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La importancia de las expectativas (El almendro en flor)

Por Anabel Sáiz , 25 febrero, 2014
almendro

By Anabel Sáiz

El término expectativa, etimológicamente, procede del latín “exspectatum” que significa esperado. En el diccionario se dice de expectativa que es la esperanza o posibilidad de conseguir alguna cosa. Hay otras acepciones como “estar a la expectativa” que es lo mismo que estar pendiente de algo o de alguien. Pues bien, el docente, respecto a su alumnado, tiene la obligación moral de estar a la expectativa y de tener expectativas.  El alumnado, por su parte, debería mostrarse expectante, esto es, motivado para recibir las enseñanzas, aunque esa premisa no siempre se cumple.

Hace unos días la escritora y doctora en física cuántica Sonia Fernández Vidal, en una conferencia impartida en el Ins Jaume I y titulada precisamente “La física de las expectativas”, compartió con nosotros un ejemplo que, con su permiso, reproduciré a continuación. Nos decía Sonia Fernández que en un estado norteamericano, en fecha reciente, se llamó a una serie de profesores y se les dijo que eran los mejores docentes del estado y que habían sido escogidos para impartir clases a los mejores alumnos también del mismo estado. La única condición era que no cambiasen sus procedimientos. Es evidente que el profesorado se sintió valorado y aceptó el reto. Al acabar el curso, para alegría de todos, el alumnado había alcanzado unos resultados mucho más altos que el resto de sus compañeros. Por fin se volvió a reunir a los docentes y se les comunicó que el alumnado que habían tenido había sido escogido al azar. La sorpresa fue mayúscula. Todos pensaron que si habían obtenido tan buen rendimiento era debido a su calidad como docentes. Pues bien, el experimento se desveló cuando se comunicó a los docentes que ellos también habían sido escogidos al azar. ¿Entonces por qué se obtuvieron tan buenas notas? La respuesta es sencilla, por las expectativas. Todos tenían muy altas expectativas respecto a sus alumnos y respecto a ellos mismos; de ahí que, psicológicamente, el planteamiento fuera positivo y cargado de entusiasmo.

Es evidente que, si se confía en otra persona y se le demuestra esa confianza, esa persona puede ganar en autoestima y lograr resultados que, de otra manera, nunca conseguiría. No es lo mismo presentarse en una clase diciendo: “Estoy segura de que lo vais a lograr”, que soltarles un sermón pesimista, acerca de sus limitaciones, de su falta de trabajo y de sus pocas ganas. Entonces caemos todos en el desánimo y es, permítanme la expresión, como la pescadilla que se muerde la cola.

En la docencia no todo es coser y cantar, hay un trabajo de acompañamiento profundo y muy agotador que no siempre se ve recompensado, al menos a corto plazo. En otro artículo hablábamos de la metáfora, muy empleada en el coaching, de la planta del bambú. Si una planta de bambú tarda siete años en crecer: ¿por qué desistir ante la apatía o la desgana o la falta de motivaciones del alumnado? Los frutos se pueden recoger años después, está comprobado. El docente debe tener las herramientas psicológicas necesarias para no caer en la frustración ni en el encorsetamiento porque, solo así vivirá su trabajo con expectativas y no con angustia.

¿Por qué no vamos a tener buenas expectativas al principio de un curso? ¿Por qué debemos tener información previa del alumno? ¿Por qué tenemos que hacernos criterios anticipados de un chico o una chica? Vivamos el día a día y dejemos que fluyan las emociones. Y no solo en la docencia. No es bueno tener prejuicios en el aula ni en la vida. Seamos como el almendro que espera cubrirse flores en primavera.


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