La firma del Missouri
Por Víctor F Correas , 2 octubre, 2014
Umezu se ha vestido con sus mejores galas. Dignidad. Dignidad ante todo. Que no se diga que un general japonés viste de manera zarrapastrosa.
Y lo piensa mientras mira de frente, sin pestañear, al tipo que tiene ante sí. Es un colega, sí, y también general como él. Ambos se entienden. Es más, lo podían haber arreglado sin la presencia del que se inclina ante ese militar que permanece de pie delante de la mesa. Mamoru Shigemitsu, ministro de exteriores japonés, es quien rubrica la rendición de su país. Las dos sugerencias que los americanos brindaron a Japón en forma de Hiroshima y Nagasaki fueron bien tomadas en cuenta. Umezu sólo mira, que ya es bastante. Punto final.
Sopla una suave brisa de viento en la bahía de Tokio que es bien recibida por todos los presentes, arremolinados en la cubierta del acorazado Missouri. Quién más, quien menos ha acudido hasta allí para contemplar cómo un japonés capitula ante un norteamericano. Aunque eso al general MacArthur, que es el que permanece de pie junto a la mesa, se la trae al pairo. Si el acto supone dar por concluida la guerra, mejor. Porque para él es un día más, un día que es consecuencia de todos los anteriores tras seis años de sinrazón y falta de cordura. La de todo el mundo. Y ya han sido demasiados años, demasiadas muertes. Demasiada locura.
A bordo del acorazado Missouri, el general Umezu es testigo de cómo Japón, su patria, rinde honores, tropas y todo lo que se tercie -hasta el mismísimo emperador, si fuera preciso- al enemigo americano. Ya no quedan razones para luchar ni ganas de pelear. Algún verso suelto lo seguirá haciendo durante algunos meses más, incluso años, y hasta décadas. Locos que aún no creerán que su patria ha hincado la rodilla ante el enemigo. Pero es así.
El 2 de octubre de 1945 Japón firmaba la declaración de rendición. La IIª Guerra Mundial había concluido. La paz regresaba al mundo.
Eso creía el mundo. Ingenuo de él.
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