La hora de los pájaros
Por José Antonio Olmedo López-Amor , 8 febrero, 2014
Por: José Antonio Olmedo López-Amor
Parece que la realidad actual en España acontece como en un guión escrito y dirigido por Alfred Hitchcock. Tenemos el desconcierto general instaurado en la opinión popular a golpe de titular (corrupción, tráfico de influencias, preferentes…), los protagonistas de la película, en peligro (clase media, jóvenes, dependientes, jubilados…) y nadie sabe muy bien quién tiene la culpa de todo esto.
Todo comenzó por una sospecha (especulación, desaceleración económica, burbuja…), había un grupo de hombres que sabían demasiado (FMI, Bilderberg, G20…) y ya nadie recuerda nada más, parece que existe una especie de amnesia colectiva. Desde luego han urdido una trama casi perfecta, se han diluido las responsabilidades de manera que la soga sigue apretando el cuello de los ciudadanos y sin embargo no hay ningún fiscal que acuse con nombre y apellido a ningún verdugo.
Si como sociedad no reaccionamos a tiempo estaremos asistiendo a un crimen perfecto, el crimen de la democracia y la justicia. Crear una fiscalía anticorrupción que vigile a otra fiscalía anticorrupción y así sucesivamente no tiene sentido, entraríamos en un bucle sin final que nos llevaría a un viaje a ninguna parte. Conocemos de sobra los sinsabores de la condición humana, pero ya es hora de saber moderar nuestras tentaciones; es hora de acotar esas ilegales apetencias -que tan caro nos cuestan- y para ello, no debemos dudar a la hora de reformar la legislación vigente así como tampoco debemos dolernos por <delegar poder> algo que obsesiona a esa casta de manipuladores del frac tan devaluada en los últimos años.
No es bueno para nadie que el destino de millones de personas dependa de la voluntad de unos pocos, ese no es el verdadero sentido de la democracia y menos todavía cuando no se garantizan los derechos mínimos de los ciudadanos y esa dictadura unilateral daña al ecosistema del planeta, a las libertades del individuo y a la moral misma.
Conocer los resultados de esta crisis mundial, saber quién se lucra verdaderamente con todo esto, nos acerca cada vez más a pensar que esta depresión haya sido orquestada, desde las más altas cúpulas, precisamente para conseguir lo que está ocurriendo, eliminar la clase media, empobrecer más a los pobres y enriquecer a los más ricos. Con todos los ingredientes que componen este desaguisado no es disparatado pensar en una conspiración general capaz de derrocar el orden sistémico internacional para instaurar un orden nuevo, una nueva era de globalización donde el valor de la vida humana no es más que un precio ínfimo en comparación con la avaricia, la codicia o la soberbia.
Lo que los titulares de los periódicos llaman <austeridad> no es más que un eufemismo utilizado para maquillar el asalto a las arcas públicas, ya estamos cansados de que cada semana aparezca una noticia nueva de corrupción, y por tanto, de desesperanza: los ERE de Andalucía, las preferentes, el fraude de las ITV, Gürtel, el caso NOOS, y por si fuera poco, ahora nos viene la imputación de la Infanta, no tenemos suficientes problemas como para que un miembro de la divinidad borbónica -raza cuyos privilegios le son concedidos por beneplácito de los ciudadanos- no pueda aguantar el brote de corrupción general y se deje llevar por la codicia. Robar siempre ha sido y será un delito, pero robar, teniéndolo todo, y además de eso, robar a quien te proporciona ese todo, no es de bien nacidos y no tiene nombre.
La lista de nobles borbónicos existentes es inmensa, legiones y hordas de herederos de títulos nobiliarios -que nosotros llevamos siglos costeando- siguen desarrollándose y reproduciéndose desde: España a Luxemburgo o Italia. No hay que olvidar que antiguamente se afirmaba que los reyes eran reyes porque descendían de los dioses. Tampoco hay que olvidar que la dinastía borbónica llegó al poder en España por decisión -y no derecho natural- del rey Carlos II, quien al morir sin descendencia alguna designó a su sucesor. Napoleón derrocó la monarquía española y fueron expulsados a Italia y allí esperaron otra nueva oportunidad para regresar y ocupar de nuevo el trono, el resto de la historia ya la conocen. En la actualidad, la monarquía en España se sigue alimentando con dinero de los contribuyentes, reyes y reinas -que no son más que símbolos- que dedican sus vidas a tener hijos, y más hijos, y a vivir con todo tipo de lujos de forma ajena a las tribulaciones de su pueblo.
