La faena de los libros escolares
Por José Manuel Orrego , 7 septiembre, 2016
Por si fuera poco después de los desmanes del verano llega la compra de libros y material escolar, odiado ritual que llega, como todos los gastos, en el peor momento.
Si asumimos la dificultad que conlleva hacer estimaciones sobre el gasto medio anual por estudiante, no nos alejaríamos de la realidad si dijéramos que cada familia gasta, tan sólo en libros de texto, alrededor de 200 euros por vástago. Esta suma nada despreciable me hace reflexionar sobre la necesidad del libro como principal soporte del saber. No cabe duda que el libro representa una ayuda al escolar, pero todos podemos comprobar cómo día a día el papel pierde la batalla frente a otros medios más funcionales, estimulantes y atractivos… y lo digo yo que aunque soy un enamorado de los soportes tradicionales compruebo cómo se me agotan los argumentos a favor de libro y sobre todo del libro escolar.
Un tema que me hace sospechar de los textos escolares es su exigua vigencia, curso tras curso los ejemplares se renuevan, se adaptan y se actualizan a las nuevas aportaciones científicas, –quiero ingenuamente creerlo así-, aunque sospecho que a excepción de algunos campos del saber (generalmente ramas técnicas del conocimiento), el resto de las materias mantienen una relativa inmutabilidad. Con todo esto quiero declarar que no hay tanta necesidad de renovar los libros, al menos en periodos de tiempo tan cortos como a los que estamos acostumbrados.
Si un libro pervive puede representar una venta menos, o incluso más, depende de la pulcritud del predecesor. La fórmula de la transmisión de ejemplares siempre ha existido, pero también la pugna de las editoriales por evitar estas altruistas cesiones. Sea como fuere las editoriales que no son organizaciones benéficas persiguen ante todo lanzar nuevos productos para forzar al consumidor, y lo irónico de la situación es que las variaciones políticas favorecen… ¡qué digo favorecen!, estimulan a las editoriales para renovar sus catálogos. Si fuera de los que creen en las teorías conspiratorias pensaría que estos y todos los cambios educativos en general están proyectados para generar nuevas necesidades en la población escolar. Sinceramente no lo creo, pero no cabe duda de que agitan la charca, y como dice el refrán “a río revuelto…”
Las editoriales también son conscientes de la necesidad que generan en el profesorado, no es casualidad que las grandes corporaciones faciliten libros de muestra, programaciones adaptadas a sus textos, solucionarios, guías didácticas y un sinfín de reclamos que con toda seguridad facilitan y simplifican la vida del docente, eso sí, a cambio de hacer que el profesor pierda la originalidad y la espontaneidad que debería empuñar en su quehacer diario. Es indiscutible que el libro es una herramienta, pero no hay que olvidar que ni es la única ni es la más potente.
5 de septiembre de 2016
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