La respuesta catalana
Por José Luis Muñoz , 29 octubre, 2019
Un tema que está nucleando muchos debates estos días, a raíz de la situación de Cataluña, explosiva, es el tema de la violencia. Hay una cierta magnificación de esa respuesta que se está dando desde algunos sectores del independentismo. Creo que habría que hablar, también, del efecto sorpresa de esa reacción que no se esperaban ni los cuerpos policiales enviados aquí ni los autóctonos, acostumbrados a dar porrazos sin recibirlos. Quizá tengan que acostumbrarse también a ese tipo de reacciones que se contuvieron el 1 de octubre. Hay quien hace un análisis de que esas respuestas violentas, mayoritariamente ejercidas por jóvenes de aquí (no hay, que se sepa, infiltrados, como decía el presidente Joaquim Torra, ni una internacional antisistema, como insinuaba el ministro Grande Marlaska, sino gente muy cabreada nacida en Cataluña) cuestionan el movimiento independentista mayoritariamente pacífico y ordenado. Yo lo veo como un complemento. El independentismo catalán muestra su músculo movilizador en esas grandes concentraciones de masas (últimamente veo menos gente), ordenadas y pacíficas, y los cachorros que se han criado yendo a las manifestaciones del 11 de septiembre y estuvieron en los colegios electorales viendo como sus padres y abuelos recibían estopa, no tienen futuro, rabian por un sistema judicial que creen injusto y no ven para nada implementada esa república ficticia que les prometieron, toman la ciudad por la noche. No estoy defendiendo, como es lógico, la destrucción de mobiliario urbano ni la quema de contenedores ni las agresiones a los cuerpos policiales, pero esta es una respuesta, desde la rabia, a una sentencia que consideran lesivamente injusta especialmente para los Jordis, que se manifestaron de forma pacífica y se subieron a los ya destrozados coches de la guardia civil para desconvocar una manifestación. La vía pacífica lleva cárcel; probemos la vía violenta, que también lleva cárcel.
No son más violentas las protestas de Cataluña que las que se están produciendo en estos momentos en Chile, con muertos y el ejército en la calle que ha tenido que retirar el gobernante Piñeira para no encender más la conflictividad y ser comparado con Pinochet, las revueltas de los indígenas ecuatorianos, las que llevan meses produciéndose en Hong Kong en la revolución de los paraguas, las que en el pasado se reprodujeron en Francia con los chalecos amarillos, por poner ejemplos en tres continentes. No son tampoco comparables a las luchas en los astilleros asturianos ni a los enfrentamientos con los mineros del pasado. Lo que ha cogido descolocado a los gobiernos, al español y al catalán, es que el movimiento mayoritariamente pacífico de Cataluña tenga destellos puntuales de violencia. Desgraciadamente es mucho más llamativo una ciudad en llamas, más cinematográfico, abre telediarios y copa portadas de diarios, que no una marcha pacífica por muchos cientos de miles de personas que participen en ellas.
Hay excesos por parte de los manifestantes (esa piedra lanzada desde algún balcón que ha provocado que un policía nacional esté grave) y por parte de la policía (esos cuatro manifestantes que han perdido un ojo) absolutamente lamentables, pero mientras los primeros reciben una reprobación penal, los segundos ni siquiera son investigados (las imágenes de policías aporreando a viandantes que se cruzaban con ellos, hasta seis porrazos recibió uno de ellos, mientras andaba, sin que se volviera, son inadmisibles y debieran obligar a abrir un expediente sancionador) ni reciben reprobación penal (los desmanes policiales del 1 de octubre se califican como uso proporcionado de la fuerza). La visita de Pedro Sánchez a los heridos de las manifestaciones fue selectiva, a sus policías, olvidándose de los manifestantes heridos, mientras que Joaquim Torra, que yo sepa, ni ha visitado a policías ni a manifestantes.
Es de prever, dada la cerrazón de posturas desde los dos bandos, que la situación de Cataluña se enquiste en el tiempo, que el procés ya forme parte del ADN catalán y que las nuevas generaciones crezcan con un claro resentimiento y desafección hacia España a la que asociarán con una policía represora y una judicatura cuyas sentencias no entienden y cargan en el carro de la venganza, y eso es lo más preocupante porque no hay marcha atrás. No se pueden forzar los sentimientos, y del mismo modo que España no está haciendo nada en los últimos años, sino todo lo contrario, para seducir a Cataluña, tampoco el independentismo está haciendo absolutamente nada para seducir a los no independentistas que viven en Cataluña, muchos, entre los que me incluyo, por si hubiera dudas.
Desde España se están regalando bazas al independentismo con esas sentencias desproporcionadas a todas luces, sobre todo en el caso de los Jordis, y que sientan una peligrosa jurisprudencia (Grande-Marlaska amenaza a los manifestantes violentos con seis años de prisión) y esos amagos de 155 y estado de emergencia que empeorarían las cosas. Le gestión que está haciendo Pedro Sánchez del conflicto catalán es sencillamente desastrosa, tan desastrosa como la que hace Joaquim Torra pilotando un gobierno de la Generalitat completamente desnortado y esquizofrénico que anima a ir a las manifestaciones y las disuelve a porrazos cuando estalla la violencia.
Entre las funciones de un presidente en funciones, valga la redundancia, está el levantar el teléfono cuando le llama el presidente de una comunidad autónoma, aunque sea para decirle que no está de acuerdo con él. La hija de Ernest Lluch, uno de esos políticos ejemplares que se echa en falta y que la banda terrorista ETA asesinó en una de sus muestras de infamia, una mujer llena de coraje que se mueve en la equidistancia en la que tantos catalanes nos situamos, disconformes con lo que hacen unos y otros, hizo ese llamamiento que es de cajón, que los políticos se sienten a dialogar porque esa es su función como servidores públicos que son.
La normalización de la situación en Cataluña pasa simple y llanamente porque los presos políticos, o los políticos presos, recuperen la libertad como bien señaló Pablo Iglesias hace unos días, por el bien de España y Cataluña, aunque rechacen el indulto, para desinflamar ese quiste. El talón de Aquiles del independentismo es que no hay tras toda la retórica puesta en marcha en el procés, que ya tiene más imágenes épicas replicadas una y otra vez por TV3 como bucle, y esa extraordinaria capacidad movilizadora, ejemplar y que nadie cuestiona, proyecto de país, que todo lo que vendieron tras el referéndum del 1 de octubre, las leyes de desconexión y esa DUI relámpago eran nada. Enfrentando esa nada ficticia con la realidad es lo que haría cualquier gobierno inteligente, pero en este proceso que abre brechas entre catalanes y entre españoles la inteligencia brilla por su ausencia y no se la espera.
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