La telepresencia amenaza el orden establecido
Por Rafael García del Valle , 17 junio, 2014
Edward Snowden es uno de los prófugos más famosos del momento. Perseguido por las agencias de seguridad de Estados Unidos, vive oculto en algún lugar de Rusia. Y, sin embargo, Snowden ha burlado el cerco: en los últimos tres meses ha asistido a conferencias en diferentes lugares del planeta y ha charlado amistosamente con quienes se le acercaban en los descansos.
Según explica la revista Wired, Snowden se presenta ahora al mundo en la forma de un Beam Pro, un sistema básico de telepresencia que consiste en una cámara, una pantalla y un soporte con ruedas.
La telepresencia es una actividad que se ha venido desarrollando sin pausa desde los años ochenta. Las aplicaciones más evolucionadas se hallan en los ámbitos militar y sanitario. En el primero, los drones se han convertido en un problema para las relaciones internacionales y su regulación está siendo motivo de debate en la ONU; en sanidad, ya en el año 2001 unos cirujanos ubicados en Nueva York fueron capaces de extraerle la vesícula biliar a una paciente de Estrasburgo. Hoy, los dispositivos de telepresencia con capacidad móvil permiten que los enfermos en aislamiento puedan interactuar con el resto del mundo.
A día de hoy, los “vehículos” pueden ser controlados por el pensamiento y no sólo permiten la manipulación de objetos a distancia, sino que también existe la capacidad de transmitir sensaciones táctiles a sus “pilotos”, por lo que la inmersión en la experiencia remota se convierte en un suceso prácticamente real.
Más allá, la aplicación de la telepresencia a los últimos modelos de robot permitirá que el usuario pueda desenvolverse con total naturalidad en un cuerpo artificial que sentirá como propio. Es lo que están haciendo en el Proyecto VERE (“Virtual Embodiment and Robotic RE-Embodiment”), un consorcio formado por diferentes centros europeos en el que también participan investigadores de la Universidad de Barcelona.
Este tipo de telepresencia va mucho más lejos de la simple participación a distancia: mientras manipula su cuerpo artificial, el usuario siente que realmente está en el lugar remoto y percibe al robot como si fuera su auténtico cuerpo natural. A ello contribuyen los últimos estudios en neurociencia sobre la manera en que el cerebro percibe y elabora el mapa corporal de cada individuo.
Las repercusiones sociales de este tipo de tecnología aún están por ver. Pero el asunto preocupa a investigadores, a expertos legales y a estudiosos de la ética. No sólo va a afectar a la manera de relacionarnos, sino que amenaza con dejar obsoleto el sistema legal y desorganizar el actual régimen económico.
Por ejemplo, un escenario posible es el empleo de teletrabajadores ubicados en países con sueldos mínimos en comparación con el país en el que sus avatares desarrollen su actividad laboral. Es lo que ocurre hoy en día, sólo que la tecnología permitirá realizar acciones físicas cuyas posibilidades no se contemplaban hasta ahora.
Véase, si no, lo que son capaces de hacer los últimos modelos de robot, como ATLAS, un artilugio de Boston Dynamics, recientemente comprada por Google, la cual, por cierto, también está a punto de sacar al mercado sus coches sin conductor.
Gracias a la enorme velocidad con que su cerebro electrónico procesa los datos, Atlas puede desenvolverse en un ambiente tan caótico como el de una ciudad y recorrer sus calles de manera completamente autónoma. Percibe el mundo a través de una unidad LIDAR, un artilugio parecido a un radar que usa luz láser en lugar de ondas de radio y le permite traducir el mundo, sus objetos y sus habitantes, a un mapa 3D dentro de sus circuitos cerebrales.
Los descendientes de Atlas realizarán tareas allí donde el ser humano no puede sobrevivir, como zonas contaminadas por vertidos químicos o radiación nuclear.
Si a este artilugio se le incorpora un dispositivo de telepresencia, cualquier tarea es posible sin la comparecencia física de un humano. Almacenes y fábricas son el ejemplo clásico de automatización, pero a ellas se añaden ya todo tipo de localizaciones.
Uno de los próximos pasos se dará en centros comerciales asistidos por telepresencias donde un trabajador remoto puede llevar la responsabilidad de diez tiendas mientras manipula treinta robots, como afirma Matt Beane, del Instituto Tecnológico de Massachussets, en un artículo para la revista New Scientist.
En el mismo artículo, se amplia el debate al ámbito médico: ¿qué ocurrirá cuando un procedimiento médico sea mucho más barato en un determinado país y al mismo tiempo de calidad suficiente, como, por ejemplo, un tratamiento dental ofrecido desde Cuba, y sus colegiados puedan asistir a distancia? ¿En quién recae la autoridad para regular tales prácticas? ¿Qué autoridad jurídica se hace cargo de los problemas que surjan?
En términos legales, la complejidad de los escenarios tienta la imaginación: si un teletrabajador causa un accidente, ¿cómo actúa la policía si no existe colaboración jurídica con el país del empleado?, ¿y si no se conoce la identidad del “piloto”?, ¿se puede responsabilizar a la compañía propietaria del robot?, ¿la jurisdicción de qué país se aplica?
Una vez que se mezclan el espacio físico y la realidad virtual, la acción humana desborda toda capacidad de las actuales leyes y asignaciones de responsabilidad. A día de hoy, sólo los seres humanos están sometidos a ley, no los avatares. Lo aparentemente lógico es que sea el usuario quien sea responsable de los actos del avatar, pero lo que parece evidente sobre el papel no resulta tan sencillo en un ámbito global donde los países aún no cuentan con la capacidad de colaborar activamente en tales cuestiones.
El Proyecto BEAMING estudia las cuestiones legales y éticas de la telepresencia en el marco de la Unión Europea, sobre todo en lo relacionado a la seguridad y la privacidad, y llama la atención sobre la necesidad de profundizar no sólo en las relaciones sociales sino más allá, en el mismo concepto de personalidad.
De hecho, ¿qué hacemos con los avatares del díscolo Snowden? Porque, sin duda, su idea será muy bien recibida en ciertos gremios cuyos integrantes prefieren actuar desde la sombra…
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