Si consultamos el diccionario, la definición de la palabra “pájaro” significa, en una de sus acepciones: “Hombre astuto, sagaz y cauteloso”, yo creo que, más bien, los borbones no descienden de los dioses, sino de los pájaros.
Y es que hay muchas clases de pájaros, por ejemplo: el `pájaro bobo´, especie por la que nos toman a nosotros. También están los `pajarracos´, que son esos individuos sin escrúpulos que quitan las becas de comedor a los niños de 6 a 12 años, que son los mismos que tratan de privatizar la enseñanza, la sanidad y prevarican, sin pudor alguno, para después negarlo todo. Un caso muy famoso de `pájaro loco´ fue el del General Prim, todos sabemos que era un enemigo declarado de los borbones y todos sabemos cómo acabó.
Tenemos que luchar contra el conformismo del “más vale pájaro en mano…” y tomar decisiones drásticas, ya que el panorama socio-económico mundial, esa conspiración que a todos nos afecta, pretende matar a muchos pájaros de un tiro.
Uno de los sectores más castigados por la repercusión de la crisis económica, es el de los jóvenes; según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) la proporción de jóvenes que trabajan se ha reducido en 21 puntos porcentuales desde el comienzo de la crisis en España. Y no sólo eso, también prevé que la tasa de paro en la población aumente hasta el 27,8% para finales de este año 2014. Uno de los principales problemas que tiene la juventud en España, es que sus gobernantes consideran que la partida presupuestaria destinada a educación, es un gasto y no una inversión. Somos tan burros, que, no sólo consentimos, sino que provocamos, que un joven formado durante diez o quince años en España, emigre y produzca dinero en otro país, un país que no ha invertido ni un solo euro en él. Lo acontecido es malo, pero los augurios son peores, ¿y qué decisiones toma e gobierno de turno? Cierra un hospital público e inaugura tres privados. Conscientes de que una persona bien formada eleva sus probabilidades de conseguir un buen empleo, y con ello unos recursos y un estatus, elevan los precios de las matrículas universitarias y complican, con numerosos requisitos, el acceso del estudiante a las becas. Es decir, en lugar de acercar al ciudadano al empleo, a la sociedad, lo aleja, y después, sarcásticamente, se asombra de su desencanto.
Somos uno de los países del mundo, donde más personas con formación universitaria engrosan las listas del paro, estamos a la cabeza en lo que a abandono escolar se refiere, un país donde, si en tu familia sois cinco personas, ninguna de las cinco trabaja, y por ejemplo, a tu padre le conceden la ayuda de 420 euros, se supone que no tenéis derecho a más, se supone que con esos 420 euros tenéis suficiente para “vivir”.
Y vuelvo a consultar el diccionario, significado de la palabra “vergüenza”: “Turbación del ánimo, que suele encender el color del rostro, ocasionada por alguna falta cometida, o por alguna acción deshonrosa y humillante”. Vergüenza es lo que siento, vergüenza ajena.
Como todo sector de la sociedad, la juventud está formada por diferentes estratos, uno de ellos es la -mal llamada- generación nini. Personas que han abandonado los estudios, o no ha tenido acceso a ellos y por ende su incorporación al mercado laboral es más que complicada. Una de las costumbres del ser humano es la de generalizar, la de poner nombres a las cosas, es preciso bautizar a los demás por algún rasgo o debilidad para después poder catalogarlo y colocar a cada uno donde creemos que merece estar, pero en el caso de esta generación atribulada, pocos han sido justos con ella.
