La Lista Falciani, en el laberinto
Por Carlos Almira , 13 febrero, 2015
Empresarios, políticos, deportistas de élite, artistas y famosos de todo género, la crème de la sociedad, han aparecido en la Lista Falciani como defraudadores fiscales, beneficiarios de una vasta e intrincada trama organizada al parecer por el banco suizo BSCH. Han dado la espalda a sus conciudadanos, mostrando lo peor de la condición humana. Muchos hospitales, escuelas, centros de mayores, carreteras, proyectos de investigación, parques, etcétera, no se realizarán por culpa del dinero robado a la Hacienda por estos presuntos delincuentes. Si a ellos se les suman los especuladores financieros, el panorama se ensombrece aún más. Este es el mundo en que vivimos.
Quiero ir un poco más allá de la denuncia y la indignación. ¿No ha llegado el momento de intentar, junto al diagnóstico de la situación, delinear siquiera a grandes rasgos algunas posibles soluciones? Esto es lo que me planteo en este artículo.
Creo que hemos llegado a una situación en la que tenemos que elegir entre dos opciones incompatibles a medio y largo plazo: la economía real o la economía de los especuladores financieros. Aunque ambas han coexistido desde que existe el Capitalismo, llegará el día en que la segunda, parasitaria de la primera, destruirá el sistema económico y social que conocemos. La razón es muy sencilla: si los gestores y los dueños de los fondos de inversión se llevan una parte creciente del valor económico producido por las empresas y los Estados, el porcentaje restante (que debe alimentar la economía real, esto es, las inversiones, las amortizaciones, la modernización de las empresas, los salarios, los costes sociales, etcétera), será cada vez menor hasta resultar insuficiente para mantener el sistema capitalista que conocemos. La opción es, pues, o el Capitalismo o los intereses de los especuladores.
Supongamos que optamos por el Capitalismo como economía real. ¿Cuál debería ser el primer paso? Democratizar los Estados de Partidos. ¿Por qué? Porque los gobiernos y las élites políticas actuales (una parte importante de ellos) son una clase de servicios del Capitalismo Especulativo. No puede pues, esperarse de ellos ninguna solución. Luego, deben favorecerse la aparición de actores políticos nuevos y de formas nuevas, que permitan pasar de la Partitocracia a la Democracia, trabajando al menos en tres direcciones al mismo tiempo: la separación e independencia de Poderes; la democracia participativa; y la socialización de valores democráticos. Estos actores podrían salir de los Partidos existentes o de formaciones políticas nuevas.
Una vez iniciado el proceso de democratización (al que cabe esperar toda clase de obstáculos), el segundo paso es reformar y redefinir algunas de las instituciones claves de nuestro tiempo: las Sociedades Anónimas; la Bolsa; el Dinero y la producción de la Masa Monetaria; la fiscalidad; y la financiación del gasto e inversión públicos.
La Sociedad Anónima surgió como una fórmula empresarial de capitalización y no como una fórmula para detraer, en beneficio de los inversores no empresarios, tenedores ocasionales de carteras de acciones y otros títulos, una parte creciente de los activos y beneficios de la empresa. Debería legislarse en el sentido de, o bien prohibir la tenencia de acciones por un periodo inferior a un ejercicio anual, o bien gravar en un 90 o un 95% el capital financiero dedicado a estas prácticas. Es decir: debería reforzarse por ley el vínculo entre el inversor y la suerte de la empresa donde coloca su dinero.
Lo anterior implicaría una redefinición del papel y el funcionamiento de la Bolsa como Mercado de Valores. In extremis, cuando este Mercado no se pueda controlar, es mejor interrumpirlo hasta que admita una regulación pública. La Bolsa debe volver a ser la institución donde las empresas se capitalizan, y no el Paraíso de los especuladores y el Infierno de los Estados y las Empresas. La regulación del funcionamiento de las Sociedades Anónimas debe ser paralela y coordinada con la regulación de la institución donde éstas se capitalizan.
En lo que se refiere a la masa monetaria, debería acabarse con el monopolio de la Banca Comercial Privada en la producción de dinero secundario. Me explico: cuando un Banco concede un crédito o decide realizar una inversión, la Banca Central (Estatal) sólo le exige, en España y en muchos otros países, una garantía previa en depósito del 10%. Es decir, cuando un Banco presta 100. 000 euros, en realidad sólo tiene en caja 10.000 euros. Los otros noventa mil los crea de la nada, con una simple anotación en cuenta, una transferencia, etcétera. Si el cliente necesita el dinero contante y sonante, es decir, en moneda primaria, el Banco lo obtiene de otros Bancos o de la Banca Central. Pues bien, ese dinero creado ex nihilo entra en circulación y supone un secuestro del conjunto de la sociedad, empresas, Estados, trabajadores, pensionistas, etcétera, que nunca podrán dejar quebrar al Banco Privado, ya que esto produciría un efecto en cadena de ruina del país. Yo creo que hay dos soluciones posibles que se complementan: por un lado, aumentar el depósito de garantía en moneda primaria exigible a los Bancos, a un 40 o un 50%; en segundo lugar, y para compensar el estrangulamiento del crédito y las inversiones que esta medida produciría, habría que permitir a los agentes económicos (empresas) producir su propio dinero escriturario, respaldado con un 10 o un 15% con valores reales (dinero primario o bienes tangibles) ante la banca Central del país. De este modo, las empresas podrían auto financiarse con más facilidad, ir liquidando su pasivo de moneda escrituraria y realizar su actividad sin tener que retribuir a la Banca Privada por la disposición de liquidez. El dinero en las instituciones financieras privadas funciona sobre todo, como un depósito de valor: habría que reactivar, frente a esta función hoy hipertrofiada, la utilidad del dinero como medio de cambio y unidad de cuenta, que son las más importantes en la economía real.
