La sal en los labios, de José Antonio Leal Canales
Por José Luis Muñoz , 5 abril, 2014
Editora Regional de Extremadura, 2013, 179 páginas
Es José Antonio Leal Canales (Villa del Rey, Cáceres, 1958) un autor notable que ha cultivado con éxito el relato y la novela, campo en el que ha obtenido importantes premios como el Felipe Trigo, Ciudad de Seseña o Ciudad de Badajoz. El Valbanera o la esperanza, Los pasos del camaleón, El fuego y las cenizas y El testimonio del becario son sus novelas publicadas. La sal en los labios, cuidadosamente editado por Editora Regional de Extremadura, reúne relatos de todo tipo y temática en los que Leal Canales deja fluir su maestría literaria para deleite del lector que se sumerja en ellos.
Dividido en tres bloques temáticos, El aprendizaje, El fracaso y El olvido, La sal en los labios es un buen compendio del buen hacer de este autor cacereño a la hora de armar sus narraciones, una pequeña muestra—por la brevedad del libro, que se devora—, de su versatilidad literaria y resulta tarea ardua difícil destacar entre las 16 piezas que componen el libro una sobre otra.
Garras de la memoria es un relato de iniciación sexual de unos adolescentes prendados por la belleza de Dolly, la contorsionista de un circo ambulante que recala en su pueblo, a la que espían cuando se ducha—Aquella tarde sólo el Chino pudo presumir de ser un hombre, mostrándonos la blanca y espesa verdad entre las manos, mientras Lolino y yo nos sentimos más torpes e inútiles que nunca—. El aprendizaje versa sobre la maquiavélica venganza escolar contra el empollón de la clase. Hábitos de penitencia se centra en la devoción, no exenta de pulsión sexual, de un maestro hacia la única alumna sensible del aula—Eva era distinta. Cuando yo leía en voz alta los poemas amorosos, adivinaba una dulzura extasiada en sus ojos cautivos, una complacencia que la trasladaba a otro mundo, que de alguna manera la liberaba—. 14 de febrero es un relato impregnado de una pátina de tristeza y romanticismo. Lo que de verdad importa, que se abre con una cita de Eduardo Galeano y gira alrededor de un golpe de estado en un país de Latinoámerica, es un homenaje a los autores del boom sudamericano, concretamente a Vargas Llosa (no es casualidad que uno de sus personajes se llame Apuleyo). En La importancia de los nombres Leal Canales monta un relato desternillante alrededor de un escritor que recibe un pequeño premio literario en provincias y teme no poder llegar a recibirlo nunca porque es víctima de los retortijones de tripas que le provoca una comida grasienta. Las vacaciones se teje alrededor de una noche de farándula del protagonista con un viejo amigo de la mili que termina en pocas horas con los ahorros destinados para las vacaciones. En A contratiempo el cacereño apela a la prosa poética en una añoranza romántica del ser amado marcada por la ausencia—Fue allí, en aquel lugar elegido para entregar los últimos años de su vida, cuando percibió entre las flores, que parecían bordadas sobre blancas paredes encaladas, rodeadas de arriates de azaleas que cuidaban con esmero las manos blancas de las monjas, cuando supo que había algo más que lo atraía—. La lírica también está presente en La tierra, desgarrado relato sobre la emigración. En el último instante es un relato de corte cortazariano, inquietante y misterioso, en el que un hombre lee su esquela. En Última generación el superviviente de un accidente aéreo agoniza en una desierta isla pendiente de que su móvil resucite. En Traición en la memoria el protagonista reflexiona sobre el doloroso pasado y la inutilidad misma del gesto mientras desentierra los restos de su padre fusilado ante la tapia de un cementerio durante la guerra civil. El personaje es pura metaliteratura: un autor de novela negra encuentra malhadadamente al malvado de su trama novelesca, pero muere a sus manos antes de que escriba la novela. En Una visita inesperada el autor se sirve del monólogo de la protagonista, una mujer aquejada por los primeros síntomas de Alzheimer, para pergeñar un delirante relato lleno de humor negro que se teje alrededor de un pastel de chocolate, destinado al perro desahuciado, que se come su glotona vecina Pitita— Perdona, Alejandra, me dijo, pero no me he podido resistir a comerme un trozo de tu tarta de chocolate, que esta vez te ha salido de muerte. Estuve a punto de decirle que había acertado de pleno con la expresión, pero teniendo en cuenta las circunstancias no iba a estar encima con ganas de guasa.
José Antonio Leal Canales adecúa el tono de sus relatos a lo que cuenta, y su abanico temático es amplio (la adolescencia, la relación profesor/alumna, la memoria histórica, la emigración, la literatura en clave tragicómica, el Alzheimer, la asonada golpista, etc.). Su prosa tanto destila imágenes brillantes, próximas a la lírica— Corrían al salir de la escuela para reencontrarse con la libertad ingobernable de los campos—como nos remite a Quevedo o Cervantes, presentes en una literatura que bebe de la picaresca, como también lo están Julio Cortázar y Mario Vargas Llosa. La sal en los labios nos muestra un Leal Canales ácido y tierno al mismo tiempo, prosaico, en sentido literal según la RAE, y lírico, intimista y sensual, melancólico y absolutamente desternillante, que domina, como pocos, el arte del relato y siempre nos sorprende en alguno de sus giros imprevistos. Literatura en estado puro y, además, libro amenísimo, con personajes extraordinariamente bien perfilados, escrito con el rigor de quien trabaja para encontrar la palabra exacta, algo que se echa en falta a menudo en lo que se publica.
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