Pongamos el caso de una anciana, la señora está ante una silla, quiere sentarse, pero cuando está realizando el acto de sentarse, algún malintencionado llega por detrás y se la arrebata. La señora cae estrepitosamente al suelo y nosotros la señalamos y nos reímos de ella. Eso mismo, estamos haciendo con esta juventud etiquetada, mientras, el verdadero culpable, no es catalogado ni señalado. El fracaso de una generación es el fracaso de un sistema, y el sistema lo forma el conjunto de una sociedad.
Pongamos el caso de todas esas familias que de generación en generación han heredado el trabajo artesanal de sus padres, el trabajo del campo, el trabajo de la construcción, labores de baja cualificación y remuneración que garantizan una vida de enfermedades laborales y estrecheces económicas. En una familia de ese tipo, un niño de doce años termina la enseñanza obligatoria, el niño tiene aspiraciones, sueña con ser abogado o arquitecto, pero en el negocio familiar necesitan ayuda y no llegan a fin de mes.
Hay situaciones en que la realidad no puede explicarse con palabras y se toman decisiones obligadas. Por mucho que le pese a quien sea, hoy, en pleno siglo XXI y en un país “desarrollado” no tiene las mismas oportunidades de realizarse y prosperar un muchacho que tiene a su padre postrado en una cama, víctima de una esclerosis degenerativa por caerse de un andamio, que uno cuyos padres son sanos y provienen de clase alta. Si la ley de dependencia no fallase y fuese justa, el destino de muchas personas sanas no se vería truncado. Los divorcios, la explotación laboral, la contaminación síquica emitida por los medios de comunicación, como la televisión, existen muchos motivos que influyen negativamente en las vidas humanas y los primeros en padecerlo son los más vulnerables. Hay mucha gente en nuestro país que vive al borde de la depresión, del suicidio, de la desidia, personas que su día a día es la resignación, la humillación, personas rotas que ya no creen en nada ni en nadie, personas que en su familia tienen cuatro personas que sobrepasan los ochenta años, personas que necesitan cuidados, y no los tienen, personas ya cansadas de cargar con culpas que no son suyas y es justo que lo reconozcamos y hagamos algo por ellos.
La apatía y la desesperanza son la antesala de la derrota. La fama del botellón y la macro-fiesta, que en tantas ocasiones han tratado de vincular a este tipo de juventud, son artimañas que los gobiernos han utilizado y utilizan para exonerarse de sus responsabilidades, esa es la imagen que quieren proyectar de estos desheredados, para tratar de parecer víctimas y no verdugos.
Hay un momento, en la película Los Pájaros (Alfred Hitchcock, 1963), que transcurre en el interior de una cafetería, en esa escena, donde convergen personajes de todo tipo, una anciana experta en ornitología se sorprende al escuchar el relato de la protagonista Tippi Hedren, afirma con vehemencia, que un ataque organizado de los pájaros a los humanos es imposible, dice que las aves no tienen esa capacidad organizativa y además aterra a los personajes que la escuchan al hipotetizar con esa improbable posibilidad, ya que, dado su conocimiento del tema, asegura que una rebelión así, además de no esperada, sería imparable, ya que las aves del mundo están catalogadas en más de 9.000 especies.
Tras una toma de decisiones de talla internacional, las agencias contratadas para ello, contabilizan los movimientos migratorios de los diferentes sectores de la sociedad, nada escapa al escrutinio de los organizadores del juego. Ahora, incluso penalizan, a los jóvenes que permanezcan fuera de España por un cierto tiempo. Todos esperan a que esta generación vuele en una dirección o en otra, unos hacia la marginación, otros hacia otros destinos en el extranjero, ¡qué sorpresa se llevarían estos arrogantes mandatarios, al contemplar cómo las juventudes de este país se organizan y se disponen a atacar! Y que nadie me malinterprete, no estoy hablando de violencia física.
Creo que la juventud en España, tan insultada y vejada, tanto por sus gobiernos como por los medios de comunicación, está llamada a dar una lección de valor y moral. Que nadie subestime el potencial de unos jóvenes coartados por las decisiones de unos pocos, unos jóvenes que tienen la obligación de desarrollarse y prosperar no solo por ellos mismos, sino para poder hacerse cargo tanto de sus hijos como de sus mayores. Que nadie infravalore a una generación entera porque en ella puede estar la solución a nuestros problemas.
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