y espiritualizado. La dolorosa acritud de la belleza imperfecta…” (p. 140). La novela se deshace en algunos pasajes en glosas a la lectura escritas con el estilo grandilocuente, candoroso e inmaduro de la juventud.
Y sin embargo, a la vista de lo que sería su autor y del poder de provocación de sus pensamientos, estos defectos nada cambian la genialidad de la novela. Los náufragos es un documento de la vida y el pensamiento de Jean Améry. Una anti-novela de iniciación que se debate entre la beligerancia enojada y la desesperación fatalista. Una crítica radical de unos tiempos convulsos que merece, sin duda, ser leída.
José de María Romero Barea
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