LA PERRA DE MI VECINA
Por Octavi Franch , 8 enero, 2016
Mi única vecina tiene una perra. Cuando me instalé a la que ahora mismo es mi casa (y lo será hasta que me muera porque tengo una hipoteca a 35 años, es decir, no sé si quién la acabará de pagar para que yo, por lógica orgánica, ya debería ser muerto en aquella tan avanzada edad para los partidarios de mi árbol genealógico), en 2009, esta mujer ya tenía un perro. En concreto, un pastor alemán adulto. No ladraba demasiado, pero a veces no me dejaba trabajar o me despertaba antes de tiempo. Alguna vez, incluso, no me dejaba dormir. Creo que fue la misma noche de la mudanza que ya tuvimos que llamar, por primera vez, a la policía para denunciarlo. Evidentemente, estamos hablando de que el perro se oía ladrar como si estuviera en mi cama, habiendo tomado todas las medidas cautelares posibles: ventana cerrada, persiana bajada, tapones de silicona insertados hasta el fondo de mis oídos y una píldora hipnótica-antiansiolítica tragada.
Probablemente, la construcción del edificio (de hecho es una remodelación: de una casa hicieron 4 pisos; en la actualidad, tres son propiedad de mi mujer; es que son muy pequeños —25m2— y hemos tenido ampliar vivienda porque compramos en el peor momento y, ahora mismo, nuestro apartamento original se ha devaluado tanto que vale una quinta parte del importe de la compraventa en 2011) sea deficitaria: todo es pladur y el aluminio tiene pinta de ser el peor, es decir el más barato. De hecho, de buena mañana puedes escuchar cómo pasa el tren (vivo a unos 200 metros de la estación) y el rumor de la madrugada marinera (500). Pero lo que es totalmente intolerable es que un perro (el cual también es una víctima de la situación) ni te deje trabajar ni dormir y te despierte cuando le dé la real gana. Toda la culpa es de su propietaria, de su educación, mejor dicho de su falta de educación y, sobre todo, por no haber educado a su actual perra debidamente para que no moleste a sus únicos vecinos.
Pero vayamos por partes. Un buen día, apareció en casa de la vecina otro perro, en este caso una hembra, un cachorro. Guapísima, todo hay que decirlo. También pastor alemán, quiero decir pastora alemana. Durante un tiempo y mientras el «padre» adoptivo enseñaba las reglas del juego de vigilancia (?) de aquel patio a la recién llegada, no tuvimos demasiado alboroto. Pero resulta que aquel ya viejo perro fue sacrificado y la cachorra se hizo mayor y adulta. Entonces comenzó la pesadilla de verdad. Sus ladridos son de una magnitud que se escuchan a dos manzanas. De hecho, ¡tiene una carcasa sonora que ya quisiera la Caballé!
Y empezamos, claro, a llamar a la policía. Y la policía iba. Escuchaban perfectamente como el perro ladraba, pero la dueña no estaba nunca. Os lo acabo de explicar. Esta mujer es soltera y vive sola, con su perra. Hasta hace poco, trabajaba en el mismo edificio porque tiene negocio propio y esa vivienda es familiar. Pero este verano, por la crisis, cerraron aquella oficina y ella se ha tenido que ir a trabajar al pueblo de al lado. Por lo tanto, se va a las 8 de la mañana y vuelve cuando cree conveniente, aunque ficha de salida a las 6 de la tarde.
Durante unas semanas, este verano apareció en el patio otro perro, un cachorro de beagle. Pero resulta que sólo estaba de paso, porque era un servicio de guardería. Y cuando se acabó la visita perruna, pues volvió la pesadilla acentuado al máximo. ¿Por qué? Porque esta perra, que insisto no tiene la culpa de nada, está todo el día sola. Y no tiene nada mejor que hacer que ladrar a todo lo que vea y escuche. Ver ve poco, porque el patio está cerrado. Pero claro, escuchar escucha mucho y variado, sobre todo porque una parte del patio da a una calle de mucho tráfico, tanto de peatones como de vehículos.
El problema es que yo, normalmente, me voy a dormir a las 10 y, cuando puedo, a las 9, y si puedo del todo a las 8. ¿Por qué? Porque me levanto, o al menos lo intento, a las 3 de la mañana para aprovechar la madrugada haciendo trabajo de oficina, tanto de mi empresa como la que tengo como escritor-periodista. Así, cuando salgo a la calle a las 9 para visitar a mis clientes, ya puedo empezar mi jornada externa. Ya sé que soy muy pesado y que ya os lo he dicho en varias ocasiones, pero quiero recordaros que trabajo 18 horas al día de lunes a jueves, 12 los viernes y sólo 8 los fines de semana y festivos. Mi vecina sólo trabaja 8 horas de lunes a viernes y también es autónoma-empresaria. Pero yo tengo la oficina en casa y, por lo tanto, siempre estoy trabajando.
Por fin hemos conseguido que la policía la localice, la identifique y la advierta de su delito continuado. Por fin parece que volveremos a tener derecho a dormir, como cualquier otra persona de este mundo.
Ps: Mi perro murió de un infarto el 31 de julio de 2009 y ningún vecino sabía que tenía un hijo peludo en casa. Cosas de ser educados, tanto el uno como el otro.
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