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La Sociedad de la Incertidumbre (II).

Por Carlos Almira , 11 agosto, 2015

Estos días el Tratado de Libre Comercio negociado entre los EE.UU. y la Unión Europea también está tropezando con algunos escollos técnicos (como la legislación y el control sobre las denominaciones de origen). Conviene, sin embargo, retener lo esencial: el TAFTA es un asunto de grandes empresas y no de Estados soberanos, y menos aún de sus ciudadanías. ¿Cómo hemos llegado a esta situación de sometimiento «natural» de lo político a la esfera económica?

Antigua Bolsa de Amsterdam

Antigua Bolsa de Amsterdam

Hace tiempo que Historiadores de la talla de Wallenstein y Braudel señalaron: primero, que el capitalismo moderno se basa, no en el libre mercado sino en el monopolio (amparado por el poder político de Príncipes y Parlamentos); y segundo, que sólo en Europa a partir de los siglos XIV/XV, si no antes, pudo surgir y consolidarse una clase de comerciantes a larga distancia y banqueros, cada vez más poderosos, cada vez más independientes del poder político de las ciudades bajomedievales, los nuevos Estados Modernos y los Imperios, ahora marítimos.Monedas antiguas China
Mientras en la China de la Dinastía Manchú (comienzos de la Edad Moderna Europea), las grandes Sociedades y familias de comerciantes pudieron ser sometidas al control implacable del sistema imperial y los funcionarios (hasta el punto de revertir las importantes expediciones marítimas mercantiles, relacionadas con la economía del jade, que según algunos historiadores estuvieron a punto de adelantarse a Colón en sus expediciones por el Índico y el Pacífico, en la llegada a América); mientras otro tanto sucedía, en un contexto muy distinto, en el Japón de los Tokugawa, donde los grandes y pujantes comerciantes de Osaka nunca pudieron, pese a sus fabulosas riquezas, eludir el control político y militar del shogunato de Edo, ni menos aún ser considerados como grupo social equiparable no ya a los empobrecidos samuráis, sino a los mismos campesinos (Japón cerró todos sus puertos excepto Nagasaki para los Holandeses y los Chinos), a cualquier barco extranjero, y prohibió a sus propios nativos viajar fuera del país entre los siglos XVII y XIX); mientras esto ocurría en Asia, en Europa la fragmentación política, las guerras continuas entre Estados modernos poderosos como Francia, Imperios como el Español, ciudades como Génova, Venecia, Amsterdam, Londres, favorecieron justo lo contrario: la creciente e imparable autonomía de la esfera económica frente al poder político, cuyo radio de acción y recursos no hicieron sino decrecer en comparación con los de aquélla.

Este proceso de mundialización capitalista europea, no fue el de la expansión del libre cambio sino el de las grandes compañías monopolistas, complementadas en sus intereses admirablemente por la expansión colonial de los Estados, Ciudades Mercantiles e Imperios Marítimos. La Revolución Industrial Británica sancionó este proceso de dominio de lo económico sobre lo político (pero no sin lo político), haciéndolo ya irreversible, estrechamente vinculado a la extorsión y al monopolio, que es en esencia, el capitalismo moderno.
Llegados a este punto, cualquier intento de controlar y sujetar a la clase económica por las instituciones políticas (y más aún si tienen aspiraciones y programas democratizadores para el Estado), parece condenado de antemano, al fracaso. Lo que los grandes emperadores y mandarines chinos, los shogunes y los daimios japoneses, consiguieron en la Edad Moderna, es algo que cae ya fuera de nuestro alcance. Y parece que esta clase económica capitalista se encamina, si no ha llegado ya, a su culminación histórica como verdadero poder mundial. Problemas globales como el cambio climático, un producto entre tantos de esta época, acaso escapen ya a las clásicas soluciones políticas de acuerdos y tratados internacionales.

Es algo curioso e inquietante: cuando, tras la Restauración Meiji, los zaibatsu japoneses escaparon al control político en Japón, éste país se convirtió en un poder imperialista, que alimentaría la expansión por Corea, Manchuria, y luego Asia y el Pacífico ya durante la Segunda Guerra Mundial. La Historia ha demostrado que, cuando esta clase económica ha cobrado la suficiente fuerza para orientar al poder político, imprimirle su sensibilidad y sus intereses, el resultado no ha sido el libre mercado cosmopolita, ni la substitución de la guerra por el comercio, como quería Schumpeter, sino justo el contrario: monopolio y guerra; sangre y fuego.Osaka
Esta es, me parece, la situación actual. La sociedad de la incertidumbre es uno de sus frutos, que aquí analizamos. Las normas morales y legales; las posibilidades de existencia de individuos y grupos, que diría Max Weber; el mundo de valores donde ya nos movemos, están bajo el designio y la línea de demarcación implacable, de la precariedad.


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