En relación estrecha con lo anterior, los Estados deberían recuperar su soberanía monetaria: es decir, el control de la producción de masa monetaria. Y en segundo lugar, dejar de financiarse en los mercados privados y volver al sistema de autofinanciación (política monetaria y reactivación de una Banca Nacional independiente de los intereses y flujos de los mercados). Buena parte de lo que suele llamarse gasto público (en educación, sanidad, etcétera) en realidad es una inversión en la producción y conservación del capital humano, que ha de fomentarse en pro de la economía real y en beneficio no de los Mercados, sino de las Empresas (que producen bienes económicos reales).
Un elemento fundamental no sólo para la viabilidad de los Estados, sino de la propia economía real, en la que aquéllos son una pieza clave en el sistema capitalista, es el sistema fiscal. Este debe ser progresivo y tener un carácter confiscatorio para todas aquellas actividades no empresariales sino puramente especulativas. Asimismo, debería lucharse contra los Paraísos Fiscales con el mismo espíritu con que se combaten los Estados y organizaciones terroristas, a nivel internacional. No debería permitirse operar a ninguna empresa o fondo cuyo domicilio fuera un paraíso fiscal, o bien debería gravarse su actividad con más de un 90% de cargo.
Todas estas líneas de actuación, sugeridas a grandes rasgos, se enfrentan a obstáculos casi insalvables, de entre los que quiero llamar la atención sobre los siguientes:
El obstáculo ideológico: la oposición entre izquierda y derecha. Por una parte, las opciones de izquierda radical cuestionan el capitalismo en su conjunto, sin hacer la distinción que aquí apuntamos entre capitalismo gerencial y capitalismo especulativo. De esta forma, las alternativas y soluciones que proponen oscilan entre lo utópico y el estatismo totalitario (Estatismo económico y político), algo que la Historia del siglo XX ha mostrado como inoperante y no deseable. Al menos en el momento presente no me parece que haya una alternativa global, viable y éticamente defendible, al Capitalismo como tal, pero sí la hay al Capitalismo Especulativo dominante.
Por su parte, las opciones de derecha (conservadores y neoliberales) tampoco hacen esta distinción y se refieren al Capitalismo sin más, aunque en su caso para defenderlo a ultranza (neoliberales) o bien con matices comunitaristas, tradicionales, etcétera (conservadurismo). Al no hacer esta distinción, pretenden preservar cosas incompatibles como ya he mostrado, a saber, los intereses del Capital financiero y los del Capitalismo de Economía Real. Con esto, sin pretenderlo y acaso sin saberlo, trabajan en la demolición del sistema que pretenden defender.
Algo similar cabe decir de la opción Social demócrata. Tampoco aquí se reconoce esta distinción e incompatibilidad, aunque se pretende humanizar, en el sentido de establecer y consolidar el Estado del Bienestar, el Capitalismo en su conjunto. Pero al no reconocer el peligro que supone el Capitalismo especulativo para el conjunto del sistema (Economía Real), no se ve que sin la protección a ultranza de ésta última frente a aquel, ya no hay Estado del Bienestar que defender.
Un segundo obstáculo es la Globalización: ninguna de estas líneas ni medidas puede establecerse en un solo país sin provocar inmediatamente el aislamiento, la autarquía y la ruina. Sin embargo, la democratización del Estado de Partidos sí puede tener un efecto desencadenante sobre otros Estados, como paso previo a una cooperación y coordinación internacional (por ejemplo, en el seno de la U.E.) que sí haría viable tales medidas, si dicha democratización se difunde por contagio a otros Estados de Partidos. Este sería pues, un paso previo también en el sentido territorial e internacional. Bastaría con que la mecha prendiese en uno, dos países, y que pudiera luego extenderse hasta alcanzar un umbral mínimo para el cambio de modelo que, insisto, no sería un cambio del capitalismo sino un cambio dentro del Capitalismo actual.
Un tercer obstáculo, también relacionado con la llamada “crisis” y la confusión ideológica, es el ascenso de opciones indeseables (en la línea del fascismo, es decir, de una alianza entre la chusma y el capital, en este momento histórico el capital especulativo), opciones que no sólo no distinguen entre empresarios y especuladores, pese a todo su retórica, sino que confunden al resto de opciones, al equipararse supuestamente como populismos con las formaciones que sí pretenderían una democratización del Estado de Partidos como paso previo al cambio de modelo dentro del capitalismo.
Por último, uno podría preguntarse: ¿y por qué no apostar por el Capitalismo de Casino, ya que es el que domina en la actualidad? Creo que de lo anterior se desprende que esta apuesta significaría optar por un modelo económico y social que, a medio y largo plazo, ya no sería capitalista, sino que seguramente tendría rasgos del feudalismo y de la economía esclavista. Eso sin contar con las tensiones crecientes, las posibilidades de guerras, la destrucción del medio ambiente y del entramado cultural y social, en el que occidente ha vivido al menos desde el Renacimiento. En suma, sería apostar por lo incierto y lo desconocido en el peor sentido de estos términos.
Esta es la opción de la actual clase política de servicios en la casi totalidad de los países occidentales por no decir, todos los países del mundo actual. Pero si algo se puede pensar quizás es porque ya contiene en sí, una promesa, una opción como realidad. Y esto es lo que nos hace responsables y humanos.
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