La sociedad del debate
Por Juan Carlos Navarro , 30 mayo, 2019
Mucho se dice que hoy en día nos encontramos en la sociedad de la información. En cuestión de segundos podemos estar al tanto de la última hora, seguir en directo todo tipo de sucesos y compartir al instante cualquier cosa. Sin embargo, la sociedad de la información ha encontrado su antónimo en la sociedad de la desinformación. Son muchos los motivos que nos llevan a tal conclusión, pero partiremos de la base de que el lector es consciente de antemano que no nos encontramos en la sociedad de la información sino en la máxima expresión de su antónimo.
Dicho lo cual, tenemos un vacío alrededor del cual gira la continua lucha entre la información y la desinformación. Sin embargo, en el ojo del huracán tenemos algo que hasta ahora, creo, no nos ha llamado poderosamente la atención. ¿Y si en vez de la sociedad de la información estamos en la sociedad del debate?
Tenemos a nuestro alcance una cantidad de información prácticamente infinita con la que podemos trabajar hasta los límites más insospechados. En realidad, más que trabajar, podemos jugar con esa información para potenciar los argumentos que más fortalezcan nuestro punto de vista – sin llegar a ser unos embusteros por ello. Pero esto va mucho más allá de ganar un debate con amigos. Las generaciones literarias españolas hicieron con más esfuerzo y menos medios lo que hoy cualquiera tiene a su alcance: entablar un debate permanente con acceso ilimitado a la información y la comunicación. Nada más publicar esta entrada cualquiera puede leerla y escribir otra expresando su opinión sobre la mía, ¡y así sucesivamente! Tan simple y tan complejo a la vez, pues esta sociedad del debate se basa, como decíamos, en el debate permanente, y el debate, a su vez, se basa en la contradicción permanente. Podríamos decir que la sociedad del debate es una contradicción en sí misma, pero tiene a la contradicción como medio de progreso común.
La sociedad del debate ha llegado a tal punto de apogeo que cualquiera que haya leído cualquiera de las grandes obras (de hoy y de ayer) que impregnan hoy en día nuestra sociedad, puede comprarse un micrófono y expresar sus reflexiones al respecto en su canal de YouTube. Yo mismo conozco a compañeros de Derecho que están haciendo eso, y con esfuerzo, pero sobre todo pasión, he visto que se puede llegar más lejos de lo que uno, seguro, pensó en un principio que podía llegar. Esta sociedad del debate es bonita y a la vez peligrosa, pues tener a un gran número de personas expresando sus opiniones a través de internet no sólo nos da una cantidad aún mayor de información (o desinformación) con la que debemos «bregar» sino que es un llamamiento a estar más atentos y a cuestionar cada vez más todo el material que llega a nuestras manos. Esta falta de lo que en Derecho llamaríamos «seguridad jurídica» aplicada a la veracidad de la información que recibimos, viene de un vacío provocado por la desconfianza que se ha generado hacia los grandes medios de masas, lo que ha dado lugar a la sociedad de la desinformación y la consecuente sociedad del debate. El cartagenero Arturo Pérez-Reverte ya advertía hace tiempo de ese vacío que se ha creado, y de los inconvenientes que este puede causar potencialmente.
Todo esto, incluída esta nueva entrada en mi blog, nos da un poquito más de información, un poquito más de contenido; un poquito más de lo que no fiarse, un poquito más que cuestionar. La sociedad del debate no es la solución a los problemas estructurales de nuestra sociedad o de nuestro continente. Sin embargo, es la oportunidad perfecta para que la cultura (que no la información), se propague a pasos agigantados a través del debate, que ahora está al alcance de cualquiera y a través de medios que jamás nadie hubiera imaginado hace un siglo y que, por ende, hacen más cercano y atractivo el mundo de las ideas, de la cultura, de la conciencia y del saber. Y es que ya se sabe: el saber nos hará libres.
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