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La liga BBVA, próximamente en los mejores cines

Por Jordi Junca , 7 mayo, 2014

triple clásico

Rodríguez Fernández es un guionista mexicano célebre en su país después del éxito cosechado por dos telenovelas en las que participó, algo menos conocido por un anuncio de cereales sin gluten que suscitó cierta polémica por el papel de aquella mujer de ropajes ligeros y ceñidos que, sin quererlo, activaban en exceso la imaginación de los más pequeños.

Ha tomado una decisión y cruza el Atlántico en un Boeing 737, aterriza en España hora local las 15:37. Está dispuesto a dar el salto a la gran pantalla, después de unos años parado en busca de una nueva motivación. Ha escrito un guion y ahora pretende presentarlo a una importante productora española, previa llamada por teléfono y después de satisfacer los intereses de ambas partes. Lo cierto es que antes había probado con un documental acerca de la importancia de los sacrificios humanos en la antigua civilización maya, sin embargo el tipo fracasó estrepitosamente dice por causas meteorológicas, aunque todavía se insinúa en los medios mexicanos que el problema fue la evidente ignorancia. Después pensó en un corto ambientado en Cancún que intentaba resumir el día a día del turista europeo, pero las autoridades frenaron el proceso alegando que se faltaba a la verdad. Ese fue el detonante para decidirse finalmente por el cine; se trataría de una película de suspense que transmitiría la belleza de lo imprevisible, que se sustentaría al fin y al cabo en la existencia de la divina providencia o, para los escépticos, el azar.

Al principio pensó que todo podría suceder alrededor de un tablero de ajedrez, aunque en seguida descartó la idea cuando cayó en la cuenta que aquello no tenía sentido en un juego en el que la estrategia no dejaba lugar a la casualidad. Fue entonces cuando consideró la posibilidad de cambiar el ajedrez por la oca, donde los dados, caprichosos, cambiarían continuamente el devenir de los acontecimientos. Más tarde repudiaría también ese proyecto, la verdad es que el juego de azar por antonomasia había quedado ya obsoleto. Fue entonces cuando encendió la radio dispuesto a relajarse, dejándose seducir por la voz segura y paternal del locutor. Cuando había pasado un cuarto de hora, cambió de emisora algo aburrido. Se levantó del asiento sobresaltado, una voz eufórica cantaba gol en Mestalla. La sensación de encuentro que tuvo solo podía significar una cosa; igual que en su película, la casualidad lo había llevado a esa emisora que le había revelado que su película sucedería en un campo de fútbol.

Después de algunos bocetos, concibió una liga emocionante en la que tres equipos se jugaban el título durante todo un año. La película empezaría apenas tres jornadas antes de que terminara la competición, solo así la emoción se palparía desde un buen principio. El primer clasificado contaría con 88 puntos, y se trataría de un equipo que destacaría por su entrega y pundonor. Nadie esperaría tal rendimiento de un equipo que se suponía era inferior a los otros dos, pero en realidad a la película ya le venía bien ese matiz épico. El segundo clasificado habría tirado ya la toalla, aunque lo negara, después de muchos problemas de juego, de estrategia, deportivos, extradeportivos, desavenencias incluso con hacienda. Tendría 84 puntos por aquel entonces y, la verdad, deseaba que la temporada expirara;  mientras, preparaba a conciencia una reestructuración profunda de la plantilla. El tercer clasificado, aunque por debajo en la clasificación con 83 puntos, tendría un partido menos y por tanto todavía doce por disputar. Sus dos máximos competidores, en cambio, solo podrían sumar un total de nueve, y tres de ellos se jugarían precisamente entre los dos equipos de arriba. La moral del tercero era, paradójicamente, mucho más alta que la del segundo; a esas alturas ya habían ganado un título y además optaban a otro de gran importancia. Por supuesto, era vital que el espectador ya no supiera por quién decantarse, que sus suposiciones se fueran derrumbando poco después de haberse construido. Con ese objetivo, y después de tirar infinitos papeles arrugados con furia contra la basura, Rodríguez Fernández ideó un plan macabro: el primero de los trofeos lo habrían ganado con el segundo clasificado y el que aún estaba por decidir se lo jugarían a muerte contra el primero. Por increíble que parezca, la película no había hecho más que empezar.

Más adelante, hacia el minuto veinte del largometraje, y una vez estuvieran hechas las presentaciones, se celebraría la trigésimo sexta jornada de liga. El segundo clasificado jugaba un partido que parecía puro trámite y aun así, aunque sin demasiados lujos, el equipo ganaba cuando ya se cumplía el minuto 90. Era cierto que su obligación era competir hasta el final, pero en realidad tanto plantilla como afición ya pensaban en glorias pasadas y futuras, olvidándose por completo de un presente que todavía no había terminado. Era entonces cuando en el minuto 92 un jugador del equipo rival introducía la pelota dentro de su portería. El empate no dolería demasiado, todos habrían asumido que ese no era su año.

Por su parte, el primer clasificado caería derrotado en un partido sin mucha historia, pero claro, no estaba de más que la película incluyera cierta dosis de dramatismo. Además, eso daría alas a los otros dos equipos y, en consecuencia, crearía en el espectador nuevas expectativas. La plantilla del segundo clasificado empezaba a ver que el empate sí había sido un craso error y, de nuevo, uno ya no sabía qué podría ocurrir después. Todo aquello que se había dado por hecho empezaba a tambalearse, como se tambalea un niño pequeño cuando desciende por primera vez unas escaleras.

Sea como fuere, sería el tercer clasificado el último en disputar su partido. En ese punto, la película tomaba un nuevo rumbo: el equipo en cuestión perdía cuando se cumplía el minuto 87. Repasemos, el primer clasificado tenía, en ese instante, 88 puntos. El segundo, 85. El tercero se quedaba atrás con unos insuficientes 83. Al mismo tiempo, los componentes del segundo clasificado se lamentaban en sus casas, y un par de tomas ofrecían las imágenes de unos jugadores que de repente se daban cuenta que todavía no podía darse nada por sentado. A pesar de todo, y cuando la audiencia creería haber solucionado por lo menos una de las incógnitas, llegaba uno de los momentos álgidos del film: el jugador insignia del equipo metía un gol vital con el talón de su bota en el minuto 92, cuando toda la sala del cine ya apostaba por el alirón del líder actual o, tal vez, del segundo clasificado. Nada más lejos de la realidad. Por supuesto, Rodríguez Fernández no iba a solucionar nada hasta la última jornada.

Por desgracia, de momento ese es todo el material del que dispone el guionista mexicano, quien justamente ha venido a España para hilvanar los últimos flecos de esta película que tanto promete. Faltaría saber qué ocurre en las siguientes jornadas, y lo cierto es que el enfrentamiento entre primer y segundo clasificado es el que más quebraderos de cabeza conlleva. Habrá que estudiarlo con detenimiento, distinguir entre todas las opciones cuál es la que aporta mayor sensación de vértigo. Es cierto que todavía hay tiempo, aunque cada día que pasa corre en su contra. De todas formas, sí parece que la película ofrecerá aquello para lo que fue diseñada desde un principio: en efecto, la belleza del azar. No lo olviden: próximamente, la Liga BBVA en los mejores cines.


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