La insoportable podredumbre de la charca España
Por José Luis Muñoz , 21 abril, 2017
Pongamos un ejemplo. Va usted a comer a un restaurante y pide una serie de platos. Le sirven los platos tarde, fríos, mal cocinados y encima equivocados. Pide usted carne de primera y le traen perca del Nilo. Quiere vino tinto y se lo traen blanco, caliente y de tetrabrik. Encima le presentan una cuenta en la que los números no cuadran, y el camarero se dirige a usted con malos modales. Seguramente usted protestaría porque la comida era infame y además han intentado robarle. Pues quizá me esté equivocando con todas las de la ley porque llevan años vaciándonos los bolsillos, estafándonos de forma sistemática, mintiéndonos y recortándonos todos los derechos conseguidos, y aquí nadie se mueve, las protestas son irrisorias y, lo peor de todo, buena parte de los estafados regresan una y otra vez a ese restaurante infame a que les maltraten y les roben en un ejercicio insólito de masoquismo.
Una web belga poco informada hablaba de la detención de Mariano Rajoy en el curso de la operación Lezo. Quizá exprese un deseo subconsciente de una parte de la ciudadanía española que está absolutamente harta de la corrupción que enfanga al partido que gobierna el país y conculca leyes que proclama. No es admisible en un sistema democrático serio que un partido corroído hasta el tuétano por la corrupción sistémica, con buena parte de sus dirigentes enjuiciados o encarcelados y otros tantos bajo la sombra de la sospecha, siga en el poder. El de Ignacio González, la rana alfa del charco de Esperanza Aguirre, es un caso más en un vaso que lleva años desbordándose sin que el país reaccione y sin que una izquierda desunida y fratricida sea capaz de convocar una movilización general para exigir de una vez por todas la dimisión del presidente del gobierno en el parlamento y en la calle.
En unos días veremos declarar a Mariano Rajoy ante el juez Eloy Velasco y asistiremos a su socorrida no asunción de responsabilidades de todo lo que ha pasado en un partido, que, al parecer, no controlaba porque simplemente pasaba por allí. Se hará el tonto, un papel de comedia que borda. El juicio de la Gürtel debería ser demoledor contra el PP y constatar lo que ya se sabía a voces, que el partido en el gobierno engrasaba sus campañas electorales de confetis, autobuses, charangas y estadios a base del dinero de los contribuyentes despilfarrado en comisiones, obras sobrevaloradas o nunca efectuadas, operaciones fraudulentas, cuentas en paraísos fiscales y sobres de dinero B en cajas de puros, un sumidero siniestro por el que se ha despeñado nuestro estado de bienestar sin que la ciudadanía haya reaccionado. Los apologetas de lo privado lo son a costa de la apropiación y destrucción de lo público. Pero aquí no pasa nada.
Si el tribunal coge a Rajoy en una mentira como testigo del mayor caso de corrupción política de la historia de la democracia española, ese podría ser su fin, pero el gallego es escurridizo como una anguila y se escudará en el “no sabía” e intentará por todos los medios recurrir al plasma porque en el cara a cara farfulla y quizá el subconsciente le traicione y diga que el PP ha hecho mucho por la corrupción porque es un español muy español.
Lo más grave de todo este asunto cansino hasta la náusea es que lleva casi una década resonando en nuestros tímpanos y el PP, a día de hoy, como remarca otro personaje de actualidad, Francisco Marhuenda (el periodista peor informado de este país, que nunca se enteró de nada y se empecina en negar lo evidente) sigue ganando en las encuestas y en las urnas, lo que demuestra la clase de ciudadanía que tenemos, mayoritariamente podrida y amoral, y, lo peor de todo, absolutamente estúpida. Tenemos el presidente que nos merecemos.
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