La opinión no es vinculante
Por Juanan Martín , 2 julio, 2014
Estamos en Babilonia, actual Irak, donde la democracia, hace hoy justo 3774 años. El rey Hammurabi decide crear un conjunto de leyes -el Código de Hammurabi, cómo no- regido por la ley del Talión. Conocen, ¿no? Aquello de lo del ojo por ojo, sus consecuencias y, peor aún, la pescadilla que se muerde la cola, porque si como tú matas yo te mato, y por tanto como yo te mato a mí me matan, y de este modo como a mí me matan a ellos los matan y etcétera, etcétera, etcétera, la historia no acabaría nunca.
Afortunadamente hoy tenemos más códigos legislativos. El Civil, el Penal, el Mercantil, el de Derecho Canónico, el Circulatorio… Lo que no existe todavía, o eso creo yo, es el Código del Qué Dirán.
Ahora se lleva lo normcore. Foto: le-21eme.com
-¿A dónde vas así a la calle?¿Acaso no te importa lo que la gente piense de ti?
-Defíneme «gente», por favor.
Cada uno tiene su estilo, su forma de ser, su forma de peinarse, su forma de vestir e incluso su manera de eructar. Las modas influyen, cómo no, pero no son determinantes. Una moda no es vinculante, de momento no obliga a nada. Entendámoslas como una suerte de referéndum (de provincias): la gente vota sí o no y punto, mas el resultado no implica que un individuo, haya votado o no, tenga que hacer algo. “¡Ha salido el sí! ¡¡¡Oeeeee, oe oe oeeeeee!!!”, se descorchan cuatro botellas de cava y cada uno a su casa que a las diez empieza el Brasil-Holanda. Y punto.
Con lo que opine la gente, lo mismo. Se respeta, evidentemente, sin embargo no hay que regirse por ello. Lo que opinen de uno los demás no es vinculante. Veo necesario hacer hincapié sobre este tema, estimo perentorio aclarar conceptos. ¿Quién o qué es la gente? ¿Dónde establecemos el límite? Actualmente somos unos 7200 millones de personas en el planeta. ¿Debemos esperar a que todos lleguen a un consenso para saber qué puedo ponerme para salir a la calle sin miedo al qué dirán y con plena confianza en mí mismo, sabedor de que he recibido la aprobación de la gente o, en su defecto, de la mayoría? Ni aún así habría de seguir la opinión (o gusto, que es cien veces peor según los casos) de la gente para que no tengan una mala impresión de mí.
Cada uno manifiesta unas preferencias, una forma de ser, una manera de reírse e incluso de eructar. ¿Cómo alcanzaremos a determinar que la opinión pública, así grosso modo, sabe más que yo?¿Qué tipo de organismo estatal imparte cursos y emite licencias para que el vecindario me critique y, tras la crítica, cuando no reproche, acepte uno a pies juntillas adoptar sus preferencias? Es todo muy confuso, por eso no estaría de más que alguien aclarase estas cuestiones. Secretarios de Estado, presidentes de Diputación o a quien corresponda.
Vayamos incluso más allá. Suponiendo que dicho organismo exista y haya personas preparadas y cualificadas para no sólo cuestionar a los demás sino también imponerles su opinión/gustos, ¿por qué habría de seguirlos?¿Acaso esas personas me pagan la hipoteca? ¿O me cambian los neumáticos del scooter?¿Se van a encargar de la manutención de los catorce hijos que pienso tener? Entonces, ¿de qué narices estamos hablando? Soy católico, y todavía no he visto -ni lo habrá, a estas alturas ya de la película- un XI Mandamiento en el que rece: “Te regirás por la opinión que la gente tenga de ti”. ¿Me explico?
Lo ideal, opino sin intenciones vinculantes, sería que cada uno fueraa lo suyo. Y que los demás, la gente, dictaminen lo que les venga en gana. Eso sí, que se den prisa porque ya está sonando el himno de Brasil